Esperar contra toda esperanza

España · Nadezhda Voskresenskaja
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10 abril 2014
España, julio de 1976. El rey Juan Carlos encarga la formación de su segundo gobierno a Adolfo Suárez. Un joven político del que se sabía muy poco pero que terminó superando con mucho los resultados esperados. Suárez mostró una estatura humana y política que nadie habría imaginado y ya en sus primeros años de gobierno consiguió dar cuerpo a la esperanza –tan deseada como aparentemente inalcanzable– de reconciliar esa ruptura que casi dos siglos de ideologías habían dado en llamar “las dos Españas”.

España, julio de 1976. El rey Juan Carlos encarga la formación de su segundo gobierno a Adolfo Suárez. Un joven político del que se sabía muy poco pero que terminó superando con mucho los resultados esperados. Suárez mostró una estatura humana y política que nadie habría imaginado y ya en sus primeros años de gobierno consiguió dar cuerpo a la esperanza –tan deseada como aparentemente inalcanzable– de reconciliar esa ruptura que casi dos siglos de ideologías habían dado en llamar “las dos Españas”.

El recuerdo del presidente de la Transición nos lleva a divagar por los meandros de una política utópica. Los primeros años de su mandato fueron muy duros: el deseo de cambio se confundía a menudo con la reacción violenta de grupos extremistas y terroristas que seguían aferrándose a las orillas contrapuestas de un mismo río. ¿Qué hizo posible el milagro? La fuerza de hombres que creían firmemente que podían confiar en el corazón del hombre, en su necesidad de bien, de justicia y de verdad. Consciente del hecho de que un hombre solo no crea sociedad, Suárez supo buscar la compañía de aquellos que miraban el mismo horizonte que él, y que como él esperaban un “mañana abierto al infinito”, como dice un verso de Machado que él citaba a menudo.

No le importó que en su gabinete hubiera políticos de corrientes muy distintas porque estaba convencido de que los otros no eran una amenaza sino más bien aliados potenciales en la batalla por el bien común. Por eso legalizó los partidos políticos que habían estado prohibidos durante el régimen y preparó al país para sus primeras elecciones libres. Sabiendo que no hay paz sin perdón, decretó una amnistía para los presos políticos y permitió el retorno de los exiliados. Fiel al consejo evangélico de “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, reelaboró la ley de la libertad religiosa, separando al gobierno estatal de la Iglesia, que así pudo gozar de una identidad propia. En resumen, un trabajador incansable que generó un clima de confianza y de convivencia social real, que permitió redactar y aprobar la Constitución de 1978, con el más amplio consenso de la historia del país.

Ucrania, febrero de 2014. Pocos días después de la fuga del presidente Yanukovich, su destitución por parte del parlamento ucraniano y la convocatoria de elecciones anticipadas para mayo, se inaugura en Kiev un Forum europeo que declara nacer con el objetivo de ofrecer una perspectiva a largo plazo para la sociedad civil ucraniana con respecto a la democracia. Los fundadores y responsables institucionales de la iniciativa son la Universidad Nacional de Kiev, la revista “La Règle du jeu”, y el Movimiento de Base Antirracista Europeo – EGAM. Este Forum quiere construir una plataforma interactiva donde puedan encontrarse intelectuales ucranianos y europeos, instaurando así un diálogo constructivo basado en el intercambio recíproco de experiencias y conocimientos, y al mismo tiempo se propone organizar en las principales ciudades de Ucrania una serie de conferencias con personalidades europeas del mundo de la política, la cultura, el arte y los servicios sociales.

Nadie duda de que estos son tiempos duros para Ucrania. Nuevos grupos armados se enfrentan desde ambas orillas del río y tratan de sembrar la desesperación, acallar las esperanzas en un futuro que parece tan incierto como el presente. Pero en medio de las divisiones, del miedo y de la desconfianza, hay hombres que creen todavía en el corazón, y que luchan sin tregua entre aguas impetuosas, tratando de encauzar ese deseo de justicia, de verdad y de bondad que permanece, invencible, en el corazón de la gente.

El extraño espectáculo de un pueblo que, a pesar de todo, hunde sus raíces en algo más grande que la política, la ideología o la simple buena voluntad. Son hombres reales, convencidos de que los otros no son una amenaza sino un valor añadido y necesario para el bien común. Hombres que saben que no hay paz sin perdón, y por tanto no condenan a sus enemigos, sino que piden su liberación, como muestra el testimonio de Mijail Gavriljuk, que retiró sus acusaciones contra el policía que le había torturado y humillado públicamente el pasado mes de febrero. Hombres que todavía creen que la verdad hace libres, y por eso no tienen miedo a presentarse ante el mundo sencillamente –casi ingenuamente– tal como son. Basta pensar en la visita oficial a París, para encontrarse con Hollande, de una delegación ucraniana con gran parte de los candidatos a las presidenciales y que contaba entre sus miembros con dos voluntarias del Maidán, Lisa y Lessia, que testimoniaron cándidamente sus más de tres meses de servicio, desmontando así la tesis de aquellos que piensan que el Maidán ha sido organizado y pensado por un grupo ideológico.

En nuestro mundo moderno, racionalista y enfermo de depresión y escepticismo, donde pocos creen aún que la política esté al servicio del bien del pueblo, todavía quedan hombres, trabajadores incansables, que esperan contra toda esperanza.

Abril de 2014. El profesor Constantin Sigov –uno de los promotores del Forum europeo– participa en el EncuentroMadrid para relatar lo que está sucediendo en su amada Ucrania. El azar o el destino le conducen hasta España en un momento en que la sociedad ucraniana se ha rebelado contra la dictadura de un gobierno degradado y quiere renacer, y pone toda su esperanza en la posibilidad de un cambio. Y también es el momento en que la sociedad española recuerda conmovida la figura del hombre que hizo posible la milagrosa transición pacífica de la dictadura a la democracia. Una coincidencia, tal vez no del todo casual, que para los que no cierran los ojos delante de la realidad podría ser también un signo: aún hay alguien que tiene el coraje de sostener la esperanza de los hombres.

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