Refugiados: necesitan a Europa

Mundo · Marco Perini
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13 diciembre 2013
El acuerdo preliminar sobre el programa nuclear de Teherán parece que abra escenarios distintos en Oriente Próximo, incluida Siria, pero la guerra no se detiene, al igual que continua el flujo de refugiados que huyen más allá de la frontera. Sin embargo, el cuadro alarmante de las cifras, actualizadas por el ACNUR, no logra expresar toda la complejidad del fenómeno y la radical provocación que constituye para una Europa que parece inmóvil.

El acuerdo preliminar sobre el programa nuclear de Teherán parece que abra escenarios distintos en Oriente Próximo, incluida Siria, pero la guerra no se detiene, al igual que continua el flujo de refugiados que huyen más allá de la frontera. Sin embargo, el cuadro alarmante de las cifras, actualizadas por el ACNUR, no logra expresar toda la complejidad del fenómeno y la radical provocación que constituye para una Europa que parece inmóvil. Ofrecemos a continuación el testimonio de Marco Perini, colaborador de la ONG AVSI que trabaja en el Líbano en el campo de refugiados Marj El Khokh

La mitad son niños: es el dato principal que emerge de las estadísticas relativas a los refugiados registrados oficialmente en Líbano y que alcanzan ya los ochocientos mil. Si se cuentan también los que no han registrado su presencia, se llega a cerca de un millón de personas. Nos encontramos frente a un intensísimo éxodo de Siria a Líbano, un éxodo de mujeres y niños de menos de 10 años de edad. Quien es mayor, en efecto, muy a menudo se queda en Siria para combatir.

Estos niños de al menos dos años no van a la escuela, por esto, uno de los desafíos principales que tenemos que afrontar es permitir que el mayor número posible de niños vuelva a aprender. Especialmente por dos razones. La primera es contingente: ayudarlos a no perder el año escolar y un tramo de su itinerario educativo; la segunda concierne a un aspecto de fondo: asegurarles una dimensión mínima de normalidad. Ser refugiados no tiene nada de “normal”, porque vives lejos de casa, a menudo lejos de tu familia, de tu aldea, en una tienda precaria. Has escapado de un lugar violento y llegas a un sitio adonde —te das cuenta en seguida— en cualquier caso la violencia te ha seguido. Porque también los campos de refugiados son lugares de violencia. Por tanto, ir a la escuela, tener un maestro y un cuaderno o un bolígrafo, son todo características de una normalidad que permite que estos niños recuperen, auque sea sólo parcialmente, una sensación de estabilidad.

Sin embargo, no es tan sencillo: los programas escolares libaneses son diferentes de los sirios, los libaneses estudian algunas asignaturas, incluidas matemáticas y geografía, en inglés y francés, mientras que los sirios las estudian en árabe. Por tanto, el punto de partida de un niño sirio en una clase libanesa es diferente. Por esta razón, organizamos cursos propedéuticos o de recuperación para los niños sirios. Porque queremos que el niño sirio pueda seguir como sus compañeros y, al mismo tiempo, es importante no entorpecer los programas escolares de los niños libaneses. Si esto sucediese, se vería a los sirios que llegan al país sólo como un peso, un problema.

En cada actividad se suman dificultades distintas, incluida la que llamamos “de la última milla”. En el caso de los niños y de la escuela esto significa lograr acompañarles desde el campo hasta el aula. La distancia no es una pequeñez: tenemos que organizar el transporte con el autobús escolar, lo cual no es una tarea banal porque hay muchos kilómetros que recorrer y algunas veces hay nieve durante el invierno. Sin este autobús simplemente los niños no pueden llegar a la escuela. Por tanto, todo el esfuerzo de planear la inserción y darles bolígrafos y cuadernos resulta vano. Nosotros trabajamos con UNICEF, pero tampoco UNICEF logra pagarlo todo, llega hasta un cierto punto. Las necesidades siempre superan nuestras disponibilidades.

En esta cadena de esfuerzos organizativos e implicaciones prácticas, también se dan las inesperadas “compensaciones” extraordinarias. Pienso en el trabajo que hicimos durante el último verano con las familias y sobre todo con los padres. Algunos de ellos no querían de ninguna manera que sus hijos fueran a la escuela. Al contrario, decían que el sistema escolar no era como el sirio, que sus hijos ya habían perdido un año escolar y era inútil que comenzaran. Además, no les desagradaba la idea de que trabajasen, porque así podían aportar un dinero a la familia. Nosotros, sin embargo, no nos rendimos. Hicimos un trabajo paciente de relación, de sensibilización y de encuentro con los padres, para escuchar sus exigencias, para intercambiar ideas. Y llegó la sorpresa: hace algunas semanas cinco padres vinieron a pedirnos explícitamente si podían mandar a sus hijos a la escuela. Cada día se siembra algo en la relación con ellos y nunca sabes si florecerá o cuando florecerá. Lo que es un hecho es que el año pasado del campo de Marj El Khokh iban a la escuela 25 niños y este año contamos con más de cien inscripciones.

Es un gran paso, pero no nos conformamos con esto, porque querríamos que todos los 250 niños frecuentaran a escuela. Si 100 van a la escuela, con los demás 150 que se quedan en el campo seguimos trabajando en clases de repaso improvisadas en las tiendas. Las necesidades son inmensas. Te puedes perder dentro: necesitan gasóleo para calentar las tiendas y las escuelas, comida, zapatos y vestidos para afrontar un invierno que aquí es despiadado. Hace falta de todo. Y nosotros seguimos trabajando, seguros de que no nos quedaremos sin ayuda.

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