Peregrinos, desnortados
De nuevo, un determinado cine francés mayoritario en las pantallas adolece de cualquier profundidad psicológica y tensión dramática explícita y sólo alcanza a exponer lo políticamente correcto; esto es, las virtudes que todo ciudadano debe ejercer en la República, que no van más allá de los intentos de mejorar al hombre pretendidos por la Educación para la Ciudadanía.
Tres hermanos inician el Camino, obligados por la disposición final de su madre para obtener la herencia, en compañía de otros peregrinos -entre ellos dos árabes- en una excursión organizada.
Recientemente, hice un tramo del Camino y me apetecía ver el filme de Coline Serreau. El desencanto me fue inundando porque Peregrinos no cumple ni recoge nada del tapiz abigarrado que es el Camino, comenzando por la ausencia casi total de imágenes de las ciudades y templos que atraviesa la ruta Jacobea. Eso sí, mucho paisaje campestre anodino, esto es, sin peregrinos distintos a los protagonistas del filme.
No hay, por tanto, ambientación exterior e igual sucede con la ausencia explícita de motivación de los personajes -aparte de los hermanos- para darse el palizón de unos cientos de kilómetros y llegar a un sitio para ver volar un botafumeiro (a poco más llegan las imágenes de la capital gallega). Los personajes son impenetrables en lo referente a sus razones andariegas y Serreau intenta escamotearlas mostrando los sueños de los personajes. Tinte freudiano porque ya se sabe que somos seres sometidos a pulsiones que hay que expresar; y nada más.
Éstas son las claves de un buen grupo de películas francesas que nos han visitado en los últimos tiempos que silencian cualquier sufrimiento humano, cualquier intento de solicitar sentido.