La primera tarde de verano

España · PaginasDigital
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13 octubre 2013
21 de junio. Por fin habían llegado las vacaciones de verano. Juan llegó a casa corriendo desde el colegio, que estaba a cinco minutos, subió las escaleras de la entrada de dos en dos y, una vez en su cuarto, tiró la mochila al suelo. Esa mochila que normalmente pesaba tanto pero que, justo ese día, lo había hecho tan poco como una pluma del pájaro más pequeño del mundo. Juan estaba contento, exultante de alegría.

21 de junio. Por fin habían llegado las vacaciones de verano. Juan llegó a casa corriendo desde el colegio, que estaba a cinco minutos, subió las escaleras de la entrada de dos en dos y, una vez en su cuarto, tiró la mochila al suelo. Esa mochila que normalmente pesaba tanto pero que, justo ese día, lo había hecho tan poco como una pluma del pájaro más pequeño del mundo.

Juan estaba contento, exultante de alegría.

No quiso perder un segundo, porque “la vida es breve”, le había dicho siempre su abuela. Desde la primera vez que oyó estas palabras, Juan se había empezado a tomar la vida muy en serio. También había comenzado a mirarse en el espejo por las mañanas, para ver si su cara ya era de mayor. Pero no, en todo el tiempo que llevaba buscando una huella del paso del tiempo en su cuerpo, no había conseguido dar con ninguna.

Abrió las ventanas de su cuarto – que eran el doble de grandes que él – de par en par, y vio lo que tenía ante sí: el jardín verde, verde; el árbol de la casa de enfrente, tan robusto que daban ganas de treparlo otra vez; el pájaro naranja que volvía cada año como si se tratara de uno más en aquel hogar donde vivía una pareja de ancianos. El canto alegre del pájaro, que le hacía desear ser pájaro él también y volar por todo el cielo. “¡Por el inmenso cielo!”, exclamó, imaginándose a sí mismo con unas alas enormes recorriendo el mundo. El mundo entero, por supuesto.

Ensimismado con esta idea que nacía de aquella experiencia de haber mirado por la ventana, Juan se apresuró y bajó corriendo al jardín, por donde se puso a “revolotear” hasta caer, exhausto, sobre el césped. Juan rió, y se dio cuenta de que su vida estaba llamada a ser una vida grande.

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