Django desencadenado
Su escuela fue la calle, el cinepopular, la cultura pulp. Pero lo másinteresante es que cuando él ha tratado de emular en su cine los géneros de suadolescencia, no ha rodado meros homenajes, sino que ha hecho algo nuevo,diferente, original, atribuible a un nuevo sello autoral: la marca Tarantino. Unamarca en la que muchos destacan su uso tan brutal como inofensivo de laviolencia. Inofensivo porque tiene una función más cómica que dramática, y estan exagerada y surrealista en su efluvio hemoglobínico, que está más cerca deun cómic de Mortadelo y Filemón, que de la violencia gore tan frecuente enmucho cine postmoderno. En el caso quenos ocupa, el cineasta de Tennessee quería ofrecer su personal tributo al spaguetti western, y consigue unapelícula que da mil vueltas a la mayoría de los spaguetti western de la historia.
En 1966 Sergio Corbucci estrenó Django, un spaguetti western protagonizado por Franco Nero, al que daba laréplica nuestro José Bódalo. El Ku Klus Klan tenía un gran protagonismo en elfilm. La película de Tarantino homenajea directamente a esta película, desde elnombre mismo del film, el diseño de los títulos de crédito, la presencia deFranco Nero y la irrupción del Ku Klus Klan, entre otros muchos elementosestéticos. El argumento arranca en Texas en 1858, y se centra en un caza-recompensas,el Dr. King Schultz (Christoph Waltz), que libera a un esclavo negro, Django(Jamie Foxx) para que le ayude a detener a unos forajidos; a cambio le promete colaboraciónpara encontrar a su mujer, otra esclava negra, Broomhilda (Kerry Washington),que trabaja en la hacienda del magnate Clavin Candie (Leonardo DiCaprio). Lahistoria en sí tiene fuerza, ya que muestra a dos hombres capaces del mayorsacrificio en aras uno del amor y otro de la amistad. Pero la seriedaddramática de este planteamiento está tejida con hilos de comedia inteligente ycon la pasión de Tarantino por matar a sus personajes -incluido el que él mismoencarna- de la forma más pirotécnica y cromática posible. El resultado es uncóctel que obliga al espectador a reírse, a emocionarse, a sufrir,… todo ellosin parar y combinado, sobre un ritmo perfectamente medido, y coronado por unasexcelentes interpretaciones (atención a Samuel L. Jackson). Al final queda lasensación de haber visto una película entretenida en el sentido más amplio dela palabra, fiel a su origen popular y poco intelectual, pero sí inteligente ylleno de buen cine. Una película absolutamente tarantiniana.