Eugenio Nasarre, maestro en política

España · José Luis Restán y Fernando de Haro
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21 mayo 2013
Eugenio Nasarre es machadiano. Sobrio como los hijos de la mar. Ha viajado por la política en los últimos 40 años pegado a una vocación de servicio y muy ligero de equipaje. Viaja, de hecho, en transporte público. Alguna noche de hace algunos años, cuando tenía altas responsabilidades en el PP, al terminar una intensa mesa redonda le preguntamos dónde le recogía el coche oficial. Y con toda normalidad nos contestó que se volvía a casa en metro. Eran años en los que muchos tenían un chófer a su disposición, un par de asesores, jefe de gabinete, redactor de discursos y muchas cosas más. Eugenio no necesitaba nada de eso, porque lee más que cualquiera de los posibles asesores, porque escribe mejor que cualquier "negro", porque sabe mejor que nadie de lo que realmente hay que saber. De hacia dónde va el mundo, de hacia dónde va Europa.

Cuando casi todos los que ahora dicen bobadas sobre él no habían nacido,  Eugenio hacia política en la Universidad.  A favor de la libertad y la reconciliación, en la oposición al franquismo. Nasarre guarda en su corazón y en su memoria buena parte de las esencia de la Transición. Por eso es tan conveniente escuchar de su boca las claves de ese milagro que fue la reconciliación entre los españoles. Él fue parte de ese milagro. En el último año ha sido decisiva su labor al frente del Movimiento Europeo para recuperar lo que la dictadura llamó el Contubernio de Múnich, la reunión que tuvo lugar en la ciudad alemana hace 50 años, en la que las dos Españas volvieron a trabajar juntas. Siempre ha sentido como suyo el discurso que hizo en ese momento Salvador de Madariaga proclamando el fin de la Guerra Civil.

Eugenio empezó con Ruiz Jiménez, y luego siguió con Suárez. Él estaba allí, mientras la democracia se iba fraguando. Estaba con Aznar y aportó elementos decisivos al proyecto de regeneración que fraguó el cuarto presidente de la democracia. Y ha seguido con Rajoy indicando una tensión ideal que,  por desgracia, muchos de sus compañeros han perdido. Su propuesta reciente a favor de la elección directa de los alcaldes es una buena muestra de su interés por que democracia y vida social caminen juntas.

La memoria viva de la Transición, de la dolorosa historia española y el recuerdo constante de la reconstrucción de la Europa destruida por la Guerra Mundial han hecho de Eugenio un político de los que quedan pocos. Eugenio compara a menudo los acontecimientos de la actualidad con los grandes hitos que han marcado el siglo XX: la labor de Schumann y Monet, la reconciliación franco-alemana sellada por De Gaulle y Adenauer en la catedral de Reims, la muerte de Aldo Moro…  Su ADN es europeísta. Lo que, combinado con la mejor tradición democratacristiana y una gran curiosidad, hacen de él un político popular. Es decir un político que dedica muchas horas del día a escuchar, a participar en la vida social que nace desde abajo.  Es un político muy poco o nada partitocrático. Es leal a su formación, sin duda. Siempre lo ha sido y por eso ha recibido muchas críticas. No es de los que desprecian el polvo de la historia. Precisamente su fe cristiana es lo que le da un realismo nada moralista, nada cínico. Pero no está encerrado en el sistema que siempre crean las siglas. Busca, escucha a la gente, cena, come y desayuna con quien tiene algo que aportar a la vida pública. Sea una asociación de barrio o un intelectual que llega desde otro rincón del planeta. Por todo ello Eugenio es un maestro en una forma de hacer política que necesitamos más que nunca.   

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