Buscar y tocar la carne de Cristo en nuestro mundo

Baste unaanécdota chusca. Una televisión anunciaba a los pocos días de la elección deFrancisco que el nuevo papa disolvería de un plumazo varias realidadeseclesiales surgidas en la segunda mitad del siglo XX; y varios agudoscomentaristas señalaban que el cambio de relación con los movimientos marcaríael nuevo pontificado. La verdad es que hubiera bastado rastrear la paternidaddel cardenal Bergoglio con los nuevos carismas en Buenos Aires para despejarlas brumas, pero siempre hay quien prefiere que la realidad no le estropee unbuen titular.
En suhomilía el Papa ha empezado hablando de la novedad, tantas veces incómoda, queel Espíritu Santo hace surgir en la Iglesia. "Nos sentimos más seguros sitenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos,planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos"… Ylanzaba esta pregunta nada retórica: "¿Estamos decididos a recorrer los caminosnuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructurascaducas, que han perdido la capacidad de respuesta?". En realidad esta preguntaatraviesa la entera historia de la Iglesia. La dificultad se presentó con Francisco,con Ignacio, con Teresa, con Juan Bosco… por decir un pequeño ramillete. Y seha presentado tras el Concilio con las nuevas formas de vivir la fe que hansurgido. Sin embargo la anhelada renovación llega siempre de la mano de unacontecimiento imprevisto, de una novedad que al principio suscita reticencia eincomodidad. Ya decía Juan Pablo II que el Espíritu suscitaba nuevos carismaspara mantener su diálogo con el hombre de cada época, para atravesar esas"estructuras caducas que ya no tienen capacidad de respuesta".
En unsegundo momento Francisco ha querido afrontar la paradoja de la diversidad decarismas y la unidad de laIglesia. No es asunto que se resuelva con una ecuaciónmatemática. Con algo de ironía ha dicho el Papa que el Espíritu parece a vecesel gran autor del desorden, con su desaforada producción de nuevos carismas…pero curiosamente Él es también el único que funda una verdadera unidad. "SóloÉl puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismotiempo, realizar la unidad". Y ha explicado que cuando somos nosotros losempeñados en crear variedad a nuestro gusto, provocamos el caos de Babel; ycuando nos empeñamos en conseguir la unidad según nuestra estrecha medida,imponemos lahomologación. El único camino posible consiste en "caminarjuntos en la Iglesia guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma yministerio". Eso es signo inequívoco de la acción del Espíritu Santo.
Un momentode especial intensidad tuvo lugar cuando en la vigilia el Papa habló sinpapeles del testimonio y de lamisión. En primer lugar por el modo en que describió lacrisis actual: "lo que está en crisis es el hombre, lo que hoy puede serdestruido es el hombre, que es imagen de Dios". Y frente a esto Francisco lanzóun apasionado reclamo a salir del propio recinto, de la propia ciudadela, a nocerrarnos en la comodidad, ni en la soledad, ni en el sentimiento deimpotencia, ni en la cálida sensación de estar a gusto entre los nuestros. "¡Noos encerréis, por favor!… la Iglesia debe salir de sí misma hacia lasperiferias existenciales, donde quiera que se encuentren… Prefiero una Iglesiaque sufra un accidente a una Iglesia enferma por encerrarse en sí misma… La fees un encuentro con Jesús y nosotros debemos hacer lo mismo que Jesús,encontrar a los demás… Todos tienen algo en común con nosotros, que son imagende Dios, son hijos de Dios. Andad al encuentro con todos, sin negociar nuestrapertenencia".
En estaapasionada invitación a la misión, Francisco explicó también qué significa paraél "una Iglesia pobre y para los pobres": la pobreza para los cristianos no esuna categoría sociológica, filosófica o cultural, sino una categoría teologalporque el Hijo de Dios se ha abajado, se ha hecho pobre para caminar connosotros. El Papa nos ha pedido buscar y "tocar la carne de Cristo" en elabandonado, en el desesperado, en el hambriento, en el que no sabe qué es lavida y cómo puede ser vivida. Es una sacudida que cada comunidad debe acoger ysentir con toda su carga de corrección pero sobre todo de promesa.
Pero nada deesto puede lograrse apretando los puños ni diseñando sagaces estrategias degabinete. Éste vértigo de caridad y misión sólo nace de dejarse guiar por elEspíritu en el corazón de la Iglesia, siguiendo a algunos que son tocados de unmodo especial: "eso son los santos, los que lleva adelante la Iglesia. Para laevangelización, concluía Francisco, son necesarias las virtudes de la valentía yla paciencia, y ambas superan nuestras fuerzas. No es una larga cambiada decirque "el Espíritu Santo es el alma de la misión". Contemplando la Plazade San Pedro llena de tal variedad de gentes, el Papa concluyó afirmando que "lo que sucedió enJerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es algo que llega hastanosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar". Y la gente sabía dequé les hablaba.