Los escraches, síntoma de inmadurez

España · Francisco Medina
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16 abril 2013
Acoso a los políticos: acción-reacción. No es nada nuevo el hecho de que la izquierda tenga una capacidad de movilización que llegue a asustar: las juventudes del PSOE y de IU, incluido el Partido Comunista; las organizaciones de base de la izquierda radical, organizadora del movimiento 15-M y de la Plataforma de los Afectados por la Hipoteca; los sindicatos UGT y CC.OO... parecen haber articulado una estrategia para desterrar el neoliberalismo y lo que ellos llaman "el monopolio de los ricos". La dialéctica de Hegel y de Marx sigue utilizándose en España para desestabilizar el sistema y, lo que es más grave, la derecha no tiene proyecto político para fortalecer el tejido social.

No nos engañemos: estábamos viviendo muy por encima de nuestras posibilidades y había que ajustar. El derroche de las arcas del Estado producido en los últimos ocho años nos ha pasado una factura, no sólo económica, sino también social. Y es que, cuando continuamente se habla de "enfoque de derechos", "extensión de los derechos", "derecho a esto", "derecho a lo otro", eso cala entre los ciudadanos, que hemos ido asumiendo un papel que no nos corresponde: el de pedigüeños del Estado, mendigando las seguridades que éste no nos puede dar. Podemos disfrazarlo de ideología, pero la realidad es testaruda: sin asumir la responsabilidad, no se crece como país.

¿Signo de sociedad madura?

No acabamos de aprender que una sociedad que se hace depender del sistema de ayudas y de prestaciones, sin asumir un compromiso de iniciativa (creando obras sociales, estableciendo relaciones que trasciendan del mero interés, luchando por abrirse espacio en el foro público y exigiendo al Estado que lo respete), es una sociedad que acaba estancándose en una permanente minoría de edad. Y es que medidas como el PER, que nacieron para estimular el empleo, han acabado socavando la agricultura y la ganadería en regiones como Extremadura o Andalucía; la prestación por desempleo de los 400 € fue ya la gota que colmó el vaso. En el fondo, se trata de una dependencia que no genera nada más que desincentivos para salir de un impasse que no está beneficiando nada a nuestra sociedad. La dependencia genera parálisis; y la parálisis, cuando ves lo que sucede, genera queja. La queja se retroalimenta y genera malestar (sólo, a veces, justificado; la mayoría de los casos, no); y el malestar se torna en indignación…y surge el 15-M, ante la desidia de una derecha política y de una comunidad cristiana que no ha sabido hacer frente a los retos de una sociedad secularizada.

Dicen algunos que movimientos como los "indignados" son signo de que hay sociedad civil madura, que piensa, actúa, protesta y se indigna. Cuesta ver que los escraches organizados por ellos sean signo de madurez. Más bien, parece un indicio de que se está produciendo una huída hacia delante o una cuesta abajo hacia la organización del caos. No es el deseo de construir algo nuevo, vivo; sino de echar un edificio en mal estado usando dinamita sin tratar de cambiar su estructura por dentro. El hecho de que cada vez haya más gente que se organice para derribar el sistema e instaurar una "democracia directa" o asamblearia, me recuerda que es la reacción, la revolución, la "sublevación popular"… lo que domina. Éste es el problema hegeliano: ¿a qué precio se alcanza la síntesis?. Se reacciona, se derriba… y luego, ¿qué?. Una sociedad que se mueva por la dialéctica es una sociedad que da miedo.

Tal vez tendríamos que empezar a darnos cuenta de lo afortunados que somos los que tenemos trabajo, familia….y un deseo de construir. Construir una sociedad solidaria, capaz de diálogo y de responsabilidad política. Capaz de aportar trabajo, esfuerzo, participación en los asuntos que afectan a la polis, responsabilidad para no estar mamando de los pechos del Estado, que empiezan a estar fláccidos, porque hemos estado despilfarrando durante años. Necesitamos desarrollar una cultura que genere desarrollo personal, social y moral; no sólo económico. Si queremos no deslizarnos por la pendiente del caos (nos lleva a ello la ideología), es urgente que lleguemos a ser una sociedad que dé esperanza a quienes menos tienen.

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