Lo de Corea no es broma
8 abril 2013
El ministro de Unificación de Corea del Sur, Ryoo Kihl-jae, ha asegurado en las últimas horas en la Asamblea Nacional (Parlamento) de Seúl que es "muy probable" que Corea del Norte haga próximamente una nueva prueba nuclear. 
La última resolución de las Naciones Unidas aprobada hace un mes (7 de marzo) dando respuesta a la última prueba nuclear norcoreana del pasado 12 de febrero – la tercera tras las de 2006 y 2009-, impuso al régimen comunista una serie de sanciones comerciales y económicas, y de tipo financiero, que no obstante han sido utilizadas como excusa por el régimen de Corea del Norte liderado por Kim Jong-un, para amenazar con una ataque nuclear preventivo a EE.UU. y a Corea del Sur, y romper así con el Armisticio de P´anmunjom, de 1953, tras la guerra que libraron sendas Coreas, países que nacieron como resultado de ser ocupados sus territorios, respectivamente, tras la segunda guerra mundial, por EE.UU. y la URSS.
Al deterioro de la situación económica en la Corea del Norte desde 2009 (devaluación de su moneda, bloqueo, embargo comercial), se unió el cambio de líder en 2011. Un líder realmente joven (29 años), educado en Suiza y, para más INRI, admirador de la factoría Disney, que busca denodadamente el apoyo interior de su pueblo en todas estas demostraciones de fuerza. Es posible que el de China, el único apoyo directo exterior que tenía hasta el momento, lo haya acabado de perder con esta escalada de declaraciones amenazantes, o también es posible que la pérdida del apoyo chino haya propiciado este nuevo escenario.
Parece claro, y más aun cuando según WikiLeaks, las autoridades chinas no se oponían a la reunificación de la península coreana, que el conflicto no puede entenderse en el marco de la Guerra fría, pese a la condición de comunistas “tradicionales” de los norcoreanos. Lo que menos necesita una China, cuyo nuevo presidente lleva escasas semanas en el cargo, es un conflicto nuclear a las puertas de sus fronteras, o mejor dicho, dentro de su ámbito natural de influencia tal y como conciben ellos la región, pero menos aun, un régimen con capacidad autónoma de decisión y de desestabilización.
La reunificación vendría bien a China por cuanto legitimaría su pretensión frente a Taiwán de hacer lo propio, empobrecería a Corea del Sur, evitaría una inmigración masiva de coreanos a sus regiones fronterizas -donde las minorías manchú y coreana son ya mayoritarias, respecto de la etnia han-, pero, principalmente, desaparecía una de las “excusas” norteamericanas más válidas para seguir manteniendo tropas en la región y desplegar así su escudo antimisiles, de cara a la comunidad internacional. A este respecto, recientemente Obama ha ordenado trasferir más de 1.000 millones de dólares del escudo europeo del sistema antimisiles (EPPA), para Asia, lo que por otra parte, como europeos, tendrá un impacto en cuanto a nuestra seguridad, que deberá ser sufragada en mayor proporción por nosotros mismos. Rusia, desde luego, podría ver con buenos ojos poder contar con los puertos coreanos, y llevar hasta allí sus gaseoductos con el ánimo de exportar a China vía Vladivostok.
No obstante, un régimen norcoreano que saliese debilitado de toda esta situación, sería también una opción deseable para todos, y especialmente para Pekín, que hasta 2015 no revisará su 12º plan quinquenal, dada la apuesta por el presidente chino, Xi Jinping, por la estabilidad social y política en un contexto económico mundial incierto.
Una guerra convencional dispararía el precio del petróleo lo que sería desastroso para China (y para Europa algo menos, pasado el invierno), y le sacaría los colores en un patio trasero cada vez menos propio (por Vietnam, Birmania, que se alejan). Un conflicto nuclear, afectaría a las dos coreas, a China, a Japón, excepto a los EE.UU. (más allá de sus bases coreanas), siendo sus efectos de difícil análisis dada, afortunadamente, la escasa casuística.
En cualquier caso, todo puede obedecer a una estrategia por la cual el líder norcoreano quiera ser visto como un loco, tratando de llamar la atención (de China), de modo que reclamaría alguna salida “digna” dada le extenuación del régimen (paquetes de ayudas a cambio de ralentizar o poner fin a su programa nuclear, o permitir toda suerte de inspecciones internacionales de nuevo,…). Esperaríamos algún tipo de mensaje corto y amenazador, que bien podría haber sido poner fin al Armisticio. Mostrarse impredecible, irracional e ingobernable, como un sujeto que no tiene nada que perder, pondría a su enemigo en una difícil situación, puesto que no olvidemos que en la zona un conflicto nuclear afectaría a millones de personas directamente, e indirectamente a decenas de millones en las próximas décadas (Corea del Sur cuenta con 48 millones de habitantes; el Norte, con 25 millones; Japón, son 126 millones; las provincias de China limítrofes, no menos de quince millones de las minorías manchú y coreana).
Si ataca nuclearmente, cosa posible, no lo haría sin antes lanzar una serie de ataques de menor calibre para ponderar la reacción de los EE.UU. y sus aliados. Esto podría ser una nueva estratagema, dado que sería un proceder habitual en un conflicto desnuclearizado. Con armas nucleares de por medio, los EE.UU. ya han lanzado su advertencia de cómo podrían intervenir, al ordenar un vuelo de 34 horas, sin paradas, desde Missouri hasta Corea del Sur, y vuelta, de dos bombardeos estratégicos furtivos, los Northrop Grumman B-2 Spirit, excepcionalmente buenos en transportar 16 bombas nucleares de 1.100 kg cada una y en no ser detectados por el enemigo.
Lo que es seguro es que hay un antes y un después. Sadam estuvo unos años en el poder tras la primera guerra del Golfo, pero junto con él, Gadafi (Libia), Osama (Alcaeda),… son ejemplos de lo que sucede cuando un país amenaza a los EE.UU. o a sus aliados, o los atacan. No olvidemos que Corea e Irán son parte de ese “eje del mal” designado por G.W. Bush, ni que la relación norcoreana-iraní es cierta y contraria a los intereses del mundo libre.
Finalmente, erraríamos si la confrontación se lee en los términos planteados en el párrafo anterior, pues estamos más ante una pugna entre dos modelos de comunismo: el chino y el tradicional. Parece claro qué modelo sobrevivirá. Y un último dato, la presidenta democráticamente elegida de Corea del Sur, es hija de dictador, y el de Corea de Norte, es hijo y nieto de dictador. De hecho, el abuelo del dictador norcoreano trató de asesinar al padre de la presidenta surcoreana, matando finalmente a su madre, muriendo posteriormente en otro atentado posterior el padre (aunque a manos de su jefe de inteligencia). ¿Cómo reaccionarán ambas personalidades? ¿Cuál de los pueblos apoya más a su líder? La presidenta, que ganó las elecciones con un escaso 51%, ya ha advertido de que responderá cualquier amenaza, y los surcoreanos, que tienen mucho que perder, no son muy proclives a la confrontación (pero, “¿qué pueblo democrático lo es cuando tiene mucho que perder?”, decía Tocqueville ya en el siglo XVIII) .
Esperemos que China recapacite, y no esté llevando a cabo la máxima de Mao, aquella que decía que “herir los diez dedos de la mano de un hombre es menos eficaz que cortarle uno”. Esperemos también que ese uno no sea Corea del Norte, y EE.UU. el cirujano de China.
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