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La victoria de la negra Dobbe

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20 enero 2013
El Spinoza de la calle del mercado es el título de uno de los relatos contenido en el volumen de cuentos de Isaac Bashevis Singer (RBA Narrativa) que se ha publicado en España. La edición la ha promovido un devoto lector del escritor polaco al que le dolía que su obra cayera en el olvido. Singer, judío nacido cerca de Varsovia a comienzos de siglo y emigrado a Estados Unidos poco antes de la invasión nazi, nos sumerge en sus deliciosos relatos en un mundo yiddish humanamente riquísimo.

El "Spinoza" de Singer es el profesor Fischelson que, desde hace décadas, ha consagrado la vida al estudio del filósofo racionalista. El profesor Fischelson, que está a punto de morir de viejo, se enamora de la negra Dobbe y acaba casándose con ella. Y, lo que es más inesperado aún, el matrimonio se consuma. Fischelson, tras el suceso, le pide perdón a Spinoza por haberse convertido "en un tonto".

La de Singer es una literatura en la que pasan cosas, a diferencia de lo que ocurre en mucha narrativa del siglo XX. Con un trasfondo en el que están muy presentes las dos guerras mundiales y el ascenso del totalitarismo, aparece una galería muy variada de personajes, muchos de ellos pobres, humillados y olvidados. Pero en ningún caso domina ni la amargura ni la desesperación. "Uno debe mantenerse siempre alegre", dice uno de sus personajes que ha perdido todo. Los cuentos tienen todo el color del judaísmo centroeuropeo, sus costumbres, sus duendes y supersticiones. Pero lo que quizás los hace más judíos sea que siempre están atravesados por la espera o por la irrupción de un acontecimiento, ya sea en esta vida o en la futura, que reordena el mundo y hace justicia.

La comparación con Kakfa, otro escritor de origen judío, casi se impone. En las obras del autor checo el lector tiene la sensación de que la espera de sus personajes se pierde en un laberinto burocrático (El proceso). Hay, sin duda, otras interpretaciones de Kakfa y no se puede simplificar su obra. Pero podemos ver en Singer y en Kafka quizás las figuras emblemáticas de dos modos de entender la espera.

En un caso, el mayoritario, la espera y el deseo son comprendidos como un gran enigma sin solución, el origen de una soledad irremediable. Es, entonces, imposible la alegría, imperativo el escepticismo. La falta de satisfacción se entiende como un defecto de fábrica. Seguramente es un efecto del racionalismo que derrotó la negra Dobbe. La otra veta, absolutamente minoritaria, está integrada sobre todo por judíos y cristianos que han sido fieles a su tradición (Potok, Peguy, Giussani). Estos en la espera reconocen ya la respuesta. En la insatisfacción, la compañía que vence la soledad. La pregunta no se puede formular sin solución. Es un problema de lectura, de interpretación. "Pasan años y los hombres/siguen padeciendo sed, la estrella sigue en el cielo, sólo muy pocos la ven", escribía Luis Rosales, en unos versos dedicados a la cercana fiesta de la Epifanía. El poeta, que en otro villancico asegura que seguir esa sed te lleva a la fuente, es más claro que un tratadista.

Seguramente esta disyuntiva interpretativa, mucho más que las cuestiones morales, es la clave cultural de este comienzo de siglo. Y hay que ser realista. Junto al hombre y la espera hay un tercer personaje que desempeña un importante papel: el poder. No se juega en terreno neutral. El poder económico, político y social, como ya denunciaba el Pasolini de los años 70, logra su mayor éxito cuando consigue imponer, de forma sutil, una interpretación del deseo. Al mercado le conviene imponer la desmemoria para que la satisfacción se identifique con la repetición de lo que nos ha dejado insatisfechos. Y al poder político convertirse en la única referencia de unidad a costa de mutilar ese anhelo que al profesor Fischelson le permitió reconocer el amor cuando le pasó por delante de las narices.

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