Una huelga sin razones
Ante la situación dramática que nuestro país está pasando (desahucios, desempleo, endeudamiento de las familias), las protestas sociales van aumentando cada vez más: el 15-M, el asociacionismo reivindicativo contra los excesos de nuestro sistema bancario, el hartazgo del ciudadano frente a la clase política, el descontento frente a los recortes aplicados por el Gobierno… A nivel social, la crisis ha sido un torpedo en la línea de flotación que está obligando a replantear algunos cimientos sobre los que habíamos construido el Estado del bienestar en los últimos 30 años. Y, en efecto, como denuncian los sindicatos, una especulación incontrolada, el sistema de concesión de préstamos hipotecarios por parte de los Bancos, o la burbuja inmobiliaria, han sido, en gran parte, responsables de una recesión cuyos efectos no han hecho más que empezar. Pero no son los únicos. Habría que empezar por el principal cáncer que se ha extendido: el sistema de la subvención, que ha anestesiado la capacidad de iniciativa de muchos sujetos sociales (ONG, partidos políticos, sindicatos, CEOE,…) y no ha generado obras. Y es que son muchos quienes han estado alimentándose de la leche de la Administración Pública, sin que ésta se haya preocupado por controlar que el dinero se destinase a aquellas actividades cuya subvención se solicitaba.
Con la huelga general, vamos a asistir a un nuevo grito ("Nos dejan sin futuro"), que expresa la impotencia de una gran parte de la sociedad que se resiste a asumir que el Estado del bienestar, en los términos en los que está implantado en nuestro país, es inasumible; un grito que expresa una incapacidad de hacer un examen de conciencia a fondo, en el que se pueda asumir la responsabilidad que tenemos en empezar a pensar en soluciones, y que corre el riesgo de ir a la deriva. Nos hemos acostumbrado demasiado a que sea papá-Estado quien nos resuelva todo (becas, subvenciones, ayudas, acomodarme en el puesto de trabajo alegando haber aprobado una oposición…), y, al haber renunciado a ejercer nuestra razón en el trabajo y en la vida pública, vemos lo que se nos viene encima: nos quejamos en las manifestaciones, pero renunciamos a cuestionar ciertas decisiones de los superiores por miedo al "qué dirán".
Ahora ya no es tiempo de esperar nada de otros, sino que es oportunidad para construir sociedad civil: para empezar a entender que nada se obtiene por el mero hecho de pedir, sino que hay que lucharlo. Que ya no podemos pretender que sean las Administraciones Públicas quienes nos digan quiénes somos ni quienes nos proporcionen el bienestar que necesitamos: o somos protagonistas, y, por tanto, capaces de generar cambio, o nuestro futuro estará a merced de lo que nos dicten otros. En países como Gran Bretaña o Italia, solidaridad y subsidiariedad, expresadas en obras e iniciativas, ya empiezan a significar algo: que las personas empiezan a ser protagonistas. Si esto es así, entonces, el futuro es de las personas. Para ello, hace falta que todos nos impliquemos en una tarea común; y tenemos razones sobradas para ello: porque son los deseos de nuestro corazón el punto de partida común que nos permite empezar a caminar (en el fondo, todos deseamos la felicidad y la plenitud de nuestras vidas); porque el construir juntos nos permite un diálogo y nos da esperanza;; porque, siendo protagonistas en nuestro ámbito, crecemos como sociedad si buscamos el bien común (que no es incompatible con las exigencias de justicia). Y esto es tarea de todos, también de quienes se limitan a buscar culpables, sin proponer soluciones reales, y convocan irresponsablemente a una huelga general.