Rosalía: El mundo entero cabe en LUX

Después de toda la expectativa que ha generado Rosalía las últimas semanas, por fin llega a nosotros LUX, el cuarto álbum de la cantante catalana. Con 15 canciones en plataformas digitales y 18 en los álbumes en físico (estos cuentan con 3 Bonus Tracks), puedo decir, a título personal, que la cantante no nos ha decepcionado.
No es un álbum de música cristiana carismática —menos mal—, y tampoco es un álbum de música urbana como Motomami. LUX es un universo más amplio donde cabe esta Rosalía maximalista que, por más que se expanda en su registro musical, no ha perdido su característico estilo que mezcla lo tradicional del flamenco con los ritmos más urbanos (que aparece en canciones como La Rumba del Perdón).
El rango de idiomas y ritmos que se incluyen en LUX es alucinante. Desde canciones agresivas como Berghain y Porcelana, pasando por una muy divertida La Perla, hasta las baladas dulces como Mio Cristo Piange Diamanti y Sauvignon Blanc, Rosalía se desliza por letras y ritmos que son tan distintos como todo lo que quiere decir en este álbum.
Lo que a mí me ha parecido es que el recorrido de Rosalía en LUX es un Viacrucis de tres estaciones, o, como Dante, un camino que se divide en tres espacios: Infierno, Purgatorio y Paraíso.
Rosalía abre este álbum con la canción Sexo, Violencia y Llantas y expone sus dos “amores”: amar al mundo y amar a Dios, la tierra y el cielo. Rosalía pinta a la tierra como un espacio violento, donde parece que no hay nada bueno, mientras que el cielo es ese lugar etéreo e inmaculado. Una dicotomía quizás demasiado maniquea, pero me parece sincero el deseo de querer amar ambos espacios, no solo quedarnos con lo bueno y tampoco conformarnos con solo lo malo.
Las canciones que le siguen muestran esta relación entre un mundo concreto —véase la lista de ciudades que menciona en Reliquia— y cómo este puede ser un signo de algo más trascendente —como dice en la canción Divinize: “through my body you can see the light”—. Pero sigue moviéndose en la dicotomía de pérdida y ganancia, de dolor y placer, de lo que le pertenece y lo que no, pasando de la “nada” a la “lux mundi”.
Hasta que llega la canción Mundo Nuevo en la que aparece una nueva reacción frente a este mundo, que es renegar de él. Lo interesante, sin embargo, es que este renegar no nace de la resignación conformista de “apaga la luz y vámonos”. No es darle la espalda al mundo porque ya no encuentra su lugar en él. Es el renegar de este mundo deseando conseguir uno nuevo, un mundo “con más verdá”. Es un deseo que relanza a Rosalía a entrar en este mundo deseando un horizonte más amplio, más verdadero.
Y entonces aparecen canciones como De Madrugá y Dios Es Un Stalker que hablan de un nuevo comienzo, un amanecer que trae luz a un mundo nuevo y que las cosas como el viento o el silencio se convierten en signos de una presencia.
Presencia que lo llena todo, desde El Titanic hasta un alfiler, como bien describe en La Yugular. Pero es precisamente en esta canción que Rosalía da un paso más allá y descubre un grito en ella. Un grito de que nada es suficiente. Ni siquiera cuando le dicen que el cielo tiene 7 niveles, ella exige ver el 8, el 10 y el número mil. Dice querer atravesar no una sola puerta, porque un solo umbral es poco, y que millones de puertas tampoco le parecen suficientes.
Y este grito se convierte en relación. Las canciones hacia el final del álbum son el cómo Rosalía se relaciona ahora con las cosas como lugar donde puede suceder esta relación que tanto ansía. Una relación tan nueva y verdadera que hasta entran cosas, aparentemente insólitas, como la falta de miedo o el perdón.
Hasta que llegamos a la última canción, la cual no quiero destripar. Tan solo diré que en ella se culmina este viaje de la manera no solo más ansiada para la cantante, sino para todos los que la escuchamos.
Definitivamente, Rosalía se merece todas las magnolias que ella pide que le tiremos.
Gracias, Rosalía, por tu seguir tu vacío, tu deseo de infinito, hasta llegar a esta LUX.
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