Dos años de guerra

Mundo · Michele Brignone
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9 octubre 2025
El 7 de octubre, con todo lo que le siguió, es un punto de inflexión histórico y aún no podemos calcular todas sus implicaciones. La realidad ha mostrado que el simple uso de la fuerza, empleada por Israel, no la protege contra el odio y el resentimiento que sus acciones inevitablemente generan.

El segundo aniversario del ataque del 7 de octubre de 2023 podría coincidir, y así lo deseamos fervientemente, con el comienzo del fin de la guerra desencadenada por el «Diluvio de al-Aqsa». Lamentablemente, independientemente de la fecha en que concluya, ya es la más sangrienta de la historia de los conflictos árabe-israelíes e israelo-palestinos. Esta excepcionalidad hace que esta guerra sea más que un simple nuevo capítulo de una dolorosa secuencia. El 7 de octubre, con todo lo que le siguió, es un punto de inflexión histórico. Aún no podemos calcular todas sus implicaciones, pero algunas son de tal magnitud que permiten hacer algunas valoraciones.

En primer lugar, está la consecuencia más inmediata y concreta: la hostilidad, la profunda desconfianza y, probablemente, el odio que separan cada vez más a judíos y palestinos. En una hermosa y conmovedora entrevista, el cardenal Pizzaballa recordó recientemente que la suspensión de los combates armados no equivale al fin del conflicto e insistió en el trabajo que habrá que llevar a cabo para que cada una de las dos comunidades reconozca sus propias responsabilidades y el dolor de la otra.

Para contribuir a esta labor, conviene centrarse en los profundos cambios que la guerra ha desencadenado o sacado a la luz. Uno de ellos se refiere a la evolución y las decisiones de Israel. Este último nació como una patria en la que los judíos pudieran finalmente vivir seguros tras las persecuciones sufridas en Europa. La brutal operación de Hamás, el atentado más grave perpetrado contra los judíos desde el final del Holocausto, ha hecho tambalear esta certeza, pero también ha puesto de manifiesto las grandes limitaciones de las políticas aplicadas en las últimas décadas por Israel para restablecer, como se ha leído y oído tantas veces, una «disuasión» que parece cada vez más quimérica. Las acciones militares, las expansiones territoriales, los muros y las barreras de diversos tipos simplemente han elevado el nivel del conflicto, generando más problemas de los que pretendían resolver. Y si bien los numerosos frentes abiertos después de 2023 han permitido al Estado judío asestar un duro golpe a sus enemigos externos, el simple uso de la fuerza no lo protege contra el odio y el resentimiento que sus acciones inevitablemente generan.

En segundo lugar, estos dos trágicos años han eliminado la espesa capa de indiferencia que durante mucho tiempo había cubierto la cuestión palestina. Se podría decir, y quizá alguien lo haya dicho, que este es el verdadero resultado conseguido por Hamás, que en cambio ha fracasado en su objetivo declarado de iniciar una guerra de liberación generalizada, capaz de movilizar en círculos concéntricos primero a los palestinos de Cisjordania, Jerusalén e Israel, luego a los miembros del Eje de la Resistencia liderado por Irán y, por último, a todos los países árabes y musulmanes del mundo. En realidad, la renovada atención hacia la situación palestina no es tanto el resultado de la operación del movimiento islamista, sino el efecto de la brutalidad de la respuesta israelí. Tolerada durante mucho tiempo a nivel internacional, la transformación de Israel en un superestado libre de cualquier ley común comienza a suscitar una oposición creciente en sectores importantes de la opinión pública occidental. Las numerosas manifestaciones organizadas recientemente en Italia y en otros países europeos indican una saludable toma de conciencia, que, sin embargo, no debe desperdiciarse en la reedición de un enfrentamiento ideológico entre visiones maximalistas.

La suma de estos procesos está creando, mientras tanto, un progresivo cambio en los términos del problema. Israel, como recordábamos al principio, nació para dar a un pueblo sin tierra una patria en la que sentirse finalmente seguro después de los horrores sufridos en Europa. Ahora es el Estado judío el que está en el banquillo de los acusados, acusado de una abominación similar a la sufrida por los judíos en el siglo pasado. Y si bien el recurso a la categoría de genocidio dista mucho de ser unánime, es innegable que Israel ha cometido graves crímenes contra la humanidad, entre ellos intentar una limpieza étnica de la Franja de Gaza que, por el momento, se ha evitado al menos en parte gracias a la propuesta de paz del presidente Trump. Al mismo tiempo, hoy en día es el pueblo palestino el que aspira a tener por fin un Estado y un territorio propios. Por simbólico que sea, el reconocimiento de la legitimidad de esta aspiración por parte de un número cada vez mayor de gobiernos europeos señala un cambio nada desdeñable, que, sin embargo, está destinado a quedar en papel mojado si no se traduce en un compromiso estable.

Pero décadas de hostilidad, y en particular esta última guerra, también han hecho resurgir en Europa un preocupante antisemitismo, que corre el riesgo de recrear un clima similar al que a finales del siglo XIX llevó a algunos intelectuales judíos a dar vida al sionismo político.

El plan estadounidense que se está debatiendo en estos momentos tiene el mérito de interrumpir la fase más destructiva del conflicto. No resuelve, ni siquiera aborda, los nudos decisivos de la cuestión. Sin embargo, es la única rendija que se ha abierto en estos dos años. Como ha escrito de nuevo el cardenal Pizzaballa, «el fin de la guerra no marca necesariamente el comienzo de la paz. Pero es el primer paso indispensable para empezar a construirla. Nos espera un largo camino para reconstruir la confianza entre nosotros, para dar concreción a la esperanza, para desintoxicarnos del odio de estos años. Pero nos comprometemos a ello, junto con los muchos hombres y mujeres que aquí aún creen que es posible imaginar un futuro diferente». Son palabras dirigidas a la Diócesis del Patriarcado Latino de Jerusalén, pero válidas para todos.

 

  • Artículo publicado en Oasis

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