Nosotros y la guerra de Gaza

Editorial · Fernando de Haro
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27 septiembre 2025
La violencia hacia el “otro” la ejercemos cuando lo consideramos enemigo de nuestra felicidad, raíz de nuestro malestar. La infelicidad se ha convertido en la categoría política suprema. No se puede construir la paz sin sujeto y sin que ese sujeto esté de algún modo conforme consigo mismo.

No hace falta haber estado en Gaza para comprender qué pasa en Gaza. No hace falta conocer todos los detalles de esta guerra, del conflicto en Oriente Próximo, para entender la clave fundamental de lo que sucede. No hace falta ser miembro de una delegación de Naciones Unidas y condenar ante los embajadores de todo el mundo los atentados de Hamas y la masacre inhumana y desproporcionada de Netanyahu para ser un protagonista en esta trágica historia.

Todos sabemos, salvando las distancias, qué significa “vivir Gaza”. Aunque no hayamos estado allí sabemos de dónde nace la voluntad de destruir al otro y sabemos qué tipo de satisfacción, de conformidad con uno mismo, hace falta para abrazarlo y para construir la paz. De las dos cosas tenemos experiencia. Las aguas del río de la historia bajan por el cauce que traza el corazón de las personas. El efecto mariposa también se aplica a la ecología humana.

En los últimos años, para explicar los grandes cambios del mundo, cualquier especialista que se precie se refiere a la condición existencial. Malestar, vacío, ira, revancha, ignorancia son las palabras que utilizan no los psicólogos sino aquellos que quieren comprender la crisis de la democracia o el origen de una guerra. La infelicidad ha dejado de ser un problema de los inclinados a la introspección, de los intimistas, y se ha convertido en la categoría política suprema. No se puede construir la paz sin sujeto y sin que ese sujeto esté de algún modo conforme consigo mismo.

Al menos en esto los tiempos son favorables: la experiencia desmiente de forma obstinada la vieja idea de que la vida y la política son dos cosas diferentes o autónomas.

No hace falta estar al tanto de todos los detalles de la guerra en Gaza, pero es conveniente tener en cuenta que Israel vive en un estado de shock desde los atentados de octubre de 2023. Netanyahu ha aprovechado esa situación para plantear una guerra larga que no puede ganar (no puede derrotar por completo a Hamas). Es conveniente tener presente que el Tribunal Penal Internacional acusa al primer ministro israelí de delitos de guerra y de lesa humanidad; que la ONU considera que se está produciendo un genocidio (voluntad de acabar con parte o toda una población); que hay cerca de 70.000 muertes de los cuales el 80 por cierto son de civiles; que se ha cerrado durante meses el acceso a la ayuda humanitaria; que en la Franja domina la hambruna cuando a pocos kilómetros se acumulan alimentos que no se pueden utilizar.

No hace falta saberlo pero es conveniente tener en cuenta que el reconocimiento del Estado Palestino no sería un premio para Hamas sino una oportunidad para Israel: una oportunidad para establecer una relación menos conflictiva con buena parte del mundo árabe (como la que el propio Netanyahu había impulsado con los Acuerdos de Abraham antes de que comenzara la guerra), para obligar a la Autoridad Nacional Palestina a que asuma sus responsabilidades nacionales e internacionales en la lucha contra el terrorismo.

No es necesario saber, pero si es conveniente conocer que la Declaración de Nueva York, impulsada por Francia y Arabia Saudí la semana pasada, en otras circunstancias, hubiera sido asumible por Israel. La propuesta incluye el desarme de Hamas y el veto a que los islamistas gobiernen, así como la liberación de todos los secuestrados y un Gobierno civil. No sería imposible llegar a un acuerdo para establecer una fuerza de interposición, para determinar quién tiene el control de acceso y cómo se lleva a cabo la reconstrucción. Es conveniente saber, para rechazarla de plano, que una solución que imponga un éxodo forzado a casi dos millones de personas sería un gravísimo ataque a su dignidad.

También es conveniente saber que la economía y la prosperidad de Israel dependen de sus relaciones con el exterior (especialmente con la UE). Es conveniente saberlo para decidir qué tipo de sanciones es conveniente aplicar.

No es necesario conocer los detalles de cómo Tierra Santa, a partir de finales del siglo XIX y especialmente durante el nefasto mandato británico a comienzos del siglo XX, empezó a convertirse en un rincón del mundo donde la paz parece imposible (detalles muy bien contados por Benny Morris en su último libro). No conocemos todos los particulares, pero sí lo esencial del argumento: que la violencia hacia el “otro” la ejercemos cuando lo consideramos enemigo de nuestra felicidad, raíz de nuestro malestar. Nuestra contribución a la paz debe tener en cuenta la ecología humana: la primera contribución que hará posible todas las demás es alcanzar un estado de conformidad con nosotros mismos que no necesite destruir a nadie. Se llama alegría.

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