El monje y el robot trabajan en Amazon

Bezos, que se ha vuelto a casar en Venecia, apostó hace trece años por la robótica. Compró en 2012 una pequeña empresa del sector para utilizar robots aplicados a la logística. Ahora Hércules y Sparrow son algunos de los trabajadores mecánicos habituales en Amazon. Hércules levanta estanterías con mercancías. Sparrow es un brazo inteligente diseñado para reconocer, y mover objetos. En la empresa de Bezos pronto habrá más robots que humanos.
Las predicciones de los relatos de ficción van camino de cumplirse. Lo interesante es que en esos relatos ya no solo se describe un mundo poblados de robots. Ahora hablan de máquinas que toman conciencia de sí mismas y conversan de tú a tú sobre la paradoja de la vida con los humanos. Es lo que sucede en la novela Monje y Robot, de la escritora estadounidense Becky Chambers. El monje en el libro es un personaje humano que se llama Dex y que se dedica a escuchar a la gente y a preguntarse por el sentido de su vida. El robot se llama Onfalina. Un día los dos se encuentran en un bosque y el robot le dice al monje: “eres un animal, hermano Dex. No sois distintos u otra cosa. Sois un animal. Y los animales no tienen un propósito. Nada lo tiene. El mundo existe sin más”. El monje ante esta afirmación se sorprende porque lleva años intentando saber qué sentido tiene su vida. De forma muy educada el robot añade: “Si quieres hacer cosas que sean significativas para otra gente, ¡pues vale! ¡Bien! ¡Yo también quiero hacerlas! Pero si quisiera arrastrarme por una cueva y observar estalagmitas […] durante el resto de mis días, eso también estaría bien y sería válido. No dejas de preguntarte por qué tu trabajo no es suficiente y no sé cómo responder a eso, porque es suficiente existir en el mundo y maravillarte por él. Tienes permiso para vivir sin más. Eso es lo que hacen la mayoría de los animales”.
El robot, que ha adquirido autoconciencia, le reprocha al humano que se pregunte “por qué su trabajo no es suficiente” y que busque un propósito y un sentido a su vida. “Es suficiente existir en el mundo”, añade.
La ficción nos pone ante un escenario imposible pero muy útil. Dos seres con autoconciencia, uno buscando el sentido y otra que niega la posibilidad de que ese sentido exista. Esos dos seres, el robot y el humano, somos nosotros mismos dependiendo de cuál sea la hora del día. Muchas veces 10 por ciento humanos y 90 por ciento robots.
Pero quedarse en la reivindicación del valor del sentido en este momento en el que Bezos se rodea de robots es insuficiente. También se hablaba hace años de la necesidad de “un mundo con valores”, sin que nunca supiéramos cuáles eran esos valores ni cuál era su sustento.
Hay un modo “muy robótico” de entender el sentido de la existencia. Consiste en imaginar que la “ciencia del sentido”, la ciencia de la verdad sabe hacer una copia fotográfica de la realidad y de sus conexiones, de los motivos que la explican. Explicar el sentido de las cosas o afirmar o vivir la verdad es, desde este punto de vista, sostener ciertos enunciados y principios objetivos que hemos conseguido alcanzar porque alguien nos los descubre. Basta repetirlos.
Cuando nos sorprende un acontecimiento imprevisto de carácter negativo solemos decir: “las cosas suceden por algo”. Esperamos que algún día ese motivo que permanece de momento escondido aparezca ante nuestros ojos como la explicación de un problema de matemáticas no resuelto. Hasta ahí puede llegar un robot. Pero eso no es conocer el sentido, eso es convertirlo en una pieza de museo. El sentido es algo humano, tejido en las relaciones con el hilo de la historia. El sentido es algo que se alcanza con la razón, es decir con la experiencia: única herramienta útil, siempre subjetiva, para alcanzar una objetividad que no es fotográfica.
Dice el robot de la novela: “es suficiente existir en el mundo y maravillarte por él”. La maravilla ante el mundo es la puerta de la experiencia, lo que nos hace humanos, la que nos hace racionales. La maravilla es la que nos hace entender que existir no es suficiente.