El chamaco de Chiapas espera

El chamaco dormita con la cara apoyada en la espalda de su madre, que lo lleva atado a la espalda, mientras el cura celebra la misa de San Juan Bautista en lengua tzotzil, preservada gracias al empeño de los dominicos españoles del siglo XVI. La madre reza sentada en el suelo muy atenta, con los ojos fijos en un retablo de estilo barroco con santos de rasgos indios enmarcados con luces de colores como las que se utilizan en los árboles de Navidad. Es un día grande en Zinacantán, uno de los pueblos indígenas del estado mexicano de Chiapas. Ha habido procesión y luego habrá fiesta con puestos de honor para los “presidentes”, los responsables de la comunidad que deciden todo en asamblea.
Mientras dormita el chamaco no sabe que hay grandes empresas mineras que quieren controlar su tierra, no sabe que el Cártel de Jalisco Nueva Generación y el Cártel de Sinaloa que se disputan su mundo ya no se dedican solo al tráfico de drogas porque ahora es más rentable el secuestro, la trata de blancas, el tráfico de armas o la explotación de migrantes que quieren cruzar desde Guatemala a Estados Unidos. El chamaco no sabe que en su tierra hay decenas de miles de asesinados y de decenas de miles de desaparecidos cuyos cuerpos han sido disueltos en ácido.
El chamaco tampoco sabe que dentro de algunos años vendrá un sicario a buscarle y le ofrecerá un buen sueldo, le dará dinero para celebrar su boda y para ir al médico. No sabe que el Gobierno estará con los narcos y los narcos estarán con el Gobierno. La abuela de la abuela de la abuela del chamaco creía en la diosa de la tierra, en el dios del sol y en el diosa de la luna. Luego llegaron los dominicos españoles y le enseñaron que Dios se había hecho carne, que Dios era misericordia. Y ahora la abuela del chamaco, que es todavía joven, tiene la compañía de los santos, de la Virgen y de Jesús para acompañar su vida y tiene a los curas buenos -también hay curas no tan buenos- que la defiende de los poderosos, de los caciques indios y de los caciques políticos. El chamaco todavía no sabe que ahora los chamacos mayores que él matan por encargo de algún sicario a los curas que confiesan a sus abuelas.
Dentro de pocos años el chamaco que ahora dormita en la espalda de su madre no comerá tortillas de maíz cocinadas con fuego de leña. Se alimentará de comida basura en una franquicia que habrá donde está el mercado de flores, pasará las horas viendo videos en Tiktok y olvidará el tzotzil porque la aplicación de Inteligencia Artificial del momento no la usara. La iglesia colonial en la que madre del chamaco celebra la gran fiesta se quedará seguramente vacía y se convertirá en un museo.
Hay quien lucha por mantener la cultura india anterior a la llegada de los españoles. Y bien está, tiene cosas buenas y otras malas que conviene olvidar cuanto antes. Hay quien lucha por preservar la gran síntesis que hicieron los dominicos españoles, gran obra, inmensa obra. Pero tampoco eso le servirá ya al chamaco. Hay quien con una gran ingenuidad piensa que la secularización es solo cosa de Europa y América Latina y que África y que Asia están a salvo, que siempre serán religiosas. Hay quien habla de la síntesis domínica como si fuera una categoría eterna.
Pero ninguna tradición servirá para que el chamaco le diga no al sicario cuando llegue para convertirlo en un asesino, ninguna tradición servirá para que el chamaco no se convierta en un desarraigado hombre sin alma. Solo servirá algo presente, un maestro, un cura, un buen masón, un amigo que le desafié para que sea él mismo, para que hable la lengua de los hombres libres. Una lengua que se habla en tzotzil, en español y en todos los idiomas del mundo. Hace falta un presente para que el chamaco defienda su tierra y su agua, pero sobre todo para que defienda la tierra infinita de su humanidad.