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Agustín sí que era un humanista

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19 febrero 2012
En el debate político español, la semana pasada se habló de cristianismo. Es una excepción. De estas cosas no se habla en público en este país. Pero no hay motivos para felicitarse. No se habló mucho ni se habló bien. La cuestión estaba desenfocada.

Se ha hablado de cristianismo porque el PP, el partido en el Gobierno, ha celebrado su XVII Congreso. El PP sigue definiéndose como un partido que "está inspirado en los valores de la democracia, la tolerancia y el humanismo cristiano". Algunos representantes del ala liberal del partido en Madrid propusieron que esa referencia al humanismo cristiano se suprimiera y se sustituyera por "occidental o europeo". La propuesta ha sido rechaza por una amplísima mayoría. Se mantiene la cláusula. Ya veremos si sirve para frenar al zapaterismo social que avanza entre el centro-derecha español.  

Hagamos un ejercicio de sinceridad. Admitamos que, tal y como están las cosas, hay cierta lógica en la propuesta de los liberales. En el fondo estamos hablando de un conjunto de valores que, con el tiempo, se han ido cada vez desdibujando más. Si quitamos las cuestiones relacionadas con el aborto y el matrimonio homosexual sería difícil saber si los que atacan y defienden el humanismo cristiano tienen posiciones muy distantes. Y luego está, claro, la cuestión histórica. España estaba aislada de Europa cuando un humanismo cristiano nada vergonzante, junto a la tradición liberal y socialista, reconstruyó el Viejo Continente arrasado por las dos guerras mundiales. El humanismo cristiano, que en nuestro caso es catolicismo, desempeñó un papel decisivo en la construcción de la reconciliación que hizo posible la Transición. El Concilio Vaticano II es clave para que vuelva de forma pacífica la democracia a España. Pero la propia Iglesia se ocupó equivocadamente de minimizar su papel histórico.

Los liberales pueden identificar el humanismo cristiano con una referencia genérica a los valores occidentales porque, en la mayoría de los casos los cristianos, han aceptado que su experiencia se reduzca a una especie de a priori cultural o a una ética. Domina un tipo de fe que está reducida a ejemplo moral, es la misma reducción que hizo el monje Pelagio en el siglo V. "Este es el horrendo y oculto veneno de vuestro error -le decía Agustín de Hipona a los pelagianos- que pretendéis hacer que la gracia de Cristo consista en su ejemplo y no en el don de su Persona". (Contra Iulianum. Opus Imperfectum). El cristianismo hispánico, que es el que forma América tiene una sorprendente facilidad para convertirse en una ética, alcanzable y realizable con una voluntad esforzada y decidida.

Es el propio Agustín el que con una precisión que nos resulta muy cercana describe la verdadera naturaleza del cristiano. Lo hace al explicar qué tipo de problema resuelve. En su libro De libero arbitrio está recogida una discusión en la que participó en el otoño del año 387. Los términos son absolutamente postmodernos. En aquel momento dice Agustín: "Mihi si esset potestas ut essem beatus, iam profecto essem: volo enim etiam nunc, et non sum, quia non ego, sed ille me beatum fecit. (Si en mi mano estuviese ser feliz lo sería desde ahora; lo quiero en este momento, y no lo soy porque no soy yo quien me hace feliz sino él)". Ese es el corazón del cristianismo. No una estructura filosófica o una tradición que con el tiempo acaba desdibujando sus perfiles sino un Hombre que te sale al encuentro y que responde a tú incapacidad de alcanzar la felicidad deseada. Desde el siglo XVII en España el catolicismo se ha considerado, en muchos casos, como algo ya sabido y adquirido. Pero el cristianismo es, en realidad, Alguien que te sucede. Como eso ni se considera desde el XIX su contenido ya apenas desafía la libertad de los modernos. ¿Quién puede sentirse provocado o desafiado por un humanismo cristiano que se ha quedado sin contenido? Ese humanismo se puede defender, y algunos lo han hecho con mucha energía. Pero su capacidad de cambio es casi igual a cero. El verdadero cambio es posible cuando se tiene una experiencia como la que a Agustín le lleva a decir: "no soy yo quien me hace feliz sino Él". De ahí nace también una presencia cristiana en el mundo de la política. Si hay hombres y mujeres como Agustín hay sujeto cristiano. Y es el sujeto cristiano el que puede hacer política cristiana, no las etiquetas.

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