Notre-Dame de L’Oréal París
Hace justo veinte años se estrenó Olvídate de mí, dirigida por el cineasta francés Michel Gondry —con guión del gran Charlie Kaufman—, una de las películas más lúcidas sobre uno de los trends de fondo que marcan nuestra época. Gondry&Kaufman cuentan la historia de amor de una joven pareja (interpretada por Jim Carrey y Kate Winslet) que, tras romper su relación, se someten a un proceso de borrado de los recuerdos recíprocos de uno sobre el otro. El título original en inglés, Eternal Sunshine of the Spotless Mind (“Eterno Resplandor de la Conciencia Impoluta”) no puede ser más atinado: si la vida vivida deja dolorosas heridas, lo “mejor” para salir adelante y superar los traumas es borrar las huellas del pasado. Gondry&Kaufman captan de una manera muy fina cómo el ideal de la libertad entendida como una permanente posibilidad de empezar de cero tiene un terrible peaje: la imposibilidad misma de la memoria, de poder trazar un relato histórico coherente de la propia vida. El precio a pagar por una conciencia impoluta, sin manchas ni cicatrices, es no tener historia.
Robert Bevan, en su fantástico ensayo La destrucción de la memoria (La Caja Books, 2019) cuenta el caso paradigmático de la reconstrucción de Varsovia tras la Segunda Guerra Mundial. Los nazis, en un eficaz ejercicio de urbicidio, decidieron no dejar piedra sobre piedra de la capital de Polonia, que arrasaron desde sus cimientos. Las autoridades comunistas polacas se encontraron ante un gigantesco trauma colectivo de muy difícil gestión, y decidieron que la mejor manera de poder digerirlo era reconstruir Varsovia tal y como era justo antes del 1 de septiembre de 1939. A través de un laborioso proceso de recopilación de fotografías, películas, grabados y testimonios de supervivientes, se reprodujeron los trazados urbanos y las fachadas de las manzanas del casco histórico con la mayor precisión posible. El resultado es una réplica formalmente fidedigna, pero que no puede eludir las inevitables consecuencias de su radical simulación: por ejemplo, el Gueto de Varsovia, lugar donde aconteció la mayor epopeya histórica de la ciudad, quedó diluido en la reordenación general y, a día de hoy, un visitante promedio no puede siquiera intuir lo sucedido allí entre 1939 y 1945, fuera de los museos, placas o estatuas conmemorativas.
En 1997 el arquitecto británico David Chipperfield ganó el concurso para proyectar la reconstrucción del Neues Museum, museo berlinés ubicado en la Isla de los Museos, que fue severamente dañado durante la Batalla de Berlín (1945), y que, desde entonces, estaba abandonado y en estado de semirruina. El Neues Museum era un precioso edificio de corte neoclásico e historicista, construido a mediados del S. XIX, y era sin duda alguna una de las joyas de la capital de Alemania antes de la Segunda Guerra Mundial, de la que existían muchísimos testimonios gráficos de su estado original. Sin embargo, el proyecto de Chipperfield, en una decisión contracorriente de la opinión pública del momento, no iba orientado a la reconstrucción “tal cual era” del museo, sino a la restauración de los elementos subsistentes para integrarlos en una superestructura contemporánea, que recogía el espíritu racional de la arquitectura neoclásica decimonónica. Así, Chipperfield incluyó los muros y columnas con impactos de balas dentro del recorrido museístico, para que, junto con la imponente colección arqueológica, se preservara la memoria de la destrucción causada por la locura nacionalista por la que el pueblo alemán se dejó embaucar.
El 15 de abril de 2019 se desató un incendio en el tejado de la Catedral de Notre-Dame de París, que provocó el derrumbe del tejado y de su célebre aguja, así como inmensos e irreparables daños en el interior; al extinguirse el fuego, solamente quedó en pie la estructura, las dos torres y una pequeña parte de la cubierta. El desastre fue un auténtico shock nacional en Francia, y el Presidente Emmanuel Macron comprometió todos los recursos del Estado y su propio crédito político en reconstruir la Catedral en un tiempo récord. Habida cuenta del carácter icónico de Notre-Dame, su fuerte arraigo en el subconsciente colectivo y la multitud de actores e intereses en juego, encontrar una solución consensuada entre los partidarios de soluciones más conservadoras y los de propuestas más vanguardistas, no era una tarea fácil en absoluto. Al final, Macron, contra el criterio de la Diócesis de París, que quería aprovechar las obras para introducir elementos de arte contemporáneo en Notre-Dame, adoptó la decisión de echar atrás las manecillas del reloj y ordenó reconstruir la Catedral siguiendo estrictamente el “modelo Varsovia”, dejándola tal y como estaba un minuto antes del incendio. Probablemente, a la vista de las reacciones, la decisión adoptada es la que mejor ha interpretado el sentir del pueblo parisino y francés.
La idea central del proyecto es restituir la imagen que el público actual tiene de Notre-Dame, que no es la de su configuración originaria, sino la de su (ya de por sí polémica) restauración llevada a cabo por el arquitecto francés Eugène Viollet-le-Duc a mediados del S. XIX (que, entre otros muchos elementos, reinventó —conforme al gusto neogótico de la triunfante burguesía— la aguja que había sido desmontada en el S. XVIII), dentro del programa político de retorno a los valores religiosos y estéticos del Antiguo Régimen llevado a cabo por Napoleón III. Es decir, la operación de reconstrucción pretende volver al restyling o facelift que en pleno Romanticismo se hizo de la Catedral, una imagen inventada de cómo sería el templo en la Edad Media, acomodada a la propia sensibilidad de esa época, no al Notre-Dame originario del S. XII-XIII. Para ello, se ha ejecutado una copia exacta de los elementos destrozados por el incendio (el techo, la aguja de Viollet-le-Duc, casi todo el aparamenta decorativo del interior), con materiales contemporáneos, más resistentes al fuego; así como se ha realizado una integral y muy agresiva labor de limpieza de la piedra, aplicando unas capas de látex, que no sólo han borrado cualquier resto del incendio o de suciedad, sino que han arrancado de raíz su pátina protectora. Asimismo, se ha implementado una nueva iluminación artificial que genera una sensación de claridad y diafanidad casi totales, haciendo prescindible el efecto de la luz natural del exterior. El resultado final es tan reluciente como el de un blanqueamiento dental; pareciera que la Catedral acabara de salir de su envoltorio, radiante “como” su primer día.
El problema, como en el caso de la reconstrucción de la capital polaca, radica en ese “como”. A cambio de recuperarse la imagen perdida en el incendio, a través de un agresivo lifting de la restauración del S. XIX, no sólo se ha eliminado cualquier rastro del incendio, sino toda otra huella del pasado. La Notre-Dame reinaugurada el pasado 7 de diciembre es una mera simulación (muy bien acabada, eso sí) de la que pereció consumida por las llamas, y ha colocado la imagen de la caprichosa intervención de Viollet-le-Duc en un limbo atemporal, abstracto, cortando el cordón umbilical que la unía al presente ininterrumpidamente desde su erección en el S. XII, para poder mantener la prístina pureza del recuerdo que de ella tenían los parisinos y el gran público. Al igual que los protagonistas de Olvídate de mí, los diseñadores de la nueva Notre-Dame, en lugar de haber conservado —debidamente restaurados— los elementos originarios subsistentes, como memento del terrible incendio y de la fragilidad de nuestro patrimonio histórico-cultural, y haber operado una reconstrucción que, como la de Chipperfield para el Neues Museum de Berlín, respetando la imagen general estilística del conjunto, diferenciara los nuevos elementos reconstruidos de los preexistentes, para complacer las expectativas de los parisinos y del turismo internacional, han traicionado radicalmente el espíritu que erigió y sostuvo a la Catedral a lo largo de los siglos, reduciéndola a una caricatura de sí misma.
Cristo resucitó al tercer día de entre los muertos con sus llagas en las manos y en el costado, para que Santo Tomás, tocándolas, metiendo su propia mano en ellas, pudiera reconocerLe; no resucitó con la piel suave y tersa, sin mácula, tras haberse aplicado una crema anti-edad. La restauración del Neues Museum de Chipperfield es el modelo a seguir de cómo puede diseñarse la reconstrucción de un edificio histórico, que acoja toda su historia, con sus huellas y cicatrices, y logre trascenderlas en un marco superior que respete y proyecte hacia el futuro sus valores estéticos, permitiendo hacer memoria de lo sucedido a la vez que se rescata su uso fundacional. Justamente todo lo contrario que se ha hecho con la Catedral de Paris 2.0. que, tras su nueva inauguración, habida cuenta de lo limpia y pulcra que reluce, sin rastro alguno de ningún hecho del pasado, bien podría adaptar su nombre al lifting integral al que se le ha sometido a conciencia: Notre-Dame de L’Oréal Paris.
Luis Ruíz del Árbol es autor del libro «Lo que todavía vive»
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¡Qué bien explicado! La forma en que Gondry y Kaufman retratan el deseo de borrar el pasado es fascinante. Me preguntaba, ¿no crees que reconstrucciones como la de Varsovia logran preservar la memoria de alguna manera, aunque sea a través de una réplica? Esa línea entre recordar y olvidar parece tan difusa a veces.
Gracias por el comentario, Bruno.
La memoria es tremendamente manipulable. Hay una frase de Joan Didion en «Noches azules» muy cruda al respecto: «Los recuerdos se borran, la memoria se adapta, la memoria se ajusta a lo que creemos recordar.» Por eso me parece tan relevante ser lo más respetuoso posible con las huellas, los rastros de lo sucedido, porque son los hitos que permiten que el relato de nuestra vida no se extravíe por los senderos de la conveniencia o el interés del poder.
Lo de Varsovia no se puede explicar fuera de la necesidad de dar un cauce a una experiencia traumática inabarcable. El problema es siempre el del peaje. ¿Qué precio pagaron a cambio de poder gestionar el trauma?
Qué interesante artículo!
En estos días estaba releyendo la historia del derrumbe del Campanile de San Marco en Venecia.
Es cierto que cada caso tiene su historia, pero en este creo que el «donde estaba y como era» ha sido la elección más acertada. Gracias de la citación de la Bonita película que en Italia tenía un título terrible «Se mi lasci ti cancello».