Ucrania, soldados en el frente
Un frente de 1.500 kilómetros, que apenas se juega en pequeñas divisiones de 500 metros, defendidos cada una por 99 soldados.
El documental que emite estos días Movistar pone el foco en uno de esos tramos, en uno de esos pelotones de jóvenes defendiendo su país de un ataque de otra época.
Este batallón especial que combate en un bosque ya nevado cerca de Kupyansk y cuya misión es defender una línea de ferrocarril, para impedir que Rusia pueda tomar Kharkiv, segunda ciudad en importancia del país, es un batallón atemporal. Es el batallón de Mailer, en “Los desnudos y los muertos”. Los mismos miedos, las mismas conversaciones, las mismas pocas esperanzas, pero sobre las que se construyó el mundo que nosotros, los de 2024, recordamos y nos han contado.
La guerra de Ucrania, extrañamente a lo que pudiera parecer ha dejado de ser noticia, lo ha hecho poco a poco. Un documental por aquí, alguna noticia por acá, pero salvo canales muy especializados que siguen especialistas, no es la guerra de la gran opinión pública, como la invasión de Iraq de 1990, o el desembarco de Mogadiscio, con reporteros apostados esperando el desembarco de marines norteamericanos.
Si no está en nuestras cabezas, no está en el mundo. Es el frente invisible que más teme Zelensky (presidente de Ucrania), perder. De ahí que sea éste el perejil de todas las salsas, como este fin de semana en Notre Dame, en la inauguración de la catedral de todos, tras el incendio de 2019. “Consagración” del templo a Francia, al viejo orden de los nuevos poderosos y, supongo, que también a Dios.
Mientras tanto, la guerra fluye en Ucrania, y por muchos más sitios. La guerra es como el agua. Es impredecible, de una fuerza brutal, lo arrasa todo a su paso, y cuando es mansa, cuando es liviana, también, porque penetra y se filtra, hasta que salen las humedades. Eso es la guerra, lo que desconcha el alma.
En el reportaje, los soldados no confían ya en nadie salvo en Dios, algunos, y en sus familias, los que la tienen, y todos, en su compañero de hombro. ¿Qué tiene entonces esa relación entre soldados? Lo tiene todo. Es la relación que amarra el buque al noray, al bolardo, cuando atraca en el puerto. En la guerra todos necesitan un noray. Nosotros, en nuestras vidas, también.
En esto de la guerra, los espectadores somos por supuesto el campo de batalla mental de los contendientes. Sean los agresores, sean los agredidos, somos necesarios para la batalla mediática.
El reportaje que Movistar emite sobre la guerra de Ucrania es de factura británica, y algo hace en este sentido, hay que saberlo. Sucede en 2024. Un reportaje de guerra de personas normales en una situación extraordinaria, mientras en otras partes de Ucrania se hace vida bastante normalizada.
En él se descubre además una nueva forma de hacer la guerra. Si hubiera que llamarla de alguna manera, sería la guerra de la inteligencia artificial, pero aun no se regula en ninguna Convención de Derechos Humanos y a nadie interesa decirlo. También es la guerra de los drones. Igual que se experimentó en la Guerra Incivil española armamento, en Ucrania sucede lo mismo. Pero ya no es noticia, porque la noticia sería demasiado compleja de explicar.
A la nueva forma de hacer la guerra, apoyada en plataformas aéreas -drones-, aparecen nuevas dimensiones éticas y jurídicas, como la responsabilidad del piloto del dron.
En toda esta vorágine, se echa de menos la mano de Hollywood, capaz de edulcorar la crueldad de la guerra. La consecuencia, es que su visionado puede producir malestar, arcadas e irritación. A mi me pasó.
¿Qué pasa con el prisionero de guerra ruso apresado? Resulta que pasa de orco, como concibe un soldado ucraniano a los rusos, a ser un orco con quién conversar, a quién preguntar. Dónde verter las preguntas más existenciales. ¿Por qué nos atacáis? Podría ser una frase de un guion áspero, para un Óscar, de novela de Mailer. O una pregunta de algún personaje bíblico.
Cuando se emite este reportaje, Trump ha ganado una vez más las elecciones. Un Trump ganador por segunda vez no es garantía de nada, salvo de revancha.
Biden, por su parte, acelera la entrega de material y armamento comprometido para que llegue a Ucrania antes del 20 de enero de 2025. Sin el apoyo militar y el armamento americano, comprado a través de europeos en un porcentaje elevadísimo, Ucrania sería una provincia más de Rusia, y la Unión Europea estaría más amenazada si cabe.
La guerra se intensifica. Ya comienzan a volar misiles supersónicos. Y el frente de 1.500 km, llega ya hasta nuestro mar, el Mediterráneo, donde Pablo comenzó sus prédicas. Damasco ha caído en manos de islamistas, los mismos que fueron encumbrados por los norteamericanos tras el vacío de poder que dejó Sadam.
EE.UU. sigue siendo el hegemón y sigue teniendo influencia en el mundo, pero China comienza a estar muy presente en todos los asuntos y, como explica el rector de la Sociedad de Estudios Internacionales, Juan Solaeche, “lidera todo el movimiento estratégico contra EE.UU.”, con Taiwan también (o sobre todo) como objetivo.
La guerra de Ucrania, que se extendió en octubre de 2023 a Israel, sin evidencias de que fuera alentado por Moscú pese a beneficiarle abrir un nuevo frente a EE.UU., aliado de Israel, se ha extendido ahora a Siria en diciembre de 2024. Todo es uno y lo mismo. Mismos actores, mismos objetivos, distintos territorios, distintos muertos.
En las últimas horas, ha caído el último régimen laico-nacionalista-socialista del mundo musulmán del siglo XX, de ideología Baaz. EE.UU. ha atacado posiciones de los mismos que han derrocado al régimen sirio, en un gran rompecabezas de alianzas que tienen impacto global. Se prepara el camino para una “nueva Siria”, que deberá contar con el visto bueno de Israel, y de la que Turquía saldrá muy beneficiada. La Unión Europea, que a través de Chipre está muy próxima, es el gran convidado de piedra.
Lo que vemos va sucediendo en el tablero de juego es parte de una “guerra amplia”, convencional, híbrida y cibernética (y terrorista), y a través de terceros (proxys) cada vez más extendida. Y sin embargo, Rusia, es preferible que siga siendo gobernada manu militari a que se fragmente en decenas de repúblicas federadas y autónomas, y nucleares. Todo es una película de James Bond (“El mañana nunca muere”).
Lo que es seguro es que a partir del 20 de enero de 2025, se vuelve a barajar, y todos los actores están apurando su última mano, en lo que podría ser un fin de año movido.
A la guerra le deberá suceder una nueva manera de hacer la paz. Esta manera de hacer la paz se llama tecnología institucional, y se llama Federación Europea.
Como decía LeCarré, por boca de un personaje, “(…) Ahora que ya no nos coarta el conflicto ideológico (se refiere a la guerra fría), puede que nuestros problemas no hayan hecho más que empezar” (…) “No importa. Lo que importa es que una guerra muy larga ha terminado (la guerra fría). Lo que importa es la esperanza”. Acaso pueda ser igual en algún momento en Ucrania y en Europa.
La guerra de Ucrania ha acelerado el final de los años veinte, y no parece que la próxima década sea más tranquila, pero ¿cuándo fue tranquilo el mundo? Hemos heredado un planeta peligroso… A lo mejor, hemos tenido una suerte de narices, que diría otro personaje lecarreniano, eso sí, entrenador de espías.
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