La dulce libertad

Angela ha decidido contar su vida. Merkel dejó la política en 2021. Parece que ha pasado una eternidad. Desde entonces en Europa falta un líder de su talla. Líder con muchos errores pero líder. La que fue canciller alemana durante 16 años nunca tuvo una ideología rígida. Cambiaba a menudo de opinión, pero no porque fuese una cínica. Era más bien una cuestión de realismo. Ahora ha decidido contarnos cómo fue su infancia, cómo era la vida en la República Democrática Alemana, la comunista. Y, sobre todo, cómo vivió esos más de 15 años al frente de su país, y en cierto modo, al frente del Viejo Continente. Aquella experta en química cuántica que entró en política tras la caída del Muro de Berlín, emplea nada menos que 700 páginas para contarnos todo eso. No se arrepiente de la acogida de los refugiados de 2015 ni de su relación con Putín. Aunque dice de él que es un hombre “temeroso de ser maltratado y siempre dispuesto a atacar”.

Las memorias se titulan Libertad. Es una cuestión que le preocupa. Supo que significaba vivir sin ella y dice “que ha sido una constante en su vida”. Y añade: “tenemos que repetirle a cada generación que es algo valioso, que no se la puede dar por sentada, que hay que ganársela una y otra vez”. El realismo que la caracteriza le lleva a reconocer que la “libertad es también siempre agotadora y exigente, porque requiere constantemente que uno asuma la responsabilidad de su propia vida y de la de los demás”. Asumir la responsabilidad de la propia vida. La  fuerza de cualquier poder es sustituir esa responsabilidad, ese gusto por la vida por algún tipo de sucedáneo. La democracia no está amenazada por una crisis institucional, está amenazada por una pérdida de gusto.

Después de escuchar a Merkel recobra actualidad un clásico: El Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Es una obra corta de Étienne de la Boétie escrita en 1576. La tesis del autor es sencilla y provocadora: la fuerza del poder reside en un “pueblo que  se somete y se corta el cuello a sí mismo; el que, teniendo la posibilidad de elegir entre ser siervo o libre, rechaza la libertad y elige el yugo”. ¿Cómo es eso posible? Hay muchos que se dejan llevar a la servidumbre “por el simple halago” y porque el poder “les entretiene con pequeños regalos”. Esos regalos en realidad son parte de lo que el rey les ha robado.

Toda esta operación, sigue explicando de la Boétie, no sería posible sin la fuerza de la costumbre. Nos pasa como a los caballos que, al principio rechazan la silla de montar y el bocado entre los dientes, pero luego se acostumbran. Al principio nos resistimos, pero luego nos acostumbramos y  presumimos de la sumisión. ¿Qué saca a los hombres de la “servidumbre voluntaria” que tanto se extiende en este siglo XXI? El francés no habla de instituciones y de organizaciones. Se refiere a hombres “con espíritu  clarividente” que no se contentan con ver la tierra que pisan. “Miran hacia delante y hacia atrás (…) recuerdan también las cosas pasadas para juzgar las del porvenir y ponderar las presentes”. La fuerza de los hombres libres está en su capacidad crítica, “aun cuando la libertad se hubiese perdido irremediablemente (..) seguirían odiando la servidumbre por más y mejor que se la tapara”.

De la Boétie para explicar de dónde sale la energía de los hombre libres cuenta la historia de dos griegos que rechazan la tiranía de Jerjes. Uno de los lugartenientes del rey persa intenta convencerles para que renuncien a sus convicciones y le apoyen. Y como argumento les muestra los muchos favores que ha recibido del monarca. También ellos podrían tenerlos si cambiaran de posición. Uno de los griegos responde: “has probado los favores de un rey, pero no sabes cuán dulce es la libertad. Si tan sólo tuvieras una idea de lo que es, tú mismo nos aconsejarías defenderla, no ya con la lanza y el escudo, sino con los dientes y las uñas”. La dulce libertad.

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