Draghi y la resurrección de Europa

Mundo · GONZALO MATEOS
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17 octubre 2024
No es suficiente una mirada meramente economicista. Hace falta una visión política que nos involucre personal y colectivamente.

Anda la Unión Europea estos días cavilando con una calavera en la mano. Asustada no recuerda muy bien quién es y qué quiere ser. Recuerda que nació hace 70 años para olvidar la guerra, y ahora no sabe cómo prepararse para afrontar una. Buscábamos la paz y la prosperidad. Ahora parece que no está garantizada ni la una ni la otra. El juego ha cambiado. Pero cuando uno no se sabe a lo que se está jugando es muy probable que con quien estén jugando sea contigo. Y que no salgas muy bien parado.

En esas ocasiones es muy socorrido recurrir al comodín del sabio o el experto. Es lo que ha hecho la Comisión pidiendo informes a personajes de renombre con el objetivo de dar luz y obtener consensos. Alguien que entienda y que evite la “parálisis por análisis”. Y qué mejor para liderar en la inquietud que un ex primer ministro italiano. O dos.

Y así se acaba de presentar el esperado Infome Draghi sobre el futuro de la competitividad europea, un documento exhaustivo de casi cuatrocientas páginas. Super Mario ha hecho de aurúspice para intentar responder por nosotros a la pregunta de si tiene solución la crisis de crecimiento económico de la Unión. Unos meses antes se presentó el Informe Letta, en este caso sobre la culminación del Mercado Único. No tiene mal título: “Mucho más que un mercado”. Dos informes para los europeos condenados a la dependencia y al declive, pero un solo mandato, el de la Presidenta Van der Leyen, para llevarlos a cabo.

El diagnóstico es similar: Europa presencia que el mundo a su alrededor ha cambiado dramáticamente. Y que la falta de crecimiento e innovación puede poner en peligro su modo de vida, su bienestar, y lo peor de todo, sus libertades y la democracia tal y como hasta ahora la habíamos conocido. “Por primera vez desde la Guerra Fría debemos preocuparnos por nuestra supervivencia”.

Enrico Letta muestra su informe «Mucho más que un mercado»

Y es que el resto del mundo ya no juega según nuestras reglas, las que la UE considera justas. El proteccionismo, el tecnocapitalismo y el nacionalismo identitario están poniendo en peligro los beneficios de la globalización dejando sólo sus inconvenientes: guerras militares y comerciales, desigualdad creciente, polarización, graves tensiones migratorias y una pérdida creciente de competitividad e influencia.

Baste un ejemplo: en 1995 la productividad europea era el 95% de lo que era la estadounidense. Hoy es sólo el 80%. Y la brecha tecnológica hará que siga bajando. Sólo cuatro de las cincuenta principales empresas tecnológicas mundiales son europeas.

Hasta el momento lo llevábamos bien. Nos resultaba más un inconveniente que una calamidad. Los “productivos” no tenían la suerte de nuestra joie de vivre, el mes de vacaciones, la seguridad social y nuestros cafés en terrazas a la sombra de nuestras catedrales. Allá esos nuevos ricos con sus extenuantes jornadas de trabajo, escasos salarios, y sus terapias y libros de autoayuda.

Pero Draghi nos recuerda que nos encontramos ante un “reto existencial”: si queremos seguir disfrutando cómodamente del modelo europeo de vida tendremos que despertar y cambiar en nuestra manera de trabajar y de producir. Se trata ahora de competir en un nuevo entorno innovador y exigente. Nuestros viejos cimientos se resquebrajan ante las sacudidas de una nueva era demográfica y tecnológica. Habrá que crecer y vivir de otra manera para seguir siendo los mismos.

El precio a pagar será caro. No sólo habrá que invertir entre 750 y 800 mil millones de € anuales (4,7% de nuestro PIB frente al 2% que supuso el Plan Marshall). Además, porque habrá que ceder poderes extraordinarios de soberanía, así como derribar las barreras invisibles que todavía fragmentan nuestros mercados. No valen ya los campeones nacionales, ahora necesitamos campeones europeos que acaben siendo globales. Más poder en menos manos para no perderlo todo. Y algo más: una nueva política de defensa, y una mayor atención a la seguridad y la de nuestras fronteras. Y más aranceles, normativas e impuestos. Ese no era el plan.

Pero la cuestión es otra ¿estamos convencidos y dispuestos a este cambio? “Sólo en nuestra unidad encontraremos la fuerza para la reforma” concluye Draghi. Pero para la unidad hace falta algo previo: un ideal atractivo, conocido y compartido. Las últimas elecciones nacionales y regionales en Europa nos hablan de otro escenario…

La candidata a la reelección como Presidenta de la Comisión Europea, Ursula Van der Leyen, también ha publicado su programa para los próximos cinco años Europe´s Choice. “La identidad europea compartida, unida por nuestro rico y variado entramado cultural es la mayor fortaleza de Europa. Hace a Europa más que una construcción o un proyecto. Europa es nuestro hogar”.

Bonitas palabras, pero me temo que son sólo la expresión de un deseo. Cuando ha tenido que asignar tareas a su nuevo equipo de comisarios el discurso ha girado. Prima lo económico y lo tecnocrático sobre lo político, lo social o lo cultural, la seguridad frente a la solidaridad, lo cuantitativo frente a lo cualitativo. Europa más que un hogar parece una empresa. Y esa melodía suena más al adagio de Draghi que al allegro de Letta (no es mala idea lo de una quinta libertad).

En su monumental novela “Grand Hotel Europa” Ilja Leonard Pfeijffer nos relata las reflexiones de un escritor holandés que mientras se documenta para un libro sobre el turismo de masas sufre una dolorosa ruptura sentimental con una fogosa historiadora del arte italiana con la que se va a vivir a Venecia. Para poner orden en sus recuerdos se retira a un vetusto y decadente hotel europeo donde conoce un elenco de personajes extraños que le ayudan a reflexionar sobre el Viejo Continente.

Tras diversos episodios todos toman conciencia de que Europa se ha convertido en un figurante en el gran teatro del mundo perdiendo su capacidad para definir por sí misma su futuro. “Poco a poco hemos creado una refinada economía de servicios para administrar nuestra propia decadencia. Pero lo cierto es que el único producto que aún podemos comercializar es nuestro pasado”. Solo parecemos competitivos en la gestión turística de nuestro patrimonio.

Europa rezuma nostalgia por todos lados. Nos hemos convertido en el museo del mundo, o en un inmenso parque temático al que acuden millones de visitantes. Fuimos el primer continente en alcanzar el pleno desarrollo social y económico, y puede ser que seamos también los primeros que iniciemos la fase de retroceso. Podemos estar asistiendo al canto del cisne, a una especie de sepelio de Europa. Pero pudiera ser que podamos estar asistiendo al comienzo de una resurrección.

Es cierto que Europa arrastra con ella todo el peso del pasado en la carrera hacia el crecimiento económico como una especie de velocista enganchado a los tacos de salida que ve cómo todos le adelantan por el resto de calles. Pero igual algunos no acaben llegando a la meta o igual no es esta la especialidad atlética en la que quisiéramos competir. Lo malo del Informe Draghi es que le falta debate sobre el modelo que persigue, un dialogo que no debe ser hurtado a los ciudadanos. La decisión no corresponde ni al libre mercado ni a las grandes corporaciones. Tampoco a los tecnócratas. No es suficiente una mirada meramente economicista. Hace falta una visión política que nos involucre personal y colectivamente. Una visión a la altura de nuestros deseos, de nuestro pensamiento y de nuestra historia.

Europa debería ser como el árbol que resiste con el tronco torcido al borde del acantilado. Pero a la sombra de ese árbol, aún podremos escribir, proteger y crear en una comunidad donde todavía sea posible un dialogo vivo entre la tradición y un futuro que no asuste. Y esa frágil sombra, por paradójico que resulte, es la Unión Europea. Más productivos, sí, pero solidariamente. Más competitivos también, pero con límites éticos. Si hemos de ser patriotas, hagámoslo de una nueva Unión vibrante y con sentido. Abierta a todos los que quieran sumarse. Nuestro envidiado patrimonio se construyó en cientos de años. Tomémonos nuestro tiempo para ponerlo al día. Resucitemos, sí, pero a una mejor vida.


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