Una transición también con el chavismo

Editorial · Fernando de Haro
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28 julio 2024
Llega un momento en el que se abre una pequeña grieta en la burbuja de la ideología. Una Venezuela libre está cerca. 

El populismo, como todo fenómeno humano, no es hermético. Aunque lo parezca. Durante muchos años, mucha gente, puede vivir en una realidad fake. Pero llega un momento en el que se abre una pequeña grieta en la burbuja de la ideología. Y entonces el dique de contención acaba por quebrarse. Eso es justo lo que ha sucedido en Venezuela este domingo. Aunque Maduro se haya negado a reconocer la victoria de la oposición en las elecciones presidenciales. El chavismo ha recurrido a un burdo fraude electoral. Todos los indicios apuntan a una victoria de Edmundo González con al menos 20 puntos de diferencia, muy por encima del 50 por ciento.

Durante los últimos 25 años, el chavismo ha tenido el apoyo de un porcentaje suficiente de la población como para mantenerse en pie. A pesar de la miseria, de la violencia, de la falta absoluta de libertades, a pesar de que Venezuela se ha ido convertido progresivamente en un narcoestado en el que las autoridades no controlan importantes zonas del país, a pesar de todo, el mito del caudillo que refunda la historia seguía funcionando. Es un mito muy latinoamericano, creado y alimentado desde los procesos de independencia a comienzos del siglo XIX.  En el centro del mito siempre hay  un caudillo que construye un mundo nuevo. En realidad no hace política sino utopía.

Ahora comienza una larga y fatigosa transición a la democracia porque el populismo, como todo fenómeno humano, no aísla para siempre frente a los hechos. Son incluso más tozudos que los sistemas cerrados. Hasta los más habituales defensores del chavismo de la izquierda latinoamericana han dejado aislado a Maduro. Solo le queda el soporte de los estalinismos caribeños de Nicaragua y Cuba. Incluso Lula, el presidente brasileño, le ha pedido a Maduro que respete el resultado electoral.

La transición no va a ser fácil. El relevo en la presidencia no está previsto hasta enero de 2025. Son casi seis meses en los que Maduro puede inventar cualquier cosa. Por ejemplo una guerra para quedarse con el territorio del  Esequibo, territorio que Venezuela disputa a la  Guayana. No por casualidad, durante la campaña electoral, Maduro habló de la necesidad de votar al oficialismo para evitar un baño de sangre. El chavismo controla el  Parlamento y prácticamente todos los resortes de poder: las Fuerzas Armadas, la policía, la justicia electoral y la Corte Suprema. Si no cede el poder, la tensión irá en aumento. Por eso, como toda transición inteligente y como se hizo en la transición española, es necesario contar con sectores del chavismo dispuestos al cambio. Es esencial no “criminalizar” a aquellos que durante mucho tiempo creyeron en la utopía populista. Hay quien apunta a que la solución razonable sería un acuerdo general para convocar unas elecciones generales. La asamblea que saliera de esas elecciones podría empezar a renovar las instituciones. Pero eso no sería suficiente. La democracia no puede volver ni mantenerse en pie sin el refuerzo de la dimensión relacional: el otro, los otros son esenciales para construir el presente y el  futuro. La ventaja es que el pueblo venezolano es pacífico y está cansado de la confrontación.

La  democracia, para avanzar, también como ocurrió en España en los años 70, necesita asociarse  a una mejora de las condiciones de vida, a una mejora de la economía. Solo un gran pacto haría posible mantener bajo control la inflación, una de las más altas del mundo. Es necesario frenar la devaluación de la moneda, resucitar la producción petrolera del estancamiento y conseguir la confianza de los inversores  locales y extranjeros. Una Venezuela libre está cerca.

 

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