La Europa de Milan Kundera
Se cumple un año de la desaparición de uno de los grandes novelistas contemporáneos, un escritor que supo sacar a la novela de los estrechos límites de la narración porque supo hacer de la narrativa y el ensayo un único mundo. De ahí su admiración por las novelas filosóficas del siglo XVIII, como Jacques le fataliste de Diderot, donde importan más el pensamiento y la reflexión que la propia trama. Pero, como en tantos otros ejemplos, este intelectual checo se sentía incómodo en la jaula de una ideología, aunque esta conllevara la utilidad de proporcionar a una minoría escogida, a la que pertenecía Kundera, un modo de asegurarse la vida y una capacidad de influencia. Lo cierto es que la creación y la sensibilidad artística siempre acaban dándose de bruces con los dogmas partidistas, en su caso los del partido comunista de Checoslovaquia. Subsiste, sin embargo, el tópico de considerar a Kundera un escritor apesadumbrado y sombrío, una especie de combinación entre Parménides y Nietzsche. Eso es desconocer a alguien que, por ejemplo, admiraba la música de Leos Janacek, a quien su padre había tenido como profesor en el conservatorio de Brno. Sin ir más lejos, su Sinfonietta expresa “la belleza espiritual y la alegría del hombre contemporáneo libre”.
Milan Kundera fue también un gran europeo, del que siempre se recordará su ensayo El Occidente secuestrado (1983), escrito cuando pocos atisbaban la próxima caída de los regímenes comunistas. Todo un alegato contra la reducción hecha en Occidente de los países de Europa central y oriental a una zona de influencia soviética. Paradójicamente, esta influencia había surgido de una ideología occidental, puesta al servicio de los intereses geopolíticos de Rusia. En contraste, Kundera, habitante por más de medio siglo en la Europa secuestrada, subrayaba el papel de las ideas y la cultura como símbolo de resistencia y de despertador de las conciencias. Previamente, en 1967, en los albores de la Primavera de Praga, escribió: “Si hoy en día nuestras artes prosperan, es gracias a los avances de la libertad de espíritu”. En efecto, la identidad cultural fue un elemento aglutinador de la rebelión de los pueblos contra los regímenes comunistas. Por el contrario, en Europa occidental el término cultura tendería a quedar asociado a las prerrogativas de unos pocos privilegiados, mientras que, según Kundera, la cultura de la otra Europa mantuvo una fuerte identificación con el pueblo.
Tras releer El Occidente secuestrado, se puede extraer una reflexión para la Europa de hoy y preguntarse si las divergencias entre los miembros de la UE son más de orden geopolítico y cultural que estrictamente políticas. Sería demasiado simple considerar que esas divergencias vienen solo determinadas por el color político de los gobiernos en Europa central y oriental. Lo cierto es la Europa, en otro tiempo secuestrada, desconfía de los paradigmas federalistas porque pondrían en peligro su identidad social y cultural. Pero a pesar de las diferencias, los antiguos estados comunistas no abandonarán el club europeo para aislarse, o buscar inciertos aliados, en una tierra de nadie, como en la que vivieron durante el período de entreguerras. Recordemos que el Brexit esgrimió, desde sus orígenes, la Commonwealth como alternativa a Europa, pese a que las estadísticas y la práctica política no daban consistencia a esas ilusiones. Sin embargo, los países de la otra mitad del continente carecen de opción. Rusia no es ninguna alternativa, pese a las diplomacias “soberanistas” de algunos gobiernos de la zona. Lo es menos todavía desde la guerra de Ucrania, un grave contratiempo para Moscú que difícilmente compensará cualquier ganancia territorial. Sin embargo, el conflicto ha servido para poner en primer plano la dimensión geopolítica de la UE, favoreciendo al mismo tiempo los intereses geopolíticos de la Europa central y oriental, que hasta hace poco contrastaban con los de algunos países de Europa occidental. A la vez, la situación ha servido para revitalizar el vínculo trasatlántico porque la otra Europa sigue teniendo muy presente que sus aliados europeos de 1939 no fueron capaces de garantizar su seguridad.
La geopolítica ha contribuido a un mayor acercamiento entre las dos Europas, aunque esto por sí mismo no hubiera satisfecho a Milan Kundera. La geopolítica puede estar sometida a oscilaciones, pese al determinismo de las coordenadas geográficas. En contraste, el escritor checo ponía el acento en la dimensión del espíritu. Subrayaba que durante la Edad Media y gran parte de la Edad Moderna en Europa la religión fue un elemento aglutinador. Más tarde, lo sería la cultura, aunque desde su exilio en París, la capital del espíritu según Ionesco, Kundera aseguraba que percibía en Europa un vacío espiritual, pese a las apelaciones genéricas a la democracia o a la tolerancia hechas por los políticos. Esto explica una definición del escritor: “Un europeo es el que tiene nostalgia de Europa”. Una definición un tanto melancólica, pero que puede ser ampliamente compensada por el sentido del humor presente en la obra de Kundera, el eterno rebelde “consigo mismo, con la Historia, con su época y con la reducción ideológica del mundo”.
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