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Agenda católica: ¿irrelevante?

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11 diciembre 2011
Los cenáculos de Madrid son estos días un hervidero. No hay conversación en la que no aparezca una larga lista con nombres de las personas que Rajoy va a nombrar para algún cargo. En una de esas muchas cenas le preguntaban hace unos días a uno de los vencedores de los comicios por "la agenda católica" del nuevo gobierno. Después de revolverse en la silla y de tomarse cierto tiempo para pensar desgranó algunas previsiones.

En cuanto al matrimonio del mismo sexo, aunque en algunas ocasiones Rajoy ha dicho que es contrario, esperará a lo que diga el Tribunal Constitucional. Y el Tribunal Constitucional puede darle el visto bueno. Por lo que se refiere a la regulación que convierte el aborto en un derecho y lo permite hasta el fin del embarazo, los cambios serán pocos. En cuanto a la modificación de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, no es una prioridad.

La conversación indicaba que "los puntos calientes" de la oposición social al gobierno de Zapatero, en los que han participado de forma masiva los católicos, ahora no parecen urgentes. Pero el diálogo también era un buen reflejo de lo que en España se entiende por "la agenda católica": vida, familia, defensa contra una educación estatal invasiva. La política destructiva del zapaterismo ha exigido librar batallas decisivas. Pero con facilidad los católicos españoles han reducido su agenda, su presencia pública, a la defensa de una serie de valores morales y jurídicos. Es algo que, por desgracia, pertenece a la peor tradición hispánica. Hay un determinado modo de defender esos valores, con una referencia genérica al Misterio de Dios y a la necesidad del hombre, que hace irrelevante la agenda católica para quien tiene que lidiar con la vida, para quien en un momento, o en otro, es un hombre triste.

Los valores habrá que defenderlos. Pero lo determinante, como ha señalado en su intervención ante la Plenaria del Pontificio Consejo para los Laicos de hace unos días Benedicto XVI, es que los cristianos "están llamados a ofrecer un testimonio de la cuestión de Dios en todos los campos del pensar y del hacer. En la familia, en el trabajo, en la política o en la economía, el hombre contemporáneo necesita ver con sus propios ojos y comprobar cómo cambia todo según se cuente con Dios o no". Y eso requiere, sobre todo de un cambio personal. "El reto de una mentalidad cerrada a la trascendencia -añadida el Papa- obliga a los mismos cristianos a regresar de manera más decidida a la centralidad de Dios. A veces hemos insistido en que la presencia de los cristianos en la sociedad, la política o la economía fuera más incisiva y, sin embargo, no nos hemos preocupado igualmente de la solidez de su fe, como si fuera un dato adquirido para siempre". Es exactamente lo que le pasaba al personaje de la comedia del Siglo de Oro español que decía no necesitar ir a Misa por ser cristiano viejo.

Es muy diferente empezarlo todo reconociendo, como hace Luis García Montero en uno de sus últimos poemas que nosotros somos también gente necesitada. Y es que "los hombres tristes,/ que gastan por zapatos una tarde de lluvia/ que cantan perseguidos por la risa/que abrazan, que importunan hasta quedarse solos/, que ven como se alejan las novias y los barcos/ esos hombres manchados por las últimas horas/ de la ocasión perdida/ se parecen a mí". Se parecen a cada uno de nosotros que sabemos que la fe no es un dato adquirido para siempre porque todas las mañanas necesitamos de Uno que nos sorprenda con su inefable y real ternura. Esa sorpresa, puesta delante de todos, es el contenido de la agenda católica.

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