La democracia necesita más afecto

Editorial · Fernando de Haro
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31 marzo 2024
Es la falta de afecto, la falta de un afecto realizado lo que genera el populismo. La falta de afecto cumplido lleva a atribuir a la participación en el poder, en la política, la función de protesta absoluta.

Elecciones europeas a la vista. Dentro de poco más de dos meses estamos convocados a las urnas. Las encuestas apuntan a una subida de los partidos más a la derecha. Estas formaciones están reunidas en dos grupos en el Parlamento Europeo: Identidad y Democracia (ID) y Conservadores y Reformistas Europeos (ECR). Los tres partidos de (ID) encabezan las encuestas en Francia, Países Bajos y Bélgica. Los sondeos les dan ocho diputados más de los que tuvieron en la anterior legislatura. ECR conseguiría 76 diputados, 14 más que en las últimas elecciones. Algunos medios, con estos datos, han señalado que el ascenso de ID y ECR convertirá a la extrema derecha en la segunda fuerza. Es una interpretación engañosa porque mete en un mismo saco a formaciones muy diferentes: no se puede comparar, por ejemplo, al español VOX con el alemán AfD.

El populismo de estos partidos tiene peligros. Pero si las encuestas aciertan no hay que temer que entre en crisis la construcción europea. El Frente Nacional de Le Pen ya no es aquel partido que propugnaba una salida inmediata de la Unión. Desde otoño de 2022, Fratelli d’Italia preside el  Gobierno y no se ha distinguido desde entonces por una política especialmente beligerante con Bruselas.

Encuestas similares a las que otorgan una subida a los partidos de ID y de ECR reflejan que el voto ya no está determinado por el viejo eje izquierda/derecha sino por los temores de los votantes. Si el mayor miedo de los votantes es el cambio climático, votan verdes o izquierda. Si los votantes ven amenazada su identidad por la llegada de migrantes votan partidos extremos. Más que partidos de derecha radical tendríamos que hablar de partidos identitarios, partidos antiinmigración.

El auge de este fenómeno se ha explicado por un exceso de emotividad en la vida política. Los lazos sociales son cada vez más emotivos, menos racionales y se forman comunidades marcadas por el temor. Estaríamos ante los efectos de una democracia sentimental. Los sentimientos negativos producidos por la insatisfacción de los distintos grupos sociales se transforman en formas de pertenencia tóxica o reactiva. Destruidos los valores de la Ilustración -el mínimo ético universal- cada cual entiende o mejor, siente, la convivencia a su manera. Y, según algunos, eso genera un coro de voces líquidas que no reconocen verdad alguna. Hace ya 20 años Willy Jou y Vincenzo Meloni publicaron un trabajo en la International Political Science Review poniendo en evidencia el vínculo entre radicalismo y busca de la felicidad.

Pero en realidad esta idea de que la intensidad emocional bloquea la posibilidad de acceso a los motivos para vivir juntos es todavía un efecto del racionalismo, en este caso del racionalismo político. No sobran sentimientos, todo lo contrario, falta más afecto, mejor afecto. El afecto no cierra el conocimiento que hace posible la democracia, lo abre. Es la falta de afecto, la falta de un afecto realizado lo que genera el populismo. La falta de afecto cumplido lleva a atribuir a la participación en el poder, en la política, la función de protesta absoluta. La política es expresión de una irritación por lo poco satisfactorio que es el mundo o la búsqueda de realizar un proyecto, que por fin, permita alcanzar la felicidad. La culpa se atribuye a los inmigrantes, al cambio climático, a los burócratas de Bruselas, a la secularización, al patriarcado, a cualquier aspecto de la vida en el que se pueda descargar la insatisfacción afectiva. Para hacer una política equilibrada y realista hay que haber dejado atrás la ansiedad que produce la falta de afecto. Es inútil querer recuperar una verdad universal y compartida para fundamentar la democracia repitiendo enunciados. Cada comunidad, cada persona, tiene la tarea de buscar cómo las emociones le abren a semánticas que le permiten vivir con los otros.

 

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