¿Qué pasa en España?

Editorial · Fernando de Haro
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11 febrero 2024
Una ley de amnistía con tan poco respaldo y sin que los beneficiarios estén dispuestos a dejar atrás el pasado es una bomba de relojería.

¿Pero qué pasa en España? España tiene un Gobierno que se apoya en un fugado de la justicia que se refugia en Suiza. ¿Es eso una anomalía? Sin duda. Puigdemont, el fugado, exige una ley de amnistía que le permita volver. ¿Es eso una anomalía? Sin duda, las leyes de amnistía no se hacen para beneficiar a una persona. Puigdemont no solo quiere una ley de amnistía, quiere garantizarse que la ley de amnistía la apliquen los jueces de un determinado modo. ¿Es eso una anomalía? Si, es una anomalía pero, por desgracia, es una anomalía cada vez más frecuente. El presidente del Gobierno, Sánchez, asegura que la ley de amnistía es una oportunidad para “superar las heridas en Cataluña”, para dar un paso adelante en la convivencia. ¿Es eso una anomalía? Eso no es una anomalía, es un ejercicio de cinismo.

En muchos países con democracias maduras existen leyes de amnistía que permiten pasar página. Hay ocasiones en las que es bueno y necesario hacerlo. Esas leyes suelen exigir unas mayorías tan reforzadas como las que se necesitan para reformar la constitución. El problema no es que Sánchez quiera aprobar una ley de amnistía, es que solo tiene el apoyo de la mitad de los diputados y el rechazo, según de las encuestas, del 70 por ciento de los votantes. Una ley de amnistía con tan poco respaldo y sin que los beneficiarios estén dispuestos a dejar atrás el pasado es una bomba de relojería. Puigdemont, si la consigue, no la considerará un “punto final”.

En Cataluña hay, sin duda, heridas que cerrar. El apoyo a la independencia ha bajado al 38 por ciento. Pero las tres primeras fuerzas representadas en el parlamento catalán (más del 60 por ciento de los votos) defienden, aunque no se sabe muy bien en qué consiste, “el derecho a decidir”. Algunas de las heridas han sido provocadas por no haber respetado lo que es propio de la política y lo que es propio de las instituciones. Y eso no es una anomalía, ese es un fantasma que recorre toda Europa y parte de América.

En 2003 Zapatero prometió que como presidente del Gobierno aprobaría la reforma del Estatut que llegará de Cataluña. Confundió la soberanía nacional que le había dado mayoría para gobernar con la democracia. Las mayorías no tienen un mandato ilimitado. Zapatero alentó entre los catalanes la creencia de que su soberanía, expresada en un referéndum a favor de la reforma del Estatut, no tenía límites. Ni Zapatero podía prometer lo que prometió ni los catalanes tenían la soberanía que el nacionalismo/independentismo les atribuía. La política quiso en ese momento forzar y colonizar las instituciones del Estado. La oposición,  el PP, quiso que el Tribunal Constitucional corrigiera el Estatut. Estaba dentro de sus competencias. Pero esperar de un Tribunal Constitucional que resuelva un conflicto político es atribuirle a las instituciones una tarea que no tienen. Es otra forma de colonización política.

El fenómeno se repitió en 2017. Puigdemont, con el apoyo de los partidos independentistas, convocó un referéndum ilegal y después declaró la independencia. Hicieron creer a muchos que eran titulares de una soberanía de la que no podían disponer. El Gobierno de entonces, del PP, reaccionó tarde. Hizo política, pero hizo mala política. Fue ingenuo y creyó que el referéndum no se celebraría y que la independencia no se proclamaría. Cuando se precipitaron los acontecimientos, la policía se vio acorralada y forzada a reaccionar recurriendo a la violencia. No fue una reacción desproporcionada, pero sí contundente. Contundencia  que luego fue aprovechada para hablar de represión. Y el PP volvió a recurrir a las instituciones para resolver un conflicto político. Recurrió en este caso al Tribunal Supremo para obtener una respuesta penal. El proceso en el Tribunal Supremo fue impecable y los jueces cumplieron con su deber al imponer condenas por conductas, no por ideas, que se ajustaban a los delitos tipificados. Pero una sentencia, sólo una sentencia, no es suficiente.

España es un claro ejemplo de esa polarización que domina el mundo Occidental, polarización no por razones ideológicas. El único objetivo es ocupar espacios, colonizarlo todo, las instituciones y los corazones.

 

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