Tímidos anónimos
Jean-René es el jefe de una fábrica de chocolate a punto de quebrar, y Angélique, chocolatera de talento, entra a trabajar allí aspirando a demostrar su virtuosismo. Pero para su decepción la contratan como comercial, trabajo para el que es negada, dada su patológica timidez. Jean-René es también otro neurótico en las relaciones sociales, y el conflicto estallará el día en que se enamoren el uno del otro y sean incapaces de comunicárselo… de una forma normal.
Esta simpática y muy divertida comedia romántica toma un tema tradicional como el enamoramiento entre un empresario y su empleada, y lo transforma en algo nuevo y original cuando convierte a sus protagonistas en dos enfermos de timidez. Ambos van a terapia, pero las circunstancias de la vida real van a ser sus verdaderas medicinas. El resultado es de una ternura hilarante y de una agradable positividad. Además se añade el aliciente de ser un film gastronómico, con un homenaje brillante a la artesanía del chocolate.
Detrás de su tono surrealista, y de su tratamiento hiperbólico del humor gestual -la interpretación de Benoît Poelvoorde entronca con Louis de Funes, Fernandel, hasta llegar a los grandes de la mímica como Chaplin o Buster Keaton-, la película es mucho más "realista" de lo que podría parecer a primera vista. Ese miedo a la vida, a lo incontrolado, ese pánico al otro, a la amenaza de una novedad es una característica del hombre posmoderno. Los personajes del film caricaturizan el rostro de nuestra sociedad de soledades que se gestionan a base de medidas de seguridad. Pero en el film también se trata de un asunto interesante: la aceptación del otro sin pretender que cambie. Es muy hermoso ese final -que no desvelamos- en el que aceptan sus límites y deciden lanzarse a la vida con ellos.
A pesar de ser francesa, la película no se recrea en ese estilo complaciente y frívolo tan galo, pero en cambio, sí expresa la exquisitez francesa en la dirección artística, la puesta en escena, y la maravillosa forma en la que se trata el chocolate. Muchas críticas que se escribieron tras su proyección en el festival de Tribeca terminaban con la misma advertencia al espectador: al salir del cine querrán comprar chocolate.