God save the King

Editorial · Fernando de Haro
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12 septiembre 2022
George tiene once años. Se sienta en la primera fila de bancos de la catedral católica de Westminster de Londres. No hay que confundirla con la Abadía de Westminster, símbolo de la monarquía británica, con culto anglicano. El templo católico es mucho más popular.

Entre los fieles hay muchos migrantes. George tiene un ramo de flores en la mano y mira el pequeño memorial dedicado a Isabel II: una foto y dos velas. George explica que va a llevar las flores a la reja de Buckingham Palace, en homenaje a una reina que podría ser su bisabuela. Se suma así a las decenas de miles de personas que lloran por la pérdida de alguien que consideran de la familia. También una democracia tan antigua como la inglesa necesita figuras de referencia para la unidad de naciones distintas, de ciudadanos muy diferentes. También esta democracia necesita vínculos afectivos. Ya veremos si el nuevo rey, Carlos III, mucho menos popular que su madre, puede seguir siendo una figura reconocida por todos. Lo tiene difícil, le falta carisma, le sobra pasado y el país atraviesa una dura crisis económica, social e institucional después del Brexit.

Empieza la misa en la catedral católica. El sacerdote dedica su homilía a elogiar las virtudes cristianas de la que ha sido hasta hace unos días la cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Recuerda que era una mujer con una profunda religiosidad, que siempre apostó por la reconciliación. Luego, paradójicamente, pide la protección de san Tomás Moro. El que fuera el gran amigo de Enrique VIII perdió la vida tras una sentencia del monarca. Comenzó entonces una brutal persecución de los fieles a Roma que duró casi un siglo. Hubo que esperar casi trescientos años para que la discriminación oficial de los católicos desapareciera. Todavía hoy un “papista” no puede acceder al trono. 

Pero no hay falta de afecto, ni en la catedral ni en las iglesias católicas de Londres, hacia una monarquía que consideró hasta hace unas décadas una traición el mero hecho de reunirse con el Papa. Los católicos en este momento son algo más de cuatro millones en Inglaterra y Gales. Se trata de una minoría pero con una práctica de la fe más alta que la de los anglicanos. La secularización ha golpeado severamente a la Iglesia de Inglaterra. 

Los católicos británicos han sido tradicionalmente votantes del Partido Laborista porque una gran mayoría de ellos era de la clase trabajadora. Desde que el laborismo se ha alejado de la clase media baja y se ha acercado a la clase media alta y a los profesionales, hay muchos más católicos que votan Tory. En cualquier caso sería muy difícil que un candidato católico, por su identidad religiosa, se presentara a los electores con la promesa de defender una serie de cuestiones que no formen parte de la preocupación del conjunto de los británicos. 

Johnson ha sido el primer católico que ha estado al frente del Gobierno. Fue bautizado como católico, luego se hizo anglicano y con su última mujer ha vuelto al catolicismo. Johnson pretende volver a ser candidato cuando haya elecciones. Pero es impensable que reclame el voto de la minoría católica por su pertenencia a una cierta comunidad, solicitando reconocimiento político por lo que esa comunidad hace en favor del país. En el caso absolutamente improbable de que hiciera eso acabaría definitivamente con su carrera. Y lo que es peor, haría un gran daño a los católicos, que serían percibidos como un grupo de poder con un proyecto paralelo. Seguramente una inmensa mayoría de los fieles a Roma entenderían un posicionamiento de este tipo como una pretensión inaceptable, un intento de apropiarse de su capacidad para elegir candidato y juzgar cuáles son las políticas más necesarias. Cuando los católicos son minoría no tienen la mentalidad propia de países con una herencia hegemónica. En el Reino Unido, como en el resto de Europa, el valor social y político de los católicos no es la defensa de una parte de la sociedad sino un modo diferente de trabajar por lo que preocupa a todos. God Save the king!

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