La tiranía del mérito

Cultura · J.
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15 marzo 2022
Recientemente Bob Dylan, Bruce Springsteen, Sting y otros famosos músicos han realizado ventas astronómicas de los derechos de autor de sus canciones.

En concreto, han sido operaciones en torno a los 400 millones de euros. Esto, ¿qué implica? Que no percibirán beneficios económicos cuando se ponga una canción suya en la radio, en una película o en un anuncio, entre otras cosas. Aunque, evidentemente, seguirán cobrando por sus actuaciones. ¿Quién se llevará ese dinero? Quien tenga el catálogo.

Con el cambio de los tiempos en la industria musical, pasando del álbum a las plataformas y la diferencia a la baja con los shows en directo, las productoras buscan otras fórmulas para obtener beneficios del sistema. Con esta idea, las grandes compañías podrán conseguir una rentabilidad a largo plazo de la inversión en canciones que esperan que se escuchen durante al menos cien años. Para el artista supone dinero, patrimonio y la garantía del cuidado de sus canciones, la tranquilidad de dejar su legado en un “lugar seguro”. Fundamentalmente, esta opción evitará problemas a los herederos que ya no pleitearán sobre la tumba de un ser querido. Esta va a ser una opción para los que cuelgan las botas e inevitablemente va a introducirse en el horizonte de cualquier artista que quiera empezar.

Reconozco que cuando leí por primera vez los titulares pensé que los artistas estaban vendiendo lo que siempre han llamado “sus hijos” y lo percibí como un cinismo impropio de los héroes de la música. No podemos decir tonterías o cosas parciales sobre este tema, el mismo Bruce el siglo pasado peleó justísima y duramente por los derechos de sus canciones con Mike Appel. Me chocaba que después de todo aquello, ahora lo vendiera. Sin embargo, dándole el espacio y el respeto que los héroes merecen, me ha parecido que mi primera reacción es la propia del mundo que equipara el éxito al dinero. Sí, hay una ruptura con el relato romántico del “hombre hecho a sí mismo”, pero eso no es malo, todo lo contrario. Que les quiten lo bailao, que las productoras se queden con los derechos musicales y los hijos con el plus de una buena venta. El imperio del dólar no lo es todo.

Ellos han obtenido el éxito, un éxito en la vida que ninguna venta de derechos puede arrebatar. El éxito de Bruce Springsteen lo vemos en las palabras de su documental Western Stars. “Así que cuando la música se acaba al final del día, los misterios de la vida permanecen y se profundizan. Sus respuestas no se resuelven, pero si tu corazón está abierto, y estás pensando mucho, y viviendo y amando de buena fe, las preguntas que te haces son más profundas, mejores. Así que sigues caminando, en busca de esas preguntas mejores, poniendo tímidamente un pie delante de otro, a través de la oscuridad. Porque ahí está la mañana siguiente. Viaja seguro, peregrino”. Es un ejemplo de tantos que se podrían poner. El éxito de los artistas, conocidos y desconocidos, está en que han disfrutado y disfrutan el viaje, en que el viaje les ha hecho más humanos, han querido descubrir lo profundo de la realidad, de sus relaciones, se han atrevido a desearlo todo de su vida cotidiana, se atreven a desear. Este es el éxito.

Hace unos meses, vi en Instagram un par de imágenes que publicó Nikki García. En ellas escribió junto a una imagen de sí misma con una guitarra lo siguiente: “Haced canciones de mierda, guiones de mierda, libros de mierda, uno detrás de otro sin parar. Haced muchísima mierda y consumid el arte que os gustaría hacer. Un día la mierda será barro y del barro saldrán vasijas. Que nadie con un discurso frustrado os frene el proceso de aprendizaje. Aprender es vuestro derecho. No os dejéis llevar por esas mierdas. No dejéis de hacer cosas ni con síndrome ni sin síndrome. El trabajo constante, el perfeccionamiento del trabajo que te puede parecer mediocre lleva mucho más lejos que el talento. El talento como única media del éxito es Bullshit. Haced cosas”.

Me parece que esta es una perspectiva vital perdida. Tenemos como propia una imagen ajena sobre lo que significa “llegar lejos”, una imagen inducida del éxito que, o te paraliza ante la distancia con ese ideal, o te obliga a correr en la competición por llegar al caldero de oro tras el arcoíris. Sin embargo, puede que tus canciones las escuche medio planeta, consigas un contrato astronómico y un reconocimiento sin igual, pero si eso es lo único, cuando te den el Grammy, el Nobel de literatura o la semana continua de sold out en Wembley, “apoteosis, ¿y qué?”.

Si la música ha sido la ventana para gustar más de la vida, la venta de los derechos en realidad favorece ver qué queda, si la música era algo más que la pasta o no. Quizá no todos los artistas puedan decir que queda algo. No seré yo quien se ponga a dirimir en una lista quiénes sí y quiénes no, el tiempo lo dirá y podremos ver quién ha vivido agradecido este viaje y su talento como un don al servicio de los demás y quién no.

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