“Conviene recordar la lección de los papas estos veinte años”
Nadie ha destacado la lección de los papas, de Juan Pablo II a Francisco pasando por Benedicto XVI, que lucharon sin descanso, en vano, por impedir el recurso a las armas. Una postura que, vista hoy, parece casi profética y que conviene aprender de cara al futuro. Hablamos de ello con el filósofo Massimo Borghesi.
Veinte años después del 11 de septiembre y un mes después de la retirada de Afganistán, son muy pocos los que hayan mencionado el papel de los papas en su oposición a la guerra, gritando que “la guerra siempre es una aventura sin retorno”.
El cardenal Ratzinger manifestó claramente su oposición a la segunda guerra del Golfo en una entrevista a 30 Días en abril de 2003. Juan Pablo II testimonió, durante su largo pontificado, una oposición firme y apasionada contra las dos guerras americanas que desestabilizaron Oriente Medio y desataron la reacción islámica contra Occidente, las dos guerras contra Saddam Hussein, la de Bush senior en 1991 y la de Bush junior en 2003. En ambos casos, el Papa, “aliado” histórico de Reagan antes de la caída del comunismo, tuvo que soportar fuertes y violentas reacciones contra su postura por parte de políticos, periodistas e intelectuales con el casco de los USA. Los que apoyaban la línea papal eran acusados de traición a Occidente, con vehemencia e incluso cierto tono intimidatorio.
Juan Pablo II tampoco se plegó a la presión de los teocon americanos ni de los ateos devotos…
No se plegó ni en 1991 ni mucho menos en 2003, cuando ya estaba anciano y enfermo. Wojtyla envió al cardenal Roger Etchegaray a que hablara con Saddam y al cardenal Pio Laghi a hablar con George Bush Jr., intentando evitar el conflicto. El cardenal Laghi dijo a Bush que podían pasar tres cosas si Estados Unidos iba a la guerra. Primero, el conflicto causaría muchas víctimas y heridos en ambos bandos. Segundo, llevaría a una guerra civil. Tercero, Estados Unidos podía entrar en guerra, sí, pero le resultaría muy difícil salir de ella. Se trataba de un diagnóstico profético, pero Bush resultó inamovible en su decisión, decía estar “convencido de que era la voluntad de Dios”. Dijo también que, a pesar del desacuerdo sobre Iraq, su gobierno estaba en sintonía con la Iglesia en otras cuestiones. Bush perfiló ante Laghi la alianza teocon con la Iglesia en nombre de la defensa de valores innegociables, a lo que el cardenal respondió: “Sí, los valores en favor de la vida y la familia son muy importantes, pues se basan en principios de la ley natural, en los derechos humanos y en el Evangelio. Pero, señor presidente, yo he venido aquí para pedirle que no vaya a la guerra, que es otro valor basado en estos principios”. La respuesta de Laghi, en total sintonía con Juan Pablo II, es interesante porque demostraba que no cedía a las lisonjas del modelo teocon: lucha contra el aborto a cambio de aceptar el modelo americano. Los intelectuales católicos teocon estadounidenses, como Michael Novak, George Weigel o Richard Neuhaus, estuvieron entonces en primera línea apoyando las decisiones de Bush contra el Papa y celebrando la exportación bélica de la democracia y de un nuevo orden internacional, que se pagó con miles de muertos, una guerra infinita, el éxodo bíblico de la comunidad cristiana perseguida desde Nínive y Babilonia.
En este sentido llaman la atención varios artículos interesantes que se han publicado estos días, como el de Giuliano Ferrara en el diario italiano Il Foglio, con un tono bastante amargo pero sin llegar a decir “nos equivocamos”.
Cuando en 2015 Tony Blair declaró, tras la publicación del informe Chilcot, que se había equivocado gravemente al apoyar la guerra contra Iraq porque el informe de los servicios secretos sobre las armas de destrucción masivas de Saddam no era correcto, Ferrara fue durísimo al estigmatizar la autocrítica del antiguo aliado de Bush. La confesión de Blair ponía en crisis el paradigma teocon y Ferrara no estaba dispuesto a hacer concesiones en este punto. Solo ha podido constatar que el proyecto del New Order se ha convertido en un caos sin precedentes donde la hegemonía americana va declinando peligrosamente, debido también a sus numerosos y graves errores de política internacional.
Las imágenes también contribuyen a convertir la postura de la Iglesia es una profecía amarga. Hace veinte años pudimos ver consternados a personas que se precipitaban desesperadas desde unas Torres en llamas. Recientemente hemos visto a otras personas lanzarse de los aviones que despegaban de Kabul. Ya se trate de terrorismo o de guerras “legítimas”, la violencia siempre tiene el mismo resultado.
La violencia está dentro de la historia y no seamos tan ingenuos como para pensar que el lobo puede pastar con el cordero. Sin embargo, la profecía de Isaías no solo mira al fin. La violencia en el mundo la frenan los “justos” de Dios, aquellos que dedican su vida a luchar por la paz, sea cual sea el credo que profesan. Después del 11 de septiembre, era previsible la reacción americana. Ninguna potencia puede dejar inmune un crimen similar. Pero el enemigo era Bin Laden, no Afganistán. Por el contrario, la guerra ha sido una demostración de fuerza no ante los talibanes sino ante el mundo. Después del 89, América no podía tolerar que el monopolio mundial de su poder se viera empañado. El cenagal afgano es resultado de un desafío hegemónico que ha llevado, como resultado, a un nuevo Vietnam y a la pérdida de prestigio americano en el mundo.
La manecilla de la historia parece haber vuelto a aquel 11 de septiembre, como si estos veinte años hubieran sido borrados. ¿Por dónde volver a empezar?
Nada vuelve a como estaba antes. EE.UU. ya no es la única potencia mundial y el mundo es mucho más inseguro que en 2001. Esa es la preocupación del Papa, expresada en la frase “tercera guerra mundial a pedazos”. El orden mundial creado después de 1945 y recompuesto bajo la égida americana desde el 89 se está desmoronando. Europa, después de arriesgarse a quedar disuelta por las políticas neoliberales y los vientos populistas, debe replantearse a partir de su núcleo histórico. Debe mantener sus relaciones con Estados Unidos, que también son relaciones entre civilizaciones, pero sin dejar fuera a Rusia y China. También debe buscar puentes con el mundo islámico y volver a apoyar el desarrollo en África. No hay alternativa a la política del equilibrio, al multilateralismo. No solo por realpolitik. La paz exige multipolarismo, el ideal de la polaridad que el Papa heredó del pensamiento de Romano Guardini y que ocupa el centro de la doctrina social de la Iglesia. En tiempos de crisis, la política vuelve a ser una forma eminente de caridad. Hay que volver a la gran política, capaz de proyectar más allá de la coyuntura del momento y mirar fuera de su propio corral. Una política del bien común. Hay mucho por hacer aquí, en términos de experiencia y de estudio. Se trata de recuperar, sobre todo para los jóvenes, una memoria perdida. La pasión por un ideal, fuera del cinismo apático y del cinismo fanático, debe volver a permear la realidad.