Una flor y varias preguntas
Las lluvias de abril han dado paso a un paisaje nítido. El amarillo manda, pero hay morados, rojos, granates, naranjas… por haber, hay hasta amapolas blancas donde el resto del año no crece nada. Emily Dickinson decía: “¡Cuantas flores mueren en el bosque o se marchitan en la colina sin el privilegio de saber que son hermosas!”. Se me ocurre arrancar una hermosa flor de jara. Antes de llegar a casa ya está marchita. Estaba ahí esplendorosa para mí, pero no me pertenece. En cuanto la poseo se marchita.
Yo he matado una flor de jara el mismo día que salta a los medios el nuevo hito del Hospital Gregorio Marañón, un trasplante de corazón en asistolia y de un donante de grupo sanguíneo no compatible. Esta complicada cirugía ha salvado la vida de Naiara, una bebé que nació prematura con una cardiopatía muy grave. Desde luego es admirable.
Más admirable es todavía que los padres del donante hayan decidido que lo sea. Estamos hablando de los padres que en algún lugar de nuestro país lloran la pérdida de su pequeño recién nacido. Qué generoso querer dar vida cuando has perdido lo más querido. Qué pensaran del campo florido, de mi flor de jara –antes de que la arrancara– y de las amapolas blancas. ¿Están ahí también para ellos? ¿Acompañarán algo su dolor?
¿Y llegará la belleza a la playa del Tarajal, en Ceuta, donde llegan miles y miles de chavales a nado que tienen que ser devueltos a Marruecos automáticamente? ¿Le dice algo el azul nitidísimo del cielo al submarinista de la Guardia Civil que rescata a un bebé de pocos días en ese mismo mar?
¿Es la belleza de la flor de jara o de la que haya en Gaza, para los dos niños –un niño y una niña– que han rescatado a su pececito de su casa antes de que su casa fuera bombardeada y lo perdieran todo?