Peterson versus Küng

Mundo · José Luis Restán
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31 enero 2011
De nuevo ha pasado por España Hans Küng, en este caso para recoger el Doctorado Honoris Causa que le ha dispensado la UNED. Ocasión propicia para repetir su alcanforado discurso. De nuevo las invectivas contra Roma, de nuevo los tópicos del aislamiento del Papa respecto al pueblo, de nuevo su propuesta contraria a la de San Pablo: ajustaos cuanto podáis a este mundo. Aunque en esta ocasión nos ha dejado una perla significativa: "creo en Dios, pero no en la Iglesia". Casi lo mismo que Juana de Arco, que a punto de ser ajusticiada por orden de los teólogos de París decía: "De Nuestro Señor y de la Iglesia, me parece que es todo uno". Y es que hay distancia entre la doncella de Orleáns y el sabio de Tubinga.  

Acabáramos. Creer en la Iglesia, o sea recibir la fe, acogerla, asimilarla y verificarla en el contexto de la Iglesia, ha sido desde el primer minuto la forma de creer de los cristianos. Entre otras cosas porque de lo contrario la relación con Jesucristo se convierte en mera ilusión, en posesión propia definida por los gustos, sensibilidades o intereses de cada cual. E incluso cuando la unidad de su Cuerpo se ha quebrado en la historia, creer "en la Iglesia" ha sido la aspiración (confesada o secreta) de todo cristiano sincero. Küng no, y está en su perfecto derecho. Pero que no pasee por el mundo con su renqueante lista de propuestas para reformar una Iglesia de la que voluntariamente se ha puesto al margen hace muchos años.

Personalmente siempre me ha parecido sobredimensionada la figura intelectual de Hans Küng, y si no fuera por el rol de maestro ciruela que le han adjudicado los medios laicistas (y que él ha desempeñado calurosa y fructíferamente) su modesta obra no daría para demasiada controversia. Küng siempre rema a favor de la corriente de los que más trabajan para demoler la relevancia histórica de la Iglesia, por algo será. En realidad su mayor esfuerzo desde hace cuarenta años no ha sido la supuesta reforma de la disciplina eclesial y de sus estructuras, sino el vaciado de sustancia de la fe apostólica tal como la Iglesia de los apóstoles, los mártires y los Padres la ha profesado ininterrumpidamente.

Escuchando las declaraciones de Herr Küng en su último viaje a Madrid, me ha venido a la mente otra figura, mucho más profética aunque con menos éxito mediático. Me refiero al teólogo hamburgués Erik Peterson, fallecido en 1960. Podemos contemplar su trayectoria como el reverso de la medalla. Nacido en el protestantismo alemán, su fidelidad a la tradición histórica del cristianismo le llevó a criticar con agudeza la teología liberal dominante en su comunidad durante los años 20 del pasado siglo. El cúmulo de opiniones que allí se daban, sin orden ni concierto, "impedían abrirse camino hasta las cosas en sí mismas". A partir de ahí, profundizando en su propia herencia cristiana, Peterson se encamina hacia la gran casa de la Iglesia Católica. Benedicto XVI pronunció un bellísimo y personalísimo elogio de este teólogo el pasado mes de octubre. Es el propio Papa quien explica el vínculo indisoluble entre Cristo y la Iglesia, tal como Peterson lo subrayó: "la Sagrada Escritura se convierte y es vinculante no en cuanto tal, ella no está sólo en sí misma, sino en la hermenéutica de la Tradición apostólica, que, a su vez, se concreta en la sucesión apostólica y así la Iglesia mantiene la Escritura en una actualidad viva y al mismo tiempo la interpreta".

Y así, dice Benedicto XVI, Erik Peterson "pasó de la seguridad de una cátedra a la incertidumbre, sin morada, y se quedó durante toda su vida privado de una base segura y sin una patria cierta, verdaderamente en camino con la fe y por la fe, en la confianza de que en este estar en camino sin morada, estaba en casa de otra manera y se acercaba cada vez más a la liturgia celeste, que le había impresionado".

Así que mientras muchos siguen buscando fama, prestigio y aplauso en el zaherir a la Iglesia, este teólogo evangélico abandonó sus seguridades, arrostró las acusaciones de sus antiguos compañeros y no pocas suspicacias de los nuevos, todo con tal de morar humildemente en el hogar de la Iglesia presidida por Pedro. Concluye el Papa recordando que Peterson vivió ese "ser extranjero" que de una u otra manera siempre es propio del cristiano, y aunque en cierto sentido pudo sentirse extranjero para la teología protestante como para la católica, "hoy sabemos que pertenece a ambas, que ambas deben aprender de él todo el drama, el realismo y la exigencia existencial y humana de la teología". Hoy sabemos también que aunque Küng haya realizado un viaje inverso, difícilmente se reconocerían en él las comunidades protestantes para las que aún es norma y guía la fe apostólica.

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