Cruzando el límite

Cultura · Juan Orellana
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10 noviembre 2010
Hoy se estrena, producida por el prolífico Julio Fernández, una cinta muy dura, inspirada en una noticia que saltó a la prensa hace meses, sobre la reeducación de jóvenes en riesgo de exclusión social. Dirigida por Xavi Giménez, que afronta su opera prima, esta película nos cuenta la historia de Fran, adolescente rebelde que vive sólo con su padre, Luis. Fran ha dejado de ir al instituto, duerme por el día, y las noches las dedica al chateo entre alcohol y porros. La relación con su padre es insoportable, y este decide internarlo en un centro de reeducación. Lo que ocurre allí, lejos de ayudarle, le destruye aún más.

Xavi Jiménez, curtido en cine de género como director de fotografía de infinidad de títulos como Los sin nombre, Darkness, El maquinista o Ágora, afronta un guión del debutante Pere Saballs, de la mano de actores jóvenes como Marcel Borràs, que encarna al protagonista, y Junio Valverde, o veteranos como Adolfo Fernández (el padre), Fernando Guillén Cuervo (el director del internado), Eduard Farelo y Fermi Reixach, entre otros.

Cruzando el límite es una película dura por los cuatro costados. Dura en su montaje de imagen y sonido, y dura en sus escenas de violencia irracional. Pero en medio de tanta dureza hay muchas cosas interesantes. Sin duda la película es desequilibrada, debido a la inexperiencia de director y guionista, y se le va la mano en lo hiperbólico y melodramático. Mayor contención y dosificación hubieran beneficiado al resultado final. Sin embargo, sus autores apuntan maneras, y una mayor madurez cinematográfica puede convertirles en puntos de referencia del cine español.

Cruzando el límite parte de un problema muy bien diagnosticado: el desastre de los jóvenes ni-ni (ni estudian ni trabajan) tiene mucho que ver con familias desestructuradas o con padres ausentes. No sólo, ciertamente. Fran está tocado por la desaparición de su madre, que se largó de casa años ha. Su padre únicamente le habla de normas, y Fran le odia. Se refugia en sus amigotes y en el alcohol huyendo de su presente vacío. Luis quiere responder a ese desastre y se equivoca: con buena intención le pasa la pelota a una institución, dimitiendo inconscientemente de su responsabilidad paterna. Pero la institución en cuestión carece de una verdadera propuesta educativa. Sus directivos piensan que todo se soluciona con una brutal terapia conductista basada exclusivamente en los bipolos éxito-fracaso y premio-castigo. Una especie de Walden Dos con un planteamiento absolutamente estéril que ni siquiera toca la epidermis del verdadero drama humano de esos jóvenes. Más bien al contrario: aumenta en ellos su orfandad y resentimiento hacia la vida. En esto la película discurre paralela a la famosa Naranja mecánica de Kubrick, por cierto más suave en su exhibición de violencia. La cinta carga la mano en lo irracional de un método que vacía a las personas de su humanidad para convertirlas en máquinas de obedecer. No hay libertad ni razón: sólo voluntad puesta al servicio de unas rígidas normas.

Sin embargo, la propuesta final del film es agridulce: por un lado reivindica una verdadera relación humana paterno-filial, pero por otra parece optar por un rol paterno de "colega", una relación entre iguales. De hecho la película arremete contra las ideas de jerarquía y disciplina, como si necesariamente hubiese que hacer una lectura fascista de las mismas. El guionista no comprende que eso, más que una solución, es parte del problema. Lo que sí es cierto es que tanto Fran como Luis necesitan tener delante un "tú" al que acompañar y mirar a los ojos.

Hay que señalar que las dos últimas secuencias del film, a pesar de su exceso melodramático, son verdaderamente antológicas; tan radicales que arrancan las lágrimas del espectador más cerebral. Una película muy dura, pero seria e interesante; discutible, pero que habla de las cosas que hay que hablar.

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