Después de la victoria de Dilma, ¿qué futuro?

Mundo · Francisco Borba Ribeiro Neto (Sao Paulo)
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4 octubre 2010
La victoria de Dilma Roussef, la candidata de Lula a la presidencia de la república en Brasil, proyecta dos desafíos a la sociedad brasileña: uno evidente, el desarrollo integral; otro sorprendente, la libertad religiosa.

La mejora de las condiciones de los más pobres durante el Gobierno Lula se ha hecho a partir de políticas de transferencia de renta, que no generan protagonismo y sí dependencia del Estado. Son políticas paliativas, que no pueden ser mantenidas por un periodo indefinido, tanto por sus costos financieros como porque poco a poco dejan de ser interesantes para los propios beneficiados y pasan a bloquear el desarrollo socioeconómico.

Paralelamente, ocurría el crecimiento de la llamada clase media por el aumento de los ingreso de las familias de trabajadores pobres. Este segundo proceso, que algunos economistas consideran hasta más importante que el primero, se debió a la combinación entre el incremento de la población escolarizada, fenómeno que empezó en el gobierno de Fernando Henrique pero que dio sus frutos en la administración Lula, y el crecimiento económico que permitió la asimilación de estos trabajadores con mejores ingresos.

Tanto una dinámica como la otra implican un desarrollo integral de la persona y de la sociedad brasileña como un todo, conforme enseña la Doctrina Social de la Iglesia. Sin incremento cuantitativo y mejoría cualitativa de la educación formal, las políticas de transferencia de renta perderán su eficacia y el crecimiento económico se reducirá por falta de personal capacitado y pérdida de competitividad. Pero la educación, sin una estructura económica, social y política adecuada, no da sus frutos, pues el trabajador, incluso preparado, no encuentra empleo. Por eso, es necesario un Estado eficiente y una sociedad comprometida con el desarrollo. Sin embargo, la dinámica populista creada por Lula a través de sus programas de transferencia de renta, el eterno retorno de propuestas autoritarias y de estatización de la economía, en los momentos exitosos de su gobierno, portan a la duda de si un gobierno con abrumadora hegemonía petista será capaz de cumplir tal tarea.

La cuestión de la libertad religiosa”puede parecer sorprendente. La cultura laicista moderna olvidó e hizo olvidar las persecuciones sufridas por los misioneros católicos, que defendían los indios, en el periodo colonial y también la ofensiva del liberalismo masónico contra la Iglesia en el siglo XIX. El mundo latinoamericano fue construido por la Iglesia,– en particular por los jesuitas,– así como el mundo europeo nació de la Iglesia – en eso caso por mano de los benedictinos. Pero los poderes constituidos en América Latina y Brasil siempre tuvieron dificultades para aceptar a la Iglesia y la integralidad de su propuesta humana y social.

El segundo mandato de Lula estuvo marcado por la ascensión y afirmación del laicismo ilustrado, presente tanto en el individualismo liberal como en el socialismo radical, en una línea de conducta muy cercana de la de Zapatero en España. El punto de cristalización de ese direccionamiento fue el Plan de Derechos Humanos aprobado por Lula y que propone el aborto y el matrimonio homosexual, como últimamente sucede en todo el mundo, y llegó hasta a proponer el derecho de las personas a la eliminación de los símbolos religiosos (léase crucifijos) en los edificios públicos. Emblemáticamente, ese Plan propone también como “derecho humano” la censura de prensa cuando los periódicos toman postura contra el gobierno. Pocas veces se vio de forma tan evidente que la lucha contra la libertad religiosa de la Iglesia es una lucha contra todas las libertades del hombre.

El único obstáculo de Dilma en su camino hasta la presidencia, hasta ahora, fue la oposición que los católicos han hecho a ese aspecto de su propuesta de gobierno. Los sondeos electorales mostrarán que Dilma perdió electores a partir del momento en que la Iglesia, principalmente a través de los pronunciamientos de algunos obispos, se confrontó con las directrices programáticas del PT, tales como el aborto y la cuestión de la libertad de conciencia y de oposición al gobierno. Esto obligó a la candidata a tener un discurso más comedido, no haciendo una oposición sistemática a la Iglesia, como había hecho al apoyar integralmente en Plan de Derechos Humanos.

¿Qué sucederá en el próximo gobierno, sea o no petista? Es muy difícil decir. Pero la enseñanza de la Iglesia permanece como palabra realista y sabia luz, piedra de tropiezo y signo de contradicción.

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