Pacto Educativo

No hay pacto. Nadie llora

Mundo · Javier Restán
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13 mayo 2010
La educación española se merecería una jornada histórica como la de ayer en el Parlamento, donde las ambigüedades y sobre todo la negación de la realidad se vinieron abajo estruendosamente desmintiendo todos los discursos que el máximo responsable de la nación todavía defendía hace apenas unos días.  La educación española, igual que la economía, necesita un cambio de rumbo, no unos parches para contentar a tirios y troyanos. Y a eso se había reducido la propuesta de Pacto Educativo formulada por el ministro Gabilondo.

Después de un año de conversaciones que en realidad sólo en las últimas semanas han tenido algo de contenido, no se ha llegado al pacto educativo tan deseado por Zapatero y su ministro de Educación. El mítico pacto. Ahora es fácil decirlo, pero lo cierto es que era muy difícil que se llegase a un acuerdo.

En lugar de partir de una exigencia de cambio del modelo educativo vigente en España desde hace décadas, el Gobierno de Zapatero ha apelado fundamentalmente a la necesidad de una "estabilidad normativa" y a dejar la educación fuera de la controversia política. Pero a pesar de calar hondo en esa veta de "buenismo" tan arraigada en algunos sectores de la sociedad española, estos presupuestos eran completamente insuficientes y, sobre todo, errados. Ése no es el problema de nuestro sistema educativo.  

España ha tenido, muy al contrario de lo que se suele decir, una enorme continuidad en su modelo educativo desde la Ley del 70 de Franco. Concretamente la historia democrática de nuestro sistema educativo es una especie de monólogo, siempre en el mismo idioma ideológico y pedagógico, que persigue su autorreforma permanente (LODE, LOPEG, LOGSE, LOE). Se trata del despliegue de una concepción pedagógica progresista cobijada políticamente en el PSOE.

Esta continuidad no ha sido sólo del modelo educativo, que es lo fundamental, sino también de la legislación educativa, puesto que todas las leyes vigentes son y han sido socialistas. La UCD lo intentó con la llamada Ley de Estatuto de Centros y el PP hizo lo propio con la LOCE, pero ambas fueron abortadas en su nacimiento por los gobiernos socialistas que sucedieron a la derecha en el poder. Por tanto, ha habido una "estabilidad" normativa y de modelo absoluta. Y esa estabilidad es, paradójicamente, el problema.

Durante las últimas décadas, la concepción del sistema educativo español y sus políticas han estado profundamente cargadas de ideología. Nuestro sistema educativo se ha apoyado desde los años 70 en doctrinas pedagógicas modernizadoras que se han autojustificado ideológicamente, de espaldas a sus resultados reales. Especialmente a partir de la Ley del 90, la LOGSE, la política educativa trató de poner en marcha una operación de "ingeniería social" con una ruta única y comprensiva. Pero el resultado ha sido una homologación hacia abajo del conjunto del sistema: una grave degradación del sistema educativo y sus rendimientos. 

Y como consecuencia de esta ideología, se constata un debilitamiento en la capacidad de la escuela para cumplir su tarea fundamental de transmisión de conocimientos. Algunos han llegado a hablar de un bloqueo de la transmisión de la memoria, de nuestra tradición. Georges Steiner, hablando de los sistemas educativos occidentales, afirma que éstos se han convertido en sistemas de "amnesia planificada". Durante décadas en España se ha teorizado y se ha llevado a la práctica una concepción de la escuela en donde la transmisión de los contenidos culturales fundamentales de nuestra tradición no ha sido el aspecto central. Es más, la idea de esta transmisión suscitaba, y sigue suscitando, una incomodidad cuando no una abierta hostilidad por parte de muchos reformadores educativos. Esta moda pedagógica ha llevado a la eliminación práctica del concepto aprendizaje. Y como ha dicho el profesor Javier Orrico, la consecuencia es que nuestros niños y adolescentes "viven sin mapas del mundo ni de sí mismos".  Éste sí es el problema.

Por eso el Partido Popular no podía enredarse en este maremagnun de casi 150 medidas, algunas de ellas interesantes y positivas, pero en su conjunto plagadas de afirmaciones genéricas y blandas, y también de muchas trampas en forma de medias verdades.

Ahora, lealmente, el Partido Popular podrá seguir perfilando una propuesta educativa propia, y proponerla a la sociedad española. Una propuesta que se atreva a recuperar el valor de la razón, la importancia de los conocimientos,  que favorezca decididamente el aprendizaje de nuestro acervo cultural propio por parte de las nuevas generaciones, es decir, el aprendizaje de los distintos lenguajes de la ciencia, de la filosofía, de la religión, de las letras y humanidades, de la matemática, del arte y la poesía. Lo que el sociólogo y ensayista Víctor Pérez Díaz llamó en una memorable Semana Monográfica de Educación organizada por la Fundación Santillana una "educación liberal". Esta transmisión básica de conocimientos permitirá a las nuevas generaciones un anclaje en su propia sociedad, y a los menos favorecidos una posibilidad de mejora social, de progreso personal.

Junto a esta exigencia de recuperación de la escuela como lugar donde se enseña y aprende, el Partido Popular debe hacer una opción por la libertad de educación en el sentido más amplio posible: construir un sistema educativo en diálogo con la iniciativa social, escuchando lo que las familias demandan para la educación de sus hijos, facilitando la implicación de la sociedad civil en el sistema educativo, flexibilizando y concediendo mayores cotas de autonomía a los centros y flexibilidad al conjunto del sistema. Teniendo en cuenta que la libertad de educación sólo tiene sentido y es practicable si existe una oferta educativa plural. Una pluralidad que debe alcanzar a la enseñanza pública y no sólo a la privada.

Hay demasiados problemas endógenos en el sistema educativo español, como en cualquier otro. Pero si se mira un poco hacia fuera, hacia el conjunto de la sociedad, a las familias españolas, tal vez nos convenzamos de que un planteamiento que desee sinceramente recuperar la dignidad y la calidad de la escuela y devolver mayor libertad a la educación en su conjunto, puede ser la base de una propuesta de cambio en la educación que suscite un nuevo entusiasmo. Al menos hay que intentarlo. Y para ello el Partido Popular no podía convertirse, mediante la firma de este Pacto Educativo en cómplice de perpetuar un modelo fracasado.

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