¿Qué lucha contra el narcotráfico?
Desde principios de este año, las críticas de algunos partidos de oposición, como el PRI, y de algunos intelectuales han arreciado. Se aduce la falta de resultados y los altos costos (se habla ya de 17.000 muertos), lo cual contribuye al desencanto y pesar de la opinión pública. Es verdad que ésta es una guerra real y que los costos son altísimos. También es verdad que el uso de la fuerza tiene límites. Sin embargo, la ausencia de un debate serio sobre la estrategia a seguir está abonando el terreno para propuestas fáciles como la legalización de las drogas o el "restablecimiento" del pacto con el narco.
Tanto la propuesta de legalizar como la de pactar parten de un equívoco: que la causa de la violencia es el ataque frontal al narcotráfico. En realidad, este ataque simplemente ha hecho evidente que muchísimos jóvenes, los llamados "ninis" porque ni estudian ni trabajan, eligen participar en actividades delictivas, que las policías y los gobiernos locales son corruptos y que los narcotraficantes están dispuestos a todo con tal de proteger sus intereses. Es decir, ha hecho emerger el deterioro silencioso pero continuo de la sociedad y de las realidades básicas que la conforman -familia, barrio, escuela, comunidad religiosa- y que son las encargadas de acoger, tutelar y educar a la persona en todas sus exigencias y su dignidad. Es significativo lo que dice María Teresa Marrufo, investigadora de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, de que en esa ciudad se vive una "catástrofe social", debido a la pobreza y falta de oportunidades, pero sobre todo debido a la desintegración familiar. Como las maquiladoras contratan principalmente a mujeres, los hombres se vuelven alcohólicos o tienen que abandonar a los hijos para ir a buscar oportunidades a Estados Unidos, dando lugar a una sociedad de "jóvenes y adultos enojados".
Por lo anterior, ni legalizar ni pactar son soluciones adecuadas. Legalizar supone ingenuamente que basta un cambio externo en la regulación de los mercados para que cese la violencia, el "enojo" como lo llama Marrufo, y todo vuelva a la normalidad, sin que haya un trabajo de rescate, educación y transformación de la persona y de estas realidades intermedias. En particular, habría que preguntarnos si es posible, sin un arduo trabajo de rehabilitación, reincorporar a la sociedad como comerciantes honestos a quienes ahora participan en el narcotráfico, muchos de los cuales se han especializado en actividades criminales que incluyen el asesinato, el abuso sistemático de personas y la tortura. Por otro lado, pactar con el narco sería como pensar que un cáncer deja de avanzar sólo porque tratamos de minimizar los síntomas.
Es evidente que el Gobierno no puede ganar la guerra contra el narcotráfico sólo mediante la fuerza. Parte del debate actual tiene que ver con la participación del Ejército, la cual, como muchos también sostienen, debería ser respetuosa de los derechos humanos y temporal. Eventualmente, la presencia militar deber ser reemplazada por mejores policías, por una impartición de justicia pronta y efectiva, y sobre todo por el florecimiento de la sociedad. La ejecución de 15 adolescentes durante una fiesta en Ciudad Juárez el pasado 30 de enero parece haber iniciado la conciencia de que es indispensable actuar desde y con las diferentes realidades sociales, como ha afirmado el presidente Calderón en su reciente viaje a esa ciudad para presentar su plan "Todos somos Juárez, reconstruyamos la ciudad". Es urgente ir más allá de la mera consulta y concertación con los diversos sectores, y apoyarse en la participación efectiva de las familias y las experiencias religiosas y comunitarias, que están bajo fuego en otros frentes, ya que son fuerzas positivas que pueden contribuir mucho en la lucha contra la violencia.