Pacto educativo: ¿para qué?
El problema es que esta premisa es falsa. A lo que la educación española ha asistido en los últimos años no es a muchos cambios y vaivenes sino al "Gran Cambio" que representó la LOGSE. Un cambio de proporciones descomunales y con unos enfoques tan profundamente equivocados que el mundo educativo no ha sido capaz de digerir. Es cierto que, al inicio, la LOGSE suscitó fascinación en buena parte del profesorado y gozó del apoyo de todos los sectores de la izquierda, que convirtieron al nuevo "paradigma educativo" en un nuevo ídolo, llamado a ser la más poderosa palanca para transformar a la sociedad española y a sus valores básicos.
En cierta manera las pretensiones de los diseñadores del modelo se han cumplido. Los "valores" que impregnaban a la LOGSE se han ido introduciendo en nuestras aulas y han sido absorbidos por una buena parte de las cohortes de españolitos que iban ingresando en nuestro sistema educativo. Pero los resultados del "Gran Cambio" no han sido los previstos. El nuevo modelo ha generado un gran desorden y ha debilitado a las instituciones educativas. La crisis ha sido especialmente severa en la escuela pública para desesperación de los autores intelectuales del modelo. La consecuencia más lacerante es que un modelo concebido para lograr la máxima equidad está provocando que un tercio de los alumnos, tras trece años de escolaridad, abandonen el sistema educativo sin ninguna titulación ni cualificación profesional, es decir, que un tercio de los jóvenes españoles queden condenados a la marginación social y a formar un nuevo "lumpenproletariado" del siglo XXI.
Sus autores son conscientes de que el modelo se está desmoronando, porque la realidad es tozuda y los datos son incontestables. El mundo educativo vive en la desazón, que percibe el conjunto de la sociedad española. Por eso las voces a favor del Pacto son tan generalizadas, porque piensan que algo hay que hacer. El Pacto es anhelado porque parece poseer la virtud de satisfacer al mismo tiempo dos pretensiones contradictorias: el deseo de mejora y el deseo de estabilidad.
Y en esta contradicción están las verdaderas dificultades del Pacto. Porque no es posible mejorar de verdad sin modificar substancialmente las cosas. Y lo que ya está claro, tras la lectura del documento de propuestas del Ministerio de Educación, es que los defensores del "paradigma de la Logse" no son capaces de apearse de sus planteamientos.
Por eso las concepciones del Pacto en el PSOE y en el PP siguen siendo muy distantes. Y, además, ha emergido una dificultad adicional: la posición de los nacionalistas. Los nacionalistas catalanes han advertido con absoluta claridad que la ley educativa catalana es intocable. El Pacto sólo sería aceptable para ellos si se limitara a abordar temas que no afectaran a la ley catalana. Lo cual conduciría al Pacto a la nada.
Un Pacto serviría si tuviera la valentía de afrontar tres cuestiones capitales para mejorar la educación española: la expansión de las libertades educativas; el fortalecimiento institucional de la escuela pública; la recuperación, mediante medidas potentes, de los valores imprescindibles para el éxito escolar. No son objetivos incompatibles. Todo lo contrario. Pero requieren reformas de calado y una sincera voluntad de cambio del modelo que ha regido nuestra educación en estos veinte años. Lamentablemente, esa voluntad no se percibe en el horizonte.
Y así surge la pregunta clave, la que todavía no se ha contestado: ¿para qué el Pacto Educativo? Mientras no haya una respuesta, el Pacto no saldrá del estado de confusión en el que ahora se encuentra.