A propósito de crucifijos y minaretes

La religión del vacío

Cultura · Marcelo López Cambronero
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4 diciembre 2009
El Congreso de los Diputados ha aprobado, como todos ustedes sabrán, una enmienda no de ley para que se retiren todos los crucifijos de los colegios y, por iniciativa del grupo socialista, se han incluido no sólo a los colegios públicos, sino también a los privados y concertados.

La iniciativa, al igual que la pasada sentencia del Tribunal de Estrasburgo para que se retiren los crucifijos de las escuelas italianas, se une a la votación de los suizos para evitar que se construyan minaretes en su territorio. Las tres acciones de mueven en la misma onda y son, las tres, reflejos del crecimiento incesante del totalitarismo más reaccionario en Europa.

¿Les sorprende esta afirmación? Quizá haya demasiada gente en esa misma onda.

La posición que hay de fondo es de las más peligrosas que ha conocido la historia de los totalitarismos: la concepción de un Estado neutral. Absurdo lógico y vital que esconde una de las ideologías más peligrosas (por camuflada) que hemos conocido.

El Estado no es neutral, y la iniciativa de retirar los crucifijos, o los minaretes, o los pañuelos islámicos o "hiyab", esconde una concepción religiosa que no es tan respetable como las demás. Me explico.

La concepción de que no deben existir símbolos religiosos en las aulas es una posición teológica tan determinada como cualquier otra, pero con un presupuesto peculiar: la amputación del sentido religioso, que es parte de lo humano. La reducción de la razón a cálculo, a utilidad, la concepción del hombre como un  sujeto cuyo horizonte vital queda reducido a la producción económica. Es, además, una iniciativa ilustrada, liberal y, como tal, parte de una tradición determinada.

El problema es que esta posición teológica pretende imponerse a la libertad de conciencia, puesto que se presenta no como una opción religiosa más (el ateísmo) sino como la propuesta neutral de un Estado aconfesional. Sin embargo, pretende sesgar el corazón del hombre. Mientras que la tolerancia llamaría a un impulso de la educación religiosa, en todos los ámbitos, y a la posibilidad de presencia pública y libre de distintas religiones, la intolerancia de la medida impone una única religión, y nos sumerge en un Estado confesional que atenta contra uno de los derechos humanos más valiosos, por los que más sangre se ha derramado y que constituye centro esencial de la vida de tantísimas personas, y en realidad de todas: la libertad religiosa.

El problema fundamental no es la discriminación de la mayoría católica en nuestro país, ni la imposición de una posición religiosa frente a la libertad de los padres para elegir la educación de sus hijos y la de toda persona para buscar el bien que considere más valioso, sino la reducción de la razón y de la vida a un absurdo en el que no todos queremos vivir. Podría citar aquellas magníficas palabras de Pushkin cuando decía: "afirmar que Dios no existe es más estúpido que creer que el mundo se sostiene en la espalda de un rinoceronte", pero la discusión es más profunda que la elección entre bienes distintos: es el sostenimiento de la propia capacidad de elegir el bien, de vivir en libertad, de sostener una sociedad democrática.

Recuerdo, y les recomiendo, el cortometraje que el director Xavi Sala hizo sobre el hiyab, y que lleva ese mismo título. En él se ve a una joven islámica que lleva ese pañuelo y está a punto de entrar en clase. La profesora quiere convencerla de que no debe llevarlo, argumentando que atenta contra la libertad religiosa. Después de un tira y afloja, en el que la profesora defiende los postulados que sostiene esta propuesta "no de ley", la joven se quita el pañuelo y entra cabizbaja a clase. Cuando eleva la mirada la cámara nos muestra en toma subjetiva los diferentes adornos que los demás alumnos llevan en la cabeza: rastas (por cierto, un símbolo religioso), distintos pañuelos, gorras de equipos de baloncesto, etc. Una razón reducida sólo admite lo superficial, lo banal, lo estúpido. Sobre las cosas importantes no hay nada que decir, sólo queda el vacío, la pared blanca a la que aspira nuestro Gobierno monocromo e intransigente.

Las religiones no pueden reducirse a la banalidad de un menú, porque no son tan simplonas como las ideologías de turno, sino que constituyen una sabiduría práctica y decisiva sobre la vida, con tradiciones valiosas y que, en lugar de esconderse, deben ser promovidas. No son todas iguales, pero la que es inaceptable es la del vacío, el nihilismo simplón y estúpido que predomina y pretende imponérsenos a todos.

Delenda est libertas!! Delenda est sinistra!!

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