Caminar por Buenos Aires no es fácil

Mundo · Horario Morel (Buenos Aires - Argentina)
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23 noviembre 2009
Transitar por Buenos Aires en estos días que corren se parece mucho a desplazarse por el tablero de un juego de mesa de estrategia bélica. Calles cortadas, gente acampando en plena Avenida 9 de Julio, protestas varias y huelgas de subterráneos que convierten a esta bella ciudad en un caos cotidiano. Es que la situación social y política se tensa al compás de los conflictos, alterando invariablemente la vida de los porteños.

Detrás de estas demostraciones de fuerza expresadas con la ocupación del espacio público, confluyen al menos tres factores evidentes: una situación de pobreza extendida ya inocultable, la manipulación de la miseria en pos de fines políticos inconfesables y una degradación cultural que como proceso lleva ya varios años minando el espíritu de la porción más humilde del pueblo.

Según el informe de mitad de año de Ecolatina, del total de la población argentina (actualmente casi 40 millones de habitantes), 4.700.000 personas son indigentes y 12.700.000 son pobres.  Datos que difieren en mucho con los del INDEC, otrora prestigiosa institución estatal hoy intervenida por el Gobierno para falsear los datos y las mediciones de la economía nacional. El ojo del observador acepta como más veraz la medición no oficial, tal como ocurre con el índice de inflación y tantos otros indicadores económicos.

Los números establecen, entonces, que el 43,5% de los argentinos sobreviven en medio de la angustia y las dificultades, apenas cubriendo sus necesidades más básicas.

Esto explica la virtual desaparición de la clase media (un "clásico" argentino, con el que gustábamos distinguirnos de otras sociedades latinoamericanas más desigualitarias), y también la estrechez de nuestro mercado interno. Piénsese al respecto que la semana pasada se reunieron Lula y Cristina sin poder disimular con la foto las graves divergencias que existen entre los principales socios del deteriorado Mercosur, con la noticia de que Brasil incorporará el año próximo al mercado nada más ni nada menos que ¡cien millones de personas!

De todos modos, no hacen falta las estadísticas para darse cuenta de que la pobreza en la Argentina va en aumento. Lo advierte el pulso cotidiano en la creciente cantidad de personas y familias que duermen en las calles, en el ejército de pibes que llenan los semáforos pidiendo una moneda y en los cientos y cientos que deambulan de día por el centro de Buenos Aires sin destino alguno, sólo persiguiendo el sustento inmediato (hasta "cotidiano" queda grande para describir el drama que se ve). Los que viven de la política manipulan esta alarmante y explosiva situación social.

Lo hace el Gobierno, a través de múltiples programas de ayuda que distribuye arquitectónicamente a través de los intendentes, como medio de reforzar su dominio electoral en el mismo terreno. Lo hacen las "organizaciones sociales", mayoritariamente lideradas por dirigentes vinculados a partidos de izquierda que sin embargo hoy por hoy privilegian el manejo de los recursos públicos que financian los programas de ayuda por sobre la lucha ideológica. En efecto, hay una gran variedad de proveniencias y pertenencias políticas entre estos "líderes sociales": muchos vienen del Partido Obrero, de las varias denominaciones socialistas, otros del amplio arco peronista (oficialista y opositor) y los hay hasta socialcristianos; pero todos hoy se emparentan en el manejo de grandes contingentes de desclasados y, fundamentalmente, de grandes sumas de dinero. Hace poco tiempo el gobernador de una importante provincia del norte argentino reconoció que la líder social de su provincia que administra los planes de ayuda del Gobierno nacional tiene más poder que él.

En estos últimos días, el Gobierno relanzó la ayuda social a través de dos nuevos programas: el "Argentina Trabaja" y la "Asignación Universal por Hijo". El primero de ellos es más que pretencioso, ya que consiste en una asignación de $1.300 mensuales (unos 350 dólares) más cobertura de obra social, contra una supuesta prestación laboral del beneficiario asociado en una cooperativa de 60 personas administrada por el intendente de cada localidad. Nadie está en condiciones de asegurar que esa contraprestación laboral llegue a existir, y es muy probable que nadie esté interesado realmente en controlarlo; los intendentes son políticos, no empresarios. Además, el contenido de este programa es peligrosamente cercano a lo que cualquier empleado con sueldo mínimo más adicionales convencionales percibe, lo que puede ganar por ejemplo un joven universitario que transita los primeros años de facultad en jornadas de 6 u 8 horas, aspecto que pone ya en aprietos a los intendentes, que advierten que sus propios empleados públicos podrían renunciar para pasar a integrar las cooperativas, y ganar lo mismo sin trabajar. 

Es que quien reciba el "Argentina Trabaja" puede sumar además la "Asignación Universal por Hijo" ($180 por mes, poco menos de 50 dólares). La inscripción para esta última mostró la semana pasada la cara más angustiante de la realidad social que describimos. Largas filas de noche y de madrugada de madres desesperadas con sus hijos en brazos, esperando la apertura de las oficinas públicas, y alguna mano solidaria de esa clase media hoy en vías de extinción acercando un mate cocido o una leche para los chicos que las cámaras de televisión lograron enfocar para que se sepa que hay argentinos que aún sentimos vergüenza propia y ajena, y que las reservas de solidaridad siguen vigentes.

La instrumentación del "Argentina Trabaja" ya genera polémica. El Gobierno dio la orden a sus intendentes fieles que las cooperativas deben estar integradas preferentemente por gente representada por asociaciones piqueteras, es decir, las mismas que vienen administrando planes anteriores. Muchos intendentes se resisten porque son de signo ideológico distinto. Las organizaciones sociales que quedaron inicialmente fuera de la administración de estos nuevos fondos optaron sin más por acampar en plena Avenida 9 de Julio, con el Obelisco de fondo, durante varios días, a las puertas del Ministerio de Acción Social, mítico edificio público que supo ser el búnker de Eva Perón, hasta cerrar una negociación con la hermana del ex presidente Kirchner para ser incorporadas. Fue cuando la ministra se reunió con el Premio Nobel de la Paz Pérez Esquivel y con el piquetero Pérsico, funcionario renunciante pocos días antes al ser sorprendido su hijo con una camioneta oficial llena de plantas de marihuana con destino de comercialización.

El acampe piquetero provocó un verdadero caos en la ciudad, también por su coincidencia con la enésima huelga de subtes a raíz de un conflicto sindical por el cual los empleados de la red metropolitana buscan el reconocimiento de una nueva entidad sindical diferente a la que hasta hoy goza de los beneficios del "unicato sindical argentino" (una única organización con personería gremial por rama), que todos los años le cuesta a la Argentina la amonestación de la O.I.T. por violar el principio de libertad y democracia sindical.

Caminar por Buenos Aires no es sólo difícil, duele. Aunque también es ocasión de encontrar puntos vivos que día a día apuestan a la construcción de una sociedad mejor. Se percibe en la multitud que pese a todas las dificultades llena de trabajo las jornadas, sin que el anonimato empañe el heroísmo de su constancia épica. Se ve en tantos y tantos ejemplos de solidaridad cotidiana, como los de los comedores infantiles de los barrios más humildes. En el esfuerzo creativo de quienes hacen de esta ciudad una verdadera capital de la cultura, en sus museos, sus teatros, sus cines, sus bibliotecas, sus librerías, sus cafés y sus plazas. En la capacidad acreditada de tantos profesionales de todos los ámbitos de la ciencia, que aun pudiendo triunfar en el exterior como usualmente ocurre con los que emigran optan por volcar sus conocimientos y su talento en donde nacieron.

Lamentablemente, la política desacompasa el ritmo vital de los argentinos, como una partitura ejecutada a destiempo. Un gobierno autista y una oposición desarticulada y dividida son los ingredientes de un plato mal preparado con sabor a fracaso.

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