La muerte del pequeño Rayan nos llena a todos de preguntas

Cultura · José Luis Linares
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20 julio 2009
Si su madre no hubiera contraído la gripe A, es razonable pensar que aún estaría entre nosotros y él todavía no habría nacido: viviría. Sin embargo, las circunstancias son otras. De ahí que asistamos a un debate social en el que se analiza la realidad buscando culpables y se exige una investigación hasta el final. Es absolutamente comprensible, pues estamos hablando de la pérdida de una vida humana.

Es innegable que la enfermera tiene una responsabilidad pero, y esto es lo paradójico, también subyace la certeza de que ha sido una desgracia involuntaria. Y sin embargo se está juzgando a esta persona con más dureza y rigor que a los responsables de tantas otras muertes intencionadas y violentas.

Por otra parte, no es menos doloroso imaginar que esta cuestión sería muy diferente si hace unos días, invocando los graves riesgos que su enfermedad podía suponer para la salud del feto, la madre hubiera pretendido interrumpir su embarazo. Al fin y al cabo, ésos son los términos del proyecto de ley al que asistimos. De todas formas la realidad es tozuda y se impone, pues Rayan pudo nacer y por eso, por muy doloroso que nos resulte, ha podido morir.

Es sorprendente ver cómo una sociedad que se considera avanzada es capaz de dar y quitar importancia a los hechos según interprete las circunstancias. Afortunadamente hay una forma de superar esta contradicción flagrante: anteponer siempre la persona en su integridad a cualquier otra idea o consideración.

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