La persona humana y la ciencia

Mundo · José Miguel García
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9 julio 2009
Un amigo me ha hecho llegar dos afirmaciones sobre la persona humana muy semejantes, si no idénticas. La primera pertenece a un hombre trágicamente famoso por las consecuencias destructivas que ocasionó a la cultura occidental y los millones de personas humanas que perdieron la vida por realizar una política basada en principios ideológicos que se mostraron profundamente falsos. El personaje quizá lo ha identificado el lector, se trata de Adolf Hitler. La tragedia humana de la Soah tiene sus raíces en este juicio apodíctico que formuló públicamente cuando llegó a ser el Reich de Alemania: "Un judío, independientemente de su edad, es claro que es un ser vivo; ahora bien no puede afirmarse que sea un ser humano, no hay base científica para ello". La segunda pertenece a una mujer de nuestro tiempo, Bibiana Aído; también ella tiene responsabilidad de gobierno y suele justificar las nuevas leyes que presenta como defensa de los derechos humanos. Su afirmación dice así: "Un feto de 13 semanas es un ser vivo, pero no puede ser un ser humano porque eso no tiene ninguna base científica".

Ambos apelan a la ciencia para definir qué es un ser humano. No sé cuál es el hallazgo científico que Hitler y Aído tienen en sus mentes, pues ninguno de ellos lo nombra expresamente. En el caso de Hitler, ya que murió en 1945, no podemos reclamar esta explicitación; aunque el tiempo ha mostrado la falsedad de su juicio. Lamentablemente, sin embargo, el descubrimiento de la verdad no tiene efectos retroactivos y, por tanto, no sirve para recuperar la vida de tantos millones de judíos de todas las edades eliminados apelando a la ciencia. Pero en el caso de la ministra Aído, dado que todavía vive entre nosotros, tenemos derecho a reclamarle que indique con claridad las pruebas científicas en las que basa su afirmación apodíctica. ¿Se refiere a la ciencia genética? Por ella sabemos que todos los individuos de una misma especie poseen un número de cromosomas constante; el de la especie humana son 46. ¿Las ciencias biológicas han descubierto que el feto de 13 semanas tiene un número distinto de cromosomas? Por otra parte, es bien sabido que el ser vivo de 13 semanas es el resultado de la unión de un espermatozoide y un óvulo de dos individuos de la especie humana. ¿Acaso la ciencia ha demostrado que antes de las 13 semanas esas dos células que originan un nuevo ser vivo no puede afirmarse con total seguridad que es de la especie humana? ¿Se ha demostrado científicamente que no hay continuidad biológica entre el embrión de menos de 13 semanas y el de más de 14?

En realidad, la afirmación de la señora ministra es totalmente arbitraria, ya que la ciencia no tiene poder para decidir cuándo existe la persona humana. La ciencia podrá estudiar la evolución de ese ser humano, pero en absoluto definir en qué consiste la persona humana y mucho menos indicar el momento justo en que empieza a existir la persona. La ciencia podrá señalar incluso la viabilidad extrauterina del feto, pero en modo alguno decidir que es en ese momento cuando el feto adquiere el derecho a la vida. Lamentablemente la señora ministra y el Gobierno actual de Zapatero se arrogan un poder que ni la ciencia ni los votos le pueden conceder. Ciertas leyes, aunque pretendan justificarse apelando a razones científicas, tienen su origen en una concepción totalitaria del poder, y la del aborto es una de ellas. Concepción que siempre tiene consecuencias trágicas, como sucedió en la Alemania del tiempo de Hitler. Quizá la señora ministra, al realizar la afirmación citada anteriormente, estaba pensando en lo que ha decidido el comité de expertos, formado por juristas y médicos elegidos por el Gobierno, para asesorarle en la nueva ley del aborto. Dicho comité propuso que pueda ejercerse libremente el aborto en las primeras 14 semanas de embarazo. ¿Por qué ese número de semanas y no otro? Ninguna justificación. ¿Quizá pertenece al secreto de sumario o se considera al pueblo español incapaz de comprender las supuestas razones científicas?

Por otra parte, la señora Aído apela también a la ciencia para poner algunas condiciones a la realización del aborto después de la semana 22: "Existe la obligación de proteger al feto desde el momento en que, desde el punto de vista científico, es viable con independencia de la mujer". En la actualidad los médicos afirman que un feto es viable fuera del útero materno a partir de la semana 23. ¿En esta semana habría que colocar el derecho del feto a no ser abortado? Así lo asegura la ministra Aído: "A partir de la semana 22 sólo se podrá interrumpir el embarazo cuando los problemas sean de tal magnitud que sea segura la no supervivencia del feto y así conste en un dictamen emitido por un especialista diferente al que practique la intervención".

El razonamiento de la señora ministra, además de confuso, es enormemente peligroso. Por la misma razón todo ser humano que por enfermedad no sea capaz de sobrevivir sin asistencia médica o de los instrumentos que el ingenio humano ha inventado para favorecer la vida perdería también todo derecho a permanecer existiendo.

La ciencia sólo puede reconocer y descubrir la realidad, no la crea. Pero por su propia metodología, es incapaz de conocer toda la realidad. Considerar, por tanto, que la verdad es sólo el aspecto de la realidad a la que llega la ciencia es introducir una reducción que siempre resulta violenta e inhumana. Tiene razón Benedicto XVI al recordar en su reciente encíclica la necesidad de ampliar la razón, sobre todo en el mundo de la bioética: "En la actualidad, la bioética es un campo prioritario y crucial en la lucha cultural entre el absolutismo de la técnica y la responsabilidad moral, y en el que está en juego la posibilidad de un desarrollo humano e integral. Éste es un ámbito muy delicado y decisivo, donde se plantea con toda su fuerza dramática la cuestión fundamental: si el hombre es un producto de sí mismo o si depende de Dios. Los descubrimientos científicos en este campo y las posibilidades de una intervención técnica han crecido tanto que parecen imponer la elección entre estos dos tipos de razón: una razón abierta a la trascendencia o una razón encerrada en la inmanencia. Estamos ante un aut aut decisivo. Pero la racionalidad del quehacer técnico centrada sólo en sí misma se revela como irracional, porque comporta un rechazo firme del sentido y del valor. Por ello, la cerrazón a la trascendencia tropieza con la dificultad de pensar cómo es posible que de la nada haya surgido el ser y de la casualidad la inteligencia. Ante estos problemas tan dramáticos, razón y fe se ayudan mutuamente. Sólo juntas salvarán al hombre. Atraída por el puro quehacer técnico, la razón sin la fe se ve avocada a perderse en la ilusión de su propia omnipotencia. La fe sin la razón corre el riesgo de alejarse de la vida concreta de las personas" (Benedicto XVI, Caritas in veritate, 74).

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