Editorial

Despertar con un vasco y un navarro

Editorial · Fernando de Haro
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16 mayo 2020
Un vasco y un navarro han sido los protagonistas en paginasdigital.es de un diálogo de altura con motivo de la publicación del último libro de Julián Carrón, ‘El despertar de lo humano’. En esta conversación, en tiempo de confinamiento, han surgido cuestiones decisivas para comprender existencialmente cómo usamos la razón los huérfanos de la Ilustración y cuál es la naturaleza del cristianismo.

Un vasco y un navarro han sido los protagonistas en paginasdigital.es de un diálogo de altura con motivo de la publicación del último libro de Julián Carrón, ‘El despertar de lo humano’. En esta conversación, en tiempo de confinamiento, han surgido cuestiones decisivas para comprender existencialmente cómo usamos la razón los huérfanos de la Ilustración y cuál es la naturaleza del cristianismo.

El navarro es Gregorio Luri, pedagogo y ensayista. El vasco, Mikel Azurmendi, antropólogo. Luri, que ha acogido el libro de Carrón con una seriedad poco frecuente, ha confesado su admiración “por la entrega entusiasta e insistente de mis amigos de Comunión y Liberación (CL) a sus hermanos”, al tiempo que ha expresado sus dificultades para compartir el subrayado en “un cristianismo de la experiencia” y en un “cristianismo del encuentro”. Luri, al que hay que agradecer su franqueza, “no puede evitar encontrar en el encuentro un emotivismo”. Le resulta difícil “aceptar un cristianismo como religión de la experiencia que ignore el valor de la ley”, un cristianismo que se ha convertido en “una religión de la salida de la religión”.

El navarro teme la enésima reaparición de Marción, el famoso hereje gnóstico del siglo II, que opuso el Dios del Antiguo Testamento, el Demiurgo malo, al Demiurgo bueno, el Dios del evangelio. Es lógico que Luri esté preocupado por la dialéctica que enfrenta la ley y el evangelio. La reinterpretación gnóstica del cristianismo que opone los dos Testamentos, como ha indicado Borghesi, recurre una larga trayectoria que tiene mucho que ver con el proceso teórico de la secularización.

También se entiende que Luri sienta cierto rechazo por el “cristianismo de la experiencia”, después de que el modernismo hiciera un uso del término subjetivista. La inquietud del navarro es la misma que tenía en 1963, el entonces cardenal de Milán, Montini, futuro Pablo VI, cuando le pidió a Luigi Giussani que aclarase qué entendía por experiencia. El fundador de CL escribió entonces un cuadernillo dedicado a este tema en el que aseguraba que “lo que caracteriza a la experiencia es entender una cosa, descubrir su sentido” y el “sentido de una cosa no lo creamos nosotros; la conexión que la une a todas las demás cosas es objetiva”. En ese texto “el cristianismo del encuentro” se concibe, no como una alternativa a la ley o la objetividad, sino como la forma, el método para que el cristianismo conserve su naturaleza, no sea noción o ética. Cualquier experiencia cristiana, señalaba Giussani, está hecha del “encuentro con un hecho objetivo, originalmente independiente de la persona que tiene la experiencia”. Pero además es necesario “poder percibir adecuadamente el significado de ese encuentro”, su significado para la existencia. “El valor del hecho con el que nos topamos trasciende la fuerza de penetración de la conciencia humana, y requiere por consiguiente un gesto de Dios”.

Azurmendi respondía a los pocos días a Luri reivindicando el valor de un encuentro particular. El vasco señala que esta es la respuesta al emotivismo cuyo origen hay que buscarlo precisamente en la Ilustración: “desde Descartes hasta Kant” los ilustrados “se hicieron con una buena provisión de estimables supuestos morales cristianos que consideraban intocables y superiores” y se pusieron a volver razonable la ley moral, “creyendo que su razonabilidad dependía de la finura argumentativa que lograsen (no de su origen cristiano). He ahí el inicio del fracaso de la Ilustración: haber pasado por alto la autoridad de la fuente de moralidad”. El fracaso se constata en el “repique de argumentarios cada cual más ‘auténtico’ (…) Nietzsche levantó acta de ese fracaso: que cada cual construya sus propios valores”. El origen de la emotividad líquida que vivimos no está en el cristianismo de la experiencia sino en una razón universal abstracta que ha perdido sustento.

¿Qué razón, qué sentimiento, qué racionalidad de la fe están en pie para el vasco y para el navarro? Luri parece cómodo con la solución que dio Hermann Cohen (siglo XIX). El pensador alemán después de haber buscado una “religión dentro de los límites de la razón (racionalista)”, apostó por un “judaísmo que dejara de ser tanto la religión de la ley como de la razón, porque el mandato de amor desborda los límites de cualquier otro imperativo”.

Azurmendi más bien indica que con el encuentro no se deja de lado la razón, el amor se hace forma de conocimiento. Se conoce a través de algo/alguien particular capaz de despertar “la admiración (…), la sorpresa ante un hecho que contradice nuestra experiencia pasada, (…) la emoción que remueve positivamente las neuronas-espejo”, conduce a la conclusión de que “aquello tan inesperadamente bueno (encontrado) es también bueno para mí”. Fue el método de Jesús con sus discípulos, de los primeros cristianos que hicieron “comparables sus vidas” con las de los paganos. “Es el método que usamos los humanos para constantemente mejorar nuestras vidas”, asevera el vasco.

El diálogo ha surgido en un momento en el que se nos ha hecho urgente volver a aprender cómo usar la razón para poder despertar.

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