El secreto de una familia feliz, también en el confinamiento
“Un matrimonio que experimenta la fuerza del amor sabe que ese amor está llamado a sanar las heridas de los abandonados, a instaurar la cultura del encuentro, a luchar por la justicia. (…) Dios ha confiado a la familia el proyecto de hacer doméstico el mundo, para que todos lleguen a sentir a cada ser humano como un hermano. Su fecundidad se amplía y se traduce en miles de maneras de hacer presente el amor de Dios en la sociedad. He aquí el secreto de una familia feliz”.
Anna y su familia, junto con otras familias amigas vinculadas a la Asociación Familias para la Acogida, decidieron hace un tiempo, y tras vivir varias situaciones dolorosas, tomarse en serio esta propuesta del Papa en la Exhortación Amoris Laetitia. Comenzaron entonces a ir a misa los domingos a la parroquia de Santa Anna, en el centro de Barcelona. Esta parroquia acoge a personas que viven en situaciones muy dramáticas. Anna y sus amigos comenzaron a comer con ellos un domingo al mes. No a llevarles comida, sino a sentarse a comer con ellos. Y desde entonces, han ido entendiendo la propuesta del Papa para las familias: su tarea no es vivir solas sino dejarse ayudar por la comunidad.
Una experiencia, dice Anna, que pasa por cosas muy concretas: una amistad que crece, la acogida en casa de una chica que estaba en la calle… “Lo que hacemos no es otra cosa que seguir el magisterio del Papa: la familia cristiana es una familia abierta, que ayuda y pide ayuda, que se percibe hambrienta y la Iglesia le da de comer, pero a la vez alimenta a otros”.
Pero llegó el confinamiento y tuvieron que interrumpirse las comidas. Algunas familias, ya amigas, les llamaron porque no tenían nada que comer. Entonces Anna y sus amigos se empezaron a plantear cómo responder a las nuevas necesidades de estas familias amigas. El problema no era solo llevar una caja de comida, también llamar por teléfono, acompañar. Y poco a poco han surgido otras necesidades: juguetes para los niños, buscar un dentista para un dolor de muelas, evitar desalojos. La experiencia como familia –Anna tiene seis hijos– es clave para entender a otra familia.
Durante estas semanas, la bola de nieve se ha hecho grande y muchas familias se han unido a esta comunidad. “Es como si todo el mundo desease responder a este momento histórico y a la vez tener una vida más profunda”, dice Anna. Pero no le gusta hablar de voluntariado porque no lo es. Hay que romper con la idea de que unas familias ayudan y otras son ayudadas, insiste Anna, porque el beneficio es mutuo. Lo explica así: “dejándonos ayudar por otros y abriéndonos a las necesidades de otros todo el peso de la familia se simplifica. El dolor es más dolor y la alegría más alegría”. Y esto lo perciben también los niños. Es más fácil saberse querido, hagas lo que hagas, cuando tus padres quieren a aquellos que son denigrados por la sociedad.
Algunos que han recibido ayuda están pidiendo también cómo poder ayudar. “Familias acompañando a familias” es esto, una comunidad de familias que se necesitan y se acogen entre sí porque han descubierto que este es el método para ser una familia feliz, también durante el confinamiento.