Los Ángeles quieren jugar al baloncesto
Se ha ido de repente, tan inesperadamente como apareció, obsesionado por ese gran amor que le hizo tan increíble y verdadero. Kobe Bryant, 41 años, leyenda del baloncesto americano, ha muerto en un accidente de helicóptero junto a una de sus hijas, Gianna Maria, de 13 años. La investigación del accidente aún no ha concluido en busca de respuestas a todas las preguntas que su esposa y sus otros dos hijos no dejarán de plantearse en estos momentos.
La estrella de la NBA en los míticos Lakers, a quien llamaban “Black Mamba” lo ganó todo con un apetito y una personalidad propia de un auténtico campeón. Todavía suena en nuestra memoria su retiro de la competición, hace ya más de cuatro años, cuando Bryant escribió una conmovedora carta dedicada al baloncesto que sirvió de gancho para un cortometraje que fue premiado incluso con un Oscar.
En aquella carta Bryant, modelo e inspiración para tantos campeones, se dirigía al baloncesto como a un Tú que le había enamorado y arrastrado en una pasión sin tiempos, convirtiéndose en el terreno y el espacio donde poder jugar toda su vida. No era un hombre medias tintas y tenía claro que en la vida no basta con nacer, vivir y reproducirse para llevar a cumplimiento la propia existencia, sino que hace falta un lugar, un tiempo, una realidad, a la que darse y con la que comprometerse.
Para Bryant, el baloncesto se había convertido en el antídoto contra todo nihilismo, hasta el punto de que cualquiera que le viera jugar –con su obsesiva hambre de ganar y seguir la pelota– veía también que él estaba cambiando el baloncesto porque el baloncesto le estaba cambiando a él. No era una competición ni un espectáculo lo que hipnotizaba viéndole, sino la percepción de que en esos pocos metros de campo cualquiera podía verse introducido en una relación que hacía la vida –también fuera del campo– más seria y auténtica.
Habrá espacio más adelante para mirar con más contención esta tragedia o comentar su impresionante carrera que hoy engrandece al mundo del deporte. Lo que percibimos hoy es una vida cumplida, raptada por una fuerza misteriosa que hacía a Kobe distinto de todos los demás y que un domingo de enero se lo llevó consigo. A jugar con los ángeles después de jugar toda su vida en su ciudad. Ironías del destino, quizás, o quizás solo un camino sencillo para una vida más plena. Y más alegre.