Estados de paz

España · Agustín Domingo Moratalla
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7 noviembre 2019
Publicamos, por su interés, este artículo publicado el domingo 27 de octubre de 2019 en el diario Las Provincias.

Publicamos, por su interés, este artículo publicado el domingo 27 de octubre de 2019 en el diario Las Provincias.

Uno de los conceptos más importantes de la ética política es el de “estados de paz”. No tiene nada que ver con la “paz de los cementerios”, ni está relacionado con el libro de Gironella que llevaba por título “Ha estallado la paz”. Menos aún con los famosos “años de paz” del régimen de Franco. Sin embargo, conviene traerlo a la memoria para reflexionar sobre la calificación moral de la exhumación e inhumación de Franco como un acto de justicia restaurativa.

El concepto de “estados de paz” aparece en la obra de Paul Ricoeur que lleva por título ‘Caminos del reconocimiento’. Se entiende bien cuando lo pensamos como una situación contraria a tiempos cainitas de venganza, lucha y enfrentamiento. Lo utiliza para mostrar que la ética pública de sociedades modernas no puede ser una permanente “lucha por el reconocimiento”, como si la historia de los pueblos fuera un sucesivo enfrentamiento entre víctimas y verdugos, amos y esclavos. Quiere marcar distancias con Hobbes y Hegel para quienes la guerra de todos contra todos, o la lucha entre amos y esclavos era el motor de la historia. Una historia a la altura de la dignidad humana necesita momentos de confianza mutua, de sosiego, de reconciliación, de fiesta y de generosidad mutua. Los ciudadanos no pueden estar en permanente lucha si quieren construir relaciones de amistad cívica y cooperación mutua. Un estado de paz describe un tiempo esperanzado de convivencia y consolidación de la amistad cívica.

Ricoeur recuerda el gesto del canciller Willy Brandt cuando se arrodilló en Varsovia ante el monumento en memoria de las víctimas del Holocausto. Era un gesto que podía contribuir a terminar con las luchas y los procesos de victimización continua. Nuestra transición está llena de gestos de esta naturaleza que supusieron la reconciliación entre españoles. El Rey Juan Carlos, Adolfo Suárez, Santiago Carrillo, el cardenal Tarancón y cientos de ciudadanos que protagonizaron la transición a la democracia son ejemplos de que los estados de paz tienen más fuerza cívica que la permanente voluntad de lucha. Los estados de paz representan una lógica social de la sobreabundancia y la generosidad que desborda la lógica de la equivalencia cuya versión más primitiva es la Ley del Talión.

Las amnistías y el perdón forman parte de esta justicia cordial que parece incomprensible porque emerge de una generosidad cívica y no de un odio victimario. Después de comprobar la teatralización mediática realizada con el traslado de Franco, hay dudas razonables de que la Ley de memoria histórica haya fortalecido el estado de paz que generó nuestra transición. No se está utilizando para fortalecer la convivencia y la amistad cívica sino para potenciar electoralistas relatos de lucha y revictimización social. Tristes iniciativas de odio y resentimiento, sin migaja alguna de generosidad moral.

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