Nobel y pobreza. El secreto está en lo particular

Cultura · Giorgio Vittadini
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28 octubre 2019
Llega una buena señal con la asignación del Nobel de economía de 2019. Permite pensar que algo está cambiando, al menos en el pensamiento, si no también en la praxis económica. Parece que han pasado siglos desde que, en los años 90, los Nobel se asignaran a estudiosos que mostraban el rendimiento de cualquier derivado financiero.

Llega una buena señal con la asignación del Nobel de economía de 2019. Permite pensar que algo está cambiando, al menos en el pensamiento, si no también en la praxis económica. Parece que han pasado siglos desde que, en los años 90, los Nobel se asignaran a estudiosos que mostraban el rendimiento de cualquier derivado financiero.

Hace tiempo, los académicos suecos decidieron no premiar a los que se enzarzan en alquimias algorítmicas sino a los que se replantean los propios fundamentos del desarrollo. ¿Cómo se genera crecimiento? ¿Qué factores esenciales lo determinan? ¿De qué inputs se puede partir?

Así, en 2017 el Nobel de economía fue para Richard H. Thaler que con su “pequeño empujón” redefinió el concepto de racionalidad económica, reclamando la necesidad de que en el centro de los modelos estuviera el ser humano. En 2018 el premio fue para Paul Romer y William Nordhaus, que proponían métodos que dieran vida a un crecimiento duradero y sostenible.

Este año han recibido este importante reconocimiento Abhijit Banerjee, Esther Duflo y Michael Kremer, por poner sobre la mesa la economía del desarrollo y, en su seno, el grave problema de la pobreza. Es importante señalar que los principios y criterios utilizados, considerados dignos de galardón por la Academia, valen para el desarrollo en su conjunto y de hecho necesitan de manera apremiante que se reevalúen dentro del pensamiento económico. Particularmente la experimentación, la concreción y el rigor.

Los tres expertos llevan tiempo bajo los focos de observación por programas experimentales circunscritos y concretados mediante un enfoque riguroso de las conocidas técnicas de randomized controlled. A través de estas metodologías se actúa sobre dos poblaciones similares con dos intervenciones distintas sobre la pobreza y se comprueba cuál es más eficaz. Por ejemplo, Kremer estudió en Kenia qué factor incidía más en la frecuencia escolar, entre la donación de libros y material didáctico, y los incentivos monetarios destinados a este objetivo, o a fármacos para combatir infecciones intestinales. Duflo y Banerjee también experimentaron con el mismo método en la India con políticas para mejorar las condiciones sanitarias, la educación y el emprendimiento.

Más allá del resultado (en el trabajo de Kremer se mostró que el tercer factor era el más importante), lo fundamental es el enfoque. Según parámetros neoliberales aún muy de moda, solo los mecanismos generales del libre mercado son capaces de garantizar el desarrollo y este se alcanza de una manera totalmente equilibrada con la maximización del beneficio, individual y empresarial.

En cambio, dicen los tres expertos, hay modelos económicos generales que se aplican en abstracto cuando es necesario prestar atención a las características específicas de la población, hay que actuar con intervenciones pequeñas, al alcance de los directos interesados. La pobreza no se puede comprender con indicadores medios ni con análisis generalizados. El retraso cultural y educativo asume mil caras en los diversos grupos étnicos, sociales, territoriales, que no se pueden equiparar, sino mirar con atención.

En este reconocimiento hay que asumir un hecho muy sencillo: no puede haber desarrollo y emancipación que no nazcan desde abajo, desde la persona con sus vínculos, de su iniciativa consigo misma y con los demás. Porque la pobreza no solo tiene razones económicas debidas a las desigualdades del sistema, es sobre todo falta de educación, pobreza cultural, que si se ignora hace que resulte inútil toda generosidad económica. Incluso la introducción de nuevas tecnologías acaba siendo inútil si antes no se prepara a la persona para utilizarlas.

Hay que aprender a leer, dentro de los propios territorios y situaciones, los múltiples aspectos en los que se declina la pobreza. Se trata de un enfoque del desarrollo que podríamos definir como subsidiario: un diálogo para que crezcan las instituciones locales, para que la persona pueda educarse y desarrollar su capital humano, para colaborar en la construcción de proyectos válidos caso por caso.

Esto explica por qué es inútil entregar, mediante políticas solo asistencialistas y centralistas, sumas de dinero a los pobres para que puedan emanciparse. Se ha visto en las intervenciones asistenciales del bienestar americano en los años 60 en favor del proletariado de los suburbios de las grandes metrópolis.

La investigación científica no hay que usarla para sacar reglas abstractas válidas para todos. En las cuestiones humanas nunca se puede abstraer o prescindir de los aspectos humanos ni de las condiciones de vida. Al contrario, hay que volver a exaltar el valor irrenunciable del caso particular. Es una nueva frontera para la ciencia económica, a menudo la más ideológica de las ciencias humanas, precisamente en su pretensión de ser “neutral” con sus métodos, cuando no se usan como instrumentos en manos de quien observa la realidad de verdad.

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