Bolonia: un caso positivo

Mundo · Ana Llano
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13 abril 2009
La profesora Ana Llano relata para Páginas Digital un caso positivo de la implantación de Bolonia. El la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid.

Los días 23, 24 y 25 de marzo se celebraron unas jornadas sobre el Espacio Europeo de Educación Superior en la Facultad de Derecho de la Complutense. Organizadas por el Decanato y coordinadas por los profesores Yolanda Sánchez-Urán, Rafael Palomino Lozano y Álvaro Gutiérrez Berlinches, estaban pensadas como una ayuda práctica para el personal de la Facultad a la hora de afrontar este nuevo desafío. No pretendo resumir el contenido de las ponencias y de los coloquios, ni ofrecer una reflexión exhaustiva de las sombras y las luces del famoso EEES o del modo en que se está implantando en España. Lo que quiero decir se resume en muy pocas palabras: lo que ocurrió esos tres días en la Sala de Juntas de la Facultad fue algo extraordinario. Se percibía un nuevo comienzo: el contenido y tono positivo de las ponencias basadas en experiencias con grupos piloto, el agradecimiento y el interés de las preguntas del público, que parecía no querer moverse de allí, la cordialidad del trato entre los organizadores, el trabajo ingente de quienes han elaborado el nuevo grado y los máster, las ganas de sumarse a ellos que se percibía en muchos de los asistentes del PDI y del PAS, muchos de los cuales pidieron unas nuevas jornadas en junio con más calma para seguir trabajando. Creo que estamos atravesando un momento histórico en la casa.  

En muchas intervenciones era evidente la estima y el interés por el alumno -se trata de que aprendan, de formar buenos juristas-, pero lo más impresionante fue el hincapié que se hizo en la necesidad de trabajar de forma coordinada. El gran "secreto" de los profesores universitarios, lo que cada cual hace en sus horas de clase, dejaba de serlo para convertirse en objeto de confrontación con lo que otros hacen. Y el principal tribunal al cual someter nuestro trabajo docente no es otro que nuestros alumnos: escucharles, dejarnos interpelar por ellos, mirar el mayor o menor éxito de la metodología que empleamos, no resulta, así, una amenaza, sino una ayuda para mejorar cada año. Uno de los grandes pecados de la vida universitaria, el individualismo, fue cuestionado sin discursos ni alusiones a la crisis de la universidad española, sino desde la sencilla experiencia de quienes, enrolados en un mismo proyecto -por ejemplo, la enseñanza on line-, han visto la riqueza que supone el trabajar en equipo, el compartir éxitos y fracasos, el preguntarse y corregirse, el reunirse periódicamente para juzgar juntos lo que hacían.  

Quedó muy claro el bien que supone el amplio espacio de libertad que nuestro plan va a permitir, lo cual en realidad es un reclamo a la responsabilidad de cada profesor. Si el resultado del proceso Bolonia es incierto y hay razones para preocuparse, es verdad que nos obliga a replantearnos nuestro modo de enseñar Derecho y, en tal sentido, la resistencia no dice mucho de quienes trabajamos en la universidad. Tampoco el rechazo sistemático a todo lo que provenga del mundo de la pedagogía es razonable: por muchas y fundadas críticas que nos merezca, siempre será más sensato tener en cuenta y aprender de la experiencia y los estudios de los mejores.

En realidad, lo que vamos a hacer, como la profesora Ana Cristina Fernández Cano puso de relieve, es lo que los Departamentos hayan decidido sobre las competencias a desarrollar, las actividades formativas y el sistema de evaluación, así como lo que cada profesor decida que va a ayudar más a aprender a sus alumnos. Dentro de un amplio margen de libertad, habrá que primar, eso sí, las clases prácticas, el trabajo en grupos y la evaluación continua, lo cual no supone una novedad radical para aquellos profesores que ya lo venían haciendo, pero sí un cambio importante para la generalidad.

A la hora de llevar a cabo este nuevo planteamiento de la docencia universitaria, habrá que valorar el trabajo en equipo, como ocurre en el mundo laboral, redescubrir la importancia de unas buenas tutorías personalizadas y tener muy en cuenta que la evaluación continua debe estar al servicio de una finalidad muy concreta: que los estudiantes aprendan, por lo que los criterios deben ser claros y la relación entre los objetivos y la evaluación, congruente.

Es evidente que todo ello supone un volumen de trabajo mucho mayor para el profesor y una entrega que no es habitual en la universidad. Por ello requiere, ante todo, un cambio de mentalidad en el profesorado, sin el cual las reformas se quedan en papel mojado. Hará falta, como advirtió la vicedecana de Innovación y Convergencia Europea, Yolanda Sánchez-Urán, trabajar juntos y colaborar de forma constructiva, a partir del capital humano con que contamos, que es nuestro fuerte. Sería una pena desaprovechar una ocasión como ésta, que ya está dando frutos interesantes.

Ahora bien, la reforma está pensada a coste cero. De todas las objeciones que pueden hacerse al modo en que estamos implantando el EEES, ésta es irrefutable, porque la experiencia lo demuestra: lo que es posible y deseable hacer con grupos de 25 ó 30 alumnos, es inviable con los grupos enormes a los que estamos acostumbrados en muchas carreras. Las sugerencias que hacía Jaime Ortega en estas páginas, hace unas semanas, merecen ser tenidas en cuenta.

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