Editorial

La mitad de la historia sin contar

Editorial · Fernando de Haro
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3 junio 2019
Se acabó. Se terminó el largo proceso electoral en España. Ahora el ruido político se concentra en los posibles pactos municipales, autonómicos y en el acuerdo de investidura que haga presidente a Pedro Sánchez. La primera semana ha dejado constancia, sobre todo en los partidos llamados a ser bisagra, de una inflexibilidad proverbial para el entendimiento. La información política, por saturación y por agotamiento, deja espacio a otros acontecimientos. Uno de ellos es la preparación de la celebración del segundo bicentenario del Museo del Prado. Se vuelven los ojos hacia la gran pinacoteca madrileña, que “no es un museo sino una especie de patria”, como decía Ramón Gaya.

Se acabó. Se terminó el largo proceso electoral en España. Ahora el ruido político se concentra en los posibles pactos municipales, autonómicos y en el acuerdo de investidura que haga presidente a Pedro Sánchez. La primera semana ha dejado constancia, sobre todo en los partidos llamados a ser bisagra, de una inflexibilidad proverbial para el entendimiento. La información política, por saturación y por agotamiento, deja espacio a otros acontecimientos. Uno de ellos es la preparación de la celebración del segundo bicentenario del Museo del Prado. Se vuelven los ojos hacia la gran pinacoteca madrileña, que “no es un museo sino una especie de patria”, como decía Ramón Gaya.

Es patria en muchas miradas, una de ellas, la de Goya, mirada dolida. Hace unos días Víctor Pérez Díaz, en su trabajo Europa entre el compromiso y la polarización, volvía a proponer su famoso cuadro del duelo a garrotazos. Pero esta vez, no para convertirlo en el emblema de una España dominada y enfrentada sino de lo contrario. “Goya nos ofrece, sí, una visión conflictiva de la sociedad, pero el mismo hecho de que nos da esa visión implica la invitación que el artista hace al observador para «verlo a distancia» y «rechazarlo» o «evitarlo». No es una simple expresión del cainismo; porque es también una denuncia del cainismo”, señala el sociólogo. El ojo que ve la polarización y la denuncia ya no es parte de la polarización.

Los datos de las elecciones generales de abril reflejaron un empate técnico entre el bloque de izquierda y de derechas, pero la segunda vuelta que han supuesto las elecciones de mayo ha traído un “corrimiento al centro”. Con un descenso de los extremos: en la izquierda Podemos ha perdido casi dos millones de votos y en la derecha, Vox ha perdido 1,3 millones. El independentismo en Cataluña, después de siete años traumáticos, solo ha subido dos puntos y no ha llegado al 50 por ciento. A juzgar por los datos disponibles, desarrollados por las reflexiones de algunos sociólogos, la narrativa simplista de una España enfrentada y cada vez más radicalizada en posiciones extremas es, por decirlo con terminología marxista, una superestructura que se añade a la vida real. Un relato que tiene mucho que ver con la narrativa simplista de partidos y de medios de comunicación. La España pensada por los políticos y por los medios no es la España de la experiencia. Es la tesis que viene defendido Víctor Pérez Díaz. Y en la que coinciden otros sociólogos insignes como Francisco Llera. “Tenemos datos desde hace mucho tiempo –apunta Llera– de que la gente está fatigada con la polarización de los políticos, y también de los medios. Los medios azuzan mucho la polarización para que la política sea fundamentalmente conflicto y no resolución de problemas”. El que fue director del Euskobarómetro añade que “la demanda de que se pongan de acuerdo es muy grande, tenemos un electorado y una ciudadanía muy moderada y pragmática”. Quizás por eso, el barómetro del CIS, la encuesta más solvente sobre el proceso electoral, señala que un 40 por ciento de los electores no se ha considerado bien informado de los programas de los partidos y un 60 por ciento rechaza la violencia verbal de la campaña.

Desde hace algunos años ciertos medios y cierto movimiento dentro del periodismo ha puesto en marcha el fact-checking (verificación de los hechos). No es otra cosa que el acto de comprobar si los hechos que se afirman en un texto de no ficción corresponden a la realidad. Medios como el Washington Post y Der Spiegel han dedicado bastantes recursos a esta labor. Es un trabajo importante en la época de las noticias falsas. La sociedad española, a juzgar por lo que dicen los sociólogos, tiene por delante un interesante trabajo de fact-checking. En este caso en realidad no se trata solo de verificar los hechos, sino de recuperarlos para corregir las narrativas de la polarización. Hay hechos que no han tenido un relato: la solidaridad y la gratuidad durante la crisis, las bajas tasas de rechazo a los inmigrantes, el bajo apoyo a opciones políticas radicales… Pérez Díaz señala que no se puede hacer una historia rosa, “obviamente, la experiencia de la vida social debe reconocer las tendencias hacia la prevalencia de los conflictos, las rivalidades políticas, las competiciones económicas, los duelos por el reconocimiento social, la escalada a los extremos…”. Pero –añade el sociólogo– “todo eso es solo la mitad de la historia. La otra mitad apunta a las tendencias opuestas, lo que supone reconocer la importancia de los círculos de solidaridad o sociabilidad, de los procesos de pacificación y reconciliación”.

Probablemente la primera debilidad de la sociedad civil es no haber hecho las cuentas con una experiencia que no está dominada por el conflicto o por las categorías que canalizan la vida real con estructuras ideológicas que lo reducen todo a enfrentamiento, a intereses y a un Estado como árbitro cada vez más necesario. El cambio empieza por dar más valor a los hechos y lo que dicen los hechos de nuestro estar juntos.

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