Editorial

Las fuerzas que mueven la historia (3)

España · Fernando de Haro
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12 agosto 2018
No es la economía. Es la sensación de que las fuerzas de la historia definitivamente les han abandonado. A comienzos del verano, el prestigioso Pew Research hacía público un informe sobre las razones del auge del populismo en Europa. La inmensa mayoría de los votantes de los partidos populistas en Alemania y en Francia reconoce que la economía atraviesa un buen momento. Es la nostalgia la que mantiene alta la intención de voto de los que cuestionan el orden institucional. El 62% de los partidarios del Frente Nacional piensa que hace 50 años se vivía mejor en su país. El 44% de los partidarios de Alternativa por Alemania piensa lo mismo. Pero no son los populistas los únicos molestos por haber perdido el tren de la historia.

No es la economía. Es la sensación de que las fuerzas de la historia definitivamente les han abandonado. A comienzos del verano, el prestigioso Pew Research hacía público un informe sobre las razones del auge del populismo en Europa. La inmensa mayoría de los votantes de los partidos populistas en Alemania y en Francia reconoce que la economía atraviesa un buen momento. Es la nostalgia la que mantiene alta la intención de voto de los que cuestionan el orden institucional. El 62% de los partidarios del Frente Nacional piensa que hace 50 años se vivía mejor en su país. El 44% de los partidarios de Alternativa por Alemania piensa lo mismo. Pero no son los populistas los únicos molestos por haber perdido el tren de la historia.

En realidad desde que los europeos nos hicimos modernos, todos perdimos el tren de la historia y las fuerzas que la mueven se convirtieron en algo muy diferente a las fuerzas que laten bajo los afanes personales, el deseo de felicidad, el anhelo de inmortalidad. De hecho, lo que nos caracteriza como modernos es haber separado los dos movimientos. Por eso es tan revolucionario el lema del Meeting de Rímini de 2018 al revindicar la identidad entre las fuerzas del corazón y de la historia.

Después de Galileo el Sol dejó de dar vueltas en torno a la Tierra y desde entonces todos empezamos a pensar que nuestros sentidos nos engañaban. No podíamos fiarnos de la realidad tal y como era percibida, lo único seguro eran nuestras sensaciones. Nos metimos en una jaula cruel. Fue necesario salir de ella. Para conseguirlo pensamos que había algo de lo que podíamos fiarnos: de lo que hacíamos. Nuestras acciones fueron el único terreno firme bajo nuestros pies. La acción y los procesos se convirtieron en el espacio a salvo de toda duda. La capacidad de hacer se nos antoja ahora menos etérea que la capacidad de asombrase y de pensar que siempre depende de datos externos, de algo que no se puede controlar. Y entonces el desarrollo y el progreso se transformaron en las dos palabras clave y todo se llenó de procesos. De la historia dejaron de interesarnos los acontecimientos singulares, los personajes particulares. ¿Qué eran y qué son los acontecimientos y los sujetos particulares en el océano de los procesos históricos severos, anónimos, científicos? Si acaso esos acontecimientos singulares y sujetos particulares mantuvieron un cierto valor para ilustrar y ayudar a las mentes más infantiles, siempre necesitadas de anécdotas. Pero para los iniciados, para los que acceden sin mediaciones primitivas al verdadero conocimiento, no había necesidad de fechas, nombres o lugares.

Esta comprensión de las fuerzas de la historia como algo anónimo fue de gran ayuda en un momento crucial. La secularización convirtió nuestro deseo de transcendencia, de felicidad, de inmortalidad, primero en una cuestión absolutamente privada y después en una no-cuestión. Pero como el deseo es tozudo, insistente, como las olas de un mar infinito, fue conveniente y necesario transferir la aspiración a la felicidad y a la inmortalidad a una historia sin inicio ni fin, a una inmanencia sin rostro. El alma del proceso fue entonces el desarrollo, primero del Espíritu, luego de la Materia. Espíritu y Materia maduraban en una universalidad cada vez más abstracta. Aquí hubo un cambio. El proceso de la historia ya no solo fue anónimo, empezó también a avanzar hacia nuevas síntesis en las que las situaciones particulares, los corazones singulares tenían que ser negados. Se descubrió que las fuerzas de la historia eran negaciones “sintéticas” y corrimos de negación en negación. Cada paso se daba para superar lo concreto, para olvidarlo porque carecía de sentido. “¡Fuguémonos de lo particular que nos asfixia con su falta de sentido y corramos hacia el todo!”, nos decimos con entusiasmo.

El momento en el que Giussani, el fundador de Comunión y Liberación, revindica la identidad de las fuerzas de la historia y del corazón, la disociación se expresaba en las categorías marxistas que dominaban la protesta del 68. La paradoja es que el 68 quiere ser un movimiento de liberación personal utilizando un instrumento para el que lo personal carece de significación. El corazón que busca la liberación y que ocupó las universidades debía diluirse en la construcción del producto final de la historia. Arendt explica que “la creciente falta de significación del mundo moderno quizá nunca se anticipó con tanta claridad como en esta identificación del significado con el fin (como la que se produce en el marxismo)”. El marxismo ha dejado de ser la gran referencia pero nos ha quedado el intento de escapar de las frustraciones y de la fragilidad de las acciones humanas con el hacer.

Y así seguimos. Y es aquí donde el lema del Meeting de 2018 se muestra más subversivo: al reclamar la historia particular de cada corazón, al interesarse por el valor del acontecimiento particular. Al afirmar que no hay más universalidad que la concreta. ¿Qué podrá liberarnos de esa prisión de alta seguridad en la que se ha convertido el proceso de la historia? ¿Qué nos devolverá la dignidad y el significado del instante? Esta nostalgia sin rabia es muy diferente a la de los populismos.

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