Editorial

Liberación número 1

Editorial · Fernando de Haro
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6 mayo 2018
Hablo con Irene Villa mientras ETA, la última banda terrorista de Europa, anuncia su disolución sin pedir perdón a las víctimas, reivindicando su pasado de sangre. Irene Villa perdió, cuando tenía doce años, las dos piernas. Fue en un atentado de los que, en estos días, al despedirse, justifican su violencia por la represión de la Guerra Civil. Mentira arqueológica.

Hablo con Irene Villa mientras ETA, la última banda terrorista de Europa, anuncia su disolución sin pedir perdón a las víctimas, reivindicando su pasado de sangre. Irene Villa perdió, cuando tenía doce años, las dos piernas. Fue en un atentado de los que, en estos días, al despedirse, justifican su violencia por la represión de la Guerra Civil. Mentira arqueológica.

“Tras al atentado empecé una vida mucho más dramática de lo que había pensado. Mi vida era la de una adolescente feliz. De pronto, empecé a vivir sin piernas -me cuenta Villa-. Decidí perdonar porque quería rehacerme, renacer”.

Escucho a Irene mientras las televisiones emiten una y otra vez el acto montado por el ya disuelto grupo terrorista en Cambo, en el País Vasco francés. Los autodenominados mediadores internacionales dan lectura a la Declaración de Arnaga. Horas antes, Josu Ternera, el que fuera jefe de los terroristas, ha grabado un mensaje para solemnizar el punto final.

La Declaración de Arnaga, como el mensaje de Ternera, falta dolorosamente a la verdad cuando hay más de 850 personas asesinadas. Llama a ETA grupo armado, sigue hablando de “conflicto”, pide solución para los presos y para los fugados de la justicia y le riñe al Gobierno por no haber dialogado con los terroristas.

Aparto la vista del televisor y me agarró, como un náufrago a punto de sucumbir, a la voz firme de Villa. Voz firme y cálida que perdió la adolescencia, pero no la vida y que me rescata de esa ola de suciedad que despierta en mí el mal y el daño que causaron y causan los violentos.

“El hecho de perdonar significa romper el vínculo con la persona que te ha hecho daño -me explica Irene-. Cuando no perdonas a alguien, te mantienes de algún modo vinculado al mal que te ha hecho esa persona. Hay un hilo invisible que te vincula al terrorista para siempre. Lo he visto en mi hermana, que estuvo a punto de quedarse sin hermana y sin madre y que es incapaz de perdonar. He visto en ella más dolor que en mí porque yo perdoné”.

No hubo un conflicto. Hubo y hay mentira. ETA no se disuelve, ha sido derrotada por Irene, pienso mientras la escucho. Hemos ganado los demócratas, los que han llorado y lloran en la soledad a sus seres queridos asesinados, los que durante años no pudieron dormir porque se les había arrebatado lo que más querían, las viudas y los huérfanos que enterraron a maridos y padres humillados, como si los culpables fueran ellos, los que fueron durante años silenciados por la infamia, los señalados, los que estaban en listas negras, los extorsionados, los que vivieron con miedo, los héroes desconocidos y los que flaquearon -porque a veces no hay quien esté en pie- a los concejales que dieron su vida por la libertad, los guardias civiles y los policías, los jueces, los pacíficos, los que confiaron en el Estado de Derecho, los que tuvieron el arrojo y la claridad, cuando todo estaba confuso, de poner en marcha medidas políticas como la ilegalización de Batasuna (el brazo político de los terroristas), todo esos, todos nosotros hemos vencido a los violentos. ETA nunca fue la vanguardia de un pueblo oprimido, nunca trabajó por la liberación de nadie. Esta es nuestra victoria. La victoria de los demócratas, de los que tuvieron el coraje de la paciencia, un coraje que se mantuvo cuando parecía que toda esperanza estaba perdida.

Cuando termino de darme todas esas explicaciones, la voz de Irene sigue sonando al otro lado del auricular. “Lo que te da la paz interior es perdonar -me cuenta con una sencillez que me desarma-. Conozco a muchas víctimas que son incapaces de perdonar y las respeto. Pero si uno se quiere a sí mismo, no le queda más remedio que aceptar lo que le ha pasado”. No le veo la cara a la que ya es una mujer madura, madre de varios hijos, pero en su voz hay la temperatura de una sonrisa.

Después de 50 años de terror, de más de 850 asesinatos, después de que todo un país fuera víctima, es necesario un relato ajustado a los hechos. Pero ni siquiera una descripción ajustada de lo sucedido será fuente de liberación. La liberación del mal causado y del mal sufrido, sin la que no es posible la reconstrucción, está en la voz serena de Irene. Sin tu voz, sin tus palabras de hoy, palabras que cantan, Irene, no habría nada que pudiera liberarnos del horror del pasado. Estaríamos todos encadenados.

Gracias Irene, renacemos contigo.

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